Ciudad de piedra

Cautiva

Una pequeña niña observaba desde la ventana de la habitación el exterior, veía a las personas pasar por la acera, los carros siendo jalados por caballos y manejados por personas que iban absortas en sus pensamientos.

Un grupo de niños apareció corriendo entre las casas siendo acompañados por un perro que movía la colita alegre.

 

Se acercó más a la ventana y apoyó sus manos en el vidrio. Sus ojos, casi negros, estaban bien abiertos e incluso tenian un pequeño brillo anhelante.

 

—Mami…¿puedo salir a jugar? —se giró y observó a su madre que, tranquilamente, se encontraba tejiendo un nuevo peluche para su pequeña.

 

La mujer la observó, afligida por el deseo de su hija.

 

—Sabes que no, cariño —dijo mientras se le acercaba y acaricio sus manos que se encontraban, al igual que su rostro, decoradas con pequeñas escamas negras —Es peligroso.

 

—Pero...pero yo no soy peligrosa...—contestó la niña con los ojos llorosos y un puchero en los labios.

 

—Se que no lo eres...pero ellos no lo saben —miró por la ventana, señalando a los que pasaban por allí —Y pueden querer lastimarte por eso…

 

La niña suspiró, yéndose de allí y dejando a su madre sola. Una solitaria lágrima rodó por su mejilla. Era incapaz de solucionar el problema de su pequeña porque ¿cómo hacerlo? ¿Arrancarle las escamas? eso sería cruel de su parte y tampoco sabía si serviría de algo.

 

Hacía cinco años que había encontrado una pequeña bebe junto a su esposo. La adoptaron sin dudar, a pesar de haber visto sus escamas. No tuvieron el corazón de dejarla a su suerte a pesar de no saber el origen de aquella criatura extraña. Tanto ella como su esposo, sufrían en silencio por ella, querían que conociera el mundo, que pudiera jugar con los demás niños pero no podían arriesgarse.

 

—Eveleen, cariño, ¿qué ocurre?

 

—Volvió a preguntar si puede salir a jugar —dijo girándose a su esposo —¿Que estamos haciendo, Alarik? ¿Estamos haciendo las cosas bien?

 

—No lo se cariño, no lo se…

 

El hombre salió de la habitación y se encontró a su pequeña jugando con uno de los tantos peluches que Eveleen le había hecho.

 

—Eirlys.

 

—¡Papiii! —gritó la pequeña en cuanto lo vió, corrió a sus brazos y se abrazó a él, mientras su padre le hacía cosquillas en las costillas —¡No, cosquillas no!

La risa de Eirlys lo hacía  feliz, escucharla lo alegraba. El simple hecho de verla hacía que su día mejorase.

A pesar del cansancio que sentía tras un largo día de trabajo, no podía dejar a su pequeña triste así que decidió pasar el resto de la tarde con ella.

 

—¿Qué te parece, si tú y yo, hacemos un pastel? —cuestionó.

 

—¿De chocolate? —dijo con ojitos emocionados.

 

—De chocolate —aseguró él.

 

—¡Siiii! —Eirlys se fue corriendo a la cocina y pronto comenzaron a oírse ruidos de platos. De repente, algo pareció romperse y ella volvió a donde estaba su padre a paso titubeante.

 

—Se rompió...—dijo mostrando una tasa que se encontraba a la mitad.

 

—No pasa nada, enana —dijo Alarik, consolando a su hija —De todas formas era fea, pero no le diremos nada a mamá. Shhh —agregó, mientras ponía un dedo en sus labios.

 

—Shhh —dijo la pequeña , imitando la acción de su padre.

 




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