Ciudad de piedra

Adiós: PARTE I

La alegría que nos rodeó durante años pareció habernos abandonado esa mañana.

Cuando Eirlys y yo nos levantamos, sentimos el ambiente extraño, tenso. Luego de desayunar salimos del castillo y decidimos dar un paseo por el pueblo, intentando deshacerse de aquella extraña sensación.

 

Pero fue inutil, el pueblo estaba cargado de la misma extraña sensación. Las personas se daban cuenta de ello pero lo más alarmante fue, cuando al ingresar al bosque vimos que las plantas comenzaban a perder vitalidad, se veían marchitas, opacas.

 

Nos sorprendimos pero lo dejamos estar, quizás aquello fue nuestro primer error.

Quizás, si hubiéramos hecho algo desde el primer momento, nada de esto estuviera pasando.

 

Los días continuaron pasando, rodeados de esa oscuridad que parecía absorber todo.

Me encontraba en mi cuarto, envolviendo en un papel marrón el regalo de cumpleaños de Eirlys cuando esta entró a la habitación abruptamente. Escondí rápidamente el regalo y la observé, preocupado de que me hubiera descubierto pero aquello quedó en el olvido al ver su expresión preocupada.

 

—Cariño, ¿qué ocurre? —pregunté, acercándome.

—El caudal...esta...esta…

 

—Calmate, respira y habla. No puedo entenderte —dije mientras acariciaba sus brazos cubiertos por un largo pero simple vestido verde.

 

—El caudal se está secando…

 

Aquello me alertó de sobremanera y salí corriendo de la habitación, siendo seguido por ella. Mi accionar no fue por desconfianza sino porque era incapaz de asimilar que nuestro pequeño mundo se estaba cayendo a pedazos.

 

Al llegar, en efecto, el caudal había reducido su abundante agua cristalina. Algunas personas nos observaron al ver lo que ocurría.

 

—¿Qué haremos, Tyr?

 

—No lo sé… —contesté abrumado.

 

—Quizás puedan pedirle ayuda a los dragones —dijo una mujer que se acercó a observar qué ocurría.

 

—No los hemos vuelto a ver desde que llegué —le contestó Eirlys —Y eso fue hace tres décadas.

 

Ese dia nos marchamos, sin saber que ocuria ni que hacer. Cuando estabamos en la cama, a punto de dormir ella me dijo:

 

—¿Qué haremos?

 

—No lo se, cariño —le contesté tristemente, viendo sus ojos empañados por lágrimas —No lo se…

 

Acaricie su cabello hasta que ambos caímos dormidos. Y en el mundo de los sueños, tuvimos uno que al despertar resolvió muchas cosas, pero que también empeoró otras.

 




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