Ciudad de piedra

El primer adiós

El castillo se encuentra más concurrido de lo normal, las personas caminan de un lado al otro. Pero en esta ocasión el ambiente alegre que siempre nos rodea se encuentra muy lejos, parece habernos abandonado y creo, que no volverá en un largo tiempo.

 

Mi madre, Elisse, llora abrazada a su hermana menor. Sus sollozos rompen mi corazón y me esfuerzo por no romperme por completo. Los ojos me arden pero me niego a soltar las lágrimas que llevo horas conteniendo.

 

—Lo siento mucho, Tyr —dice Glenn, mi abuelo materno.

 

No respondo pero le doy una pequeña sonrisa para que sepa que lo he escuchado y que aprecio sus palabras.

 

Jamás creí que a mis quince años, estuviera enterrando a mi padre. A aquel hombre que tanto cariño me dio desde que me encontró, junto a Elisse, en aquel caudal.

Ellos me criaron con todo el amor que tenían para dar y más, recuerdo cuando era pequeño y disfrutaba esconderme por la gran construcción. Él fingía no encontrarme a pesar de mi obvio escondite, mis risitas infantiles y las escamas brillantes me delataban pero él seguía mi juego durante horas enteras.

 

Hace tres meses mi padre enfermó, una extraña tos se hizo presente y no lo abandonó en todo ese tiempo y poco a poco su estado se fue desmejorando. Las ojeras resaltan en su pálido rostro y las fuerzas lo fueron abandonando, hasta tal punto que apenas podía mantenerse consciente.

 

—¿Cómo se encuentra, doctor? —preguntó mi madre cuando vio salir al hombre de la habitación donde descansaba mi padre.

 

—Su estado es delicado, no parece estar mejorando —las palabras del médico no fueron alentadoras. Después de tantas visitas, ya me sabía su discurso casi de memoria.

 

Quince días después, mi padre dejó de respirar y su corazón dejó de bombear sangre. Una mañana mi madre se despertó y cuando giró a observar a su esposo, este ya se encontraba sin vida.

 

Su grito se oyó por todo el lugar, corrí hasta su habitación, donde la encontré abrazada al cuerpo inerte de quien fue el amor de su vida.

 

La ceremonia comenzó y el encargado de dar sepultura a los habitantes del lugar se presentó frente a todos nosotros. Es un hombre anciano, lleno de canas y ojos cansados.

 

—Familia, estamos aquí reunidos para despedir a nuestro fiel amigo Aaron —dice mientras abre los brazos y observa al cielo. 

 

Cuando el silencio nos rodea y los sollozos son casi inaudibles todos comenzamos a recitar:

 

<<Te despedimos a ti en este dia,

fiel amigo, fiel compañero, fiel padre.

Te despedimos a ti 

y sonreiremos por todas las sonrisas que te han faltado

te buscaremos en el caudal,

en donde la marea nos abrazara por ti,

te despedimos a ti fiel amigo >>

 

Mis palabras se cortan a mitad de la oración al ver un ser alado iluminado salir lentamente del lugar en el que descansa mi padre.

Se queda flotando unos segundo y podría jurar, que nos observa a mi madre y a mi antes de continuar su vuelo hasta perderse en lo alto del cielo.

 

Observo a mi alrededor, tratando de encontrar a alguien más igual de conmocionado que yo por aquella aparición pero todos continúan con sus oraciones y a pesar de estar observando el mismo lugar en el que anteriormente estaba el espíritu, nadie además de mi, parece haberlo visto.

 




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