Corrimos por lo que supuse que era una acera peatonal, el color y la forma eran muy extrañas. Dos líneas delgadas de color metálico impregnadas en el suelo y sin ningún tipo de relieve, se perdían paralelas en la distancia. Se asemejaban a las líneas del metro subterráneo, pero estábamos en la calle y en el exterior. Estas líneas, a diferencia, eran planas.
Cuando menos lo esperaba salió un vehículo de la nada, venía de frente y si no llega a ser por la agilidad de Lionel nos hubiera pasado por encima. ¡Vi a la muerte de cerca! ¡Qué susto tan Grande! Rodamos los tres por la calle y recibí unos cuantos golpes. ¡Pero estábamos con vida! Miré al vehículo alargado, que casi nos atropella, pasar velos. ¡No tenía ruedas, flotaba a pocos centímetros de distancia del suelo, siguiendo las líneas metálicas. Era parecido a un tren ultramoderno pero la forma no encajaba en ninguno de los que había visto antes.
Lionel nos ayudó ha incorporamos y fue entonces cuando me fijé en otro vehículo estacionado a un lado. Unas personas subían a bordo. Reparé que una de ellas era la misma mujer con la niña pequeña que ví en la casa del amigo de mi madre, ayer en su cumpleaños.
—Mamá mira, ¿esa no es la mujer que tú invitaste?
Mi madre miró en la dirección que le señalé.
—Sí, es ella. Pero yo no la invité. Debe haber sido Sérgio. No la conozco, pero igual vamos a hablar con ella. Quizás nos pueda ayudar a salir de aquí.
—Sí, vamos a preguntarle a esas personas.—dijo Lionel.—No conozco esta ciudad.—esto último lo expresó en voz más baja, me pareció que hablaba consigo mismo y no con nosotras. Estaba conternado. Igual lo estaba, todos coincidimos en lo mismo: ninguno de nosotros conocía esta ciudad.
Nos acercamos al vehículo los tres. Temerosos y cautelosos pero decididos. No teníamos más opciones. Seguir huyendo en esta ciudad laberínca dudo que nos llevaría a alguna parte. Cuando la mujer nos vio su rostro palacio por completo.
—¿Qué hacen ustedes aquí?—interrogó con voz temblorosa.
—Fuimos secuestrados.—respondió Adelaida, mi madre.
—¿Puedes ayudarnos a salir de aquí por favor?—le supliqué.
—Suban rápido—apresuró.—luego hablamos.
Todos sus acompañantes tenían cara de asustados. Uno de ellos se asomó por una ventanilla y miró a ambos lados. Con el rabillo del ojo vi que otro hacía lo mismo del otro lado, luego se hicieron una especie de señas entre ellos.
—¡Vamos ya, no nos han visto!
Ellos al parecer también estaban huyendo de algo. Nos acomodamos en unos asientos contiguos que permanecían desocupados y el vehículo se puso en marcha. Lionel tomó mi mano y la apretó un poco en señal de apoyo. Se sentía tan bien ese contacto cálido en medio de tanta tensión.
—¡No puede ser!—gritó alguien. Brinqué del susto y mi madre también. La sentí porque estaba a mi lado, ocupando el puesto a mi izquierda.
—¡No, no quiero morir!—suplicó una voz con desesperación. Miré en la dirección de donde provenía por instinto. Se me heló la sangre. Un hombre tenía los mismos colores en la frente que yo comparaba con un arcoíris: por la intensidad y variedad. Predominaba el rojo, azúl, verde y amarillo. Entre ellos a veces se podía ver el anaranjado y el morado. De momento se volvió a ver su frente normal. Instintivamente yo me alejé, recargando mi peso sobre Lionel.
—Tranquila amor, yo estoy aquí.
Me dijo con ternura mientras daba ligeras palmaditas en mi espalda.
— Va a explotar—murmuré atemorizada. Mi cuerpo temblaba sin control.
—Es su primer síntoma, aún no explotará. Se los aseguro—habló la persona que estaba a su lado.
—¡Tenemos que abandonarlo aquí!, es peligroso continuar con él a bordo.— sentenció un hombre que estaba sentado a mi izquierda, en la esquina del conductor.
—No por favor, es mi hermano. Estamos buscando una solución. Quizás podamos encontrarla antes de su final.—suplicó con fervor el joven que estaba al lado del enfermo.
En realidad no sabía si lo que le estaba pasando era una enfermedad o provocado intencionalmente por algo o por alguien. No tenía ni la más remota idea de nada.
—Está bien, acepto.—respondió el mismo señor que habló antes, el que estaba en frente a la izquierda, el que parecía tener la última palabra allí por lo visto.
—Hija, tengo mucho miedo.—expresó Adelaida. Creo que mi madre estaba más afectada que yo. Tuve miedo por su presión arteriar, ella sufría de hipertensión.
—Igual yo mamá pero debemos estar tranquilizarlas, no te pasará nada.—animé. ¿Tienes tus medicinas?
Tenía mucho miedo de una respuesta negativa.
—Sí hija. No te preocupes. Por suerte los traía en el bolsillo de la bata de dormir cuando nos secuestraron. Había salido a buscar agua para tomarme una y cuando regresé no estabas.
—No pienses en nada mamá, saldremos de esta, no debes preocuparte.
No quería que siguiera recordando cosas malas.
—Eres tú quien más me preocupa cariño, no quiero que te pase nada malo.
—Yo las cuidaré a las dos, no permitiré que nada les pase.—intervino Lionel.
—Gracias hijo, siempre has sido muy noble.—expresó mi madre con cariño tras escuchar las palabras de Lionel.
Me sentí culpable por haber sido yo la causante de nuestra separación. No merecía ese trato tan lindo y esa devoción que Lionel tenía conmigo. Yo lo lastimé mucho en el pasado:
Recuerdos de 8 años atrás:
Llegamos a la casa de mi tía. La puerta estaba entreavierta. Pasamos sigilosos. Me fijé en su habitación por si aún me estaba esperando despierta pero ella ya estaba dormida. Apague la luz de su cuarto y cerré la puerta con mucho cuidado.
—¿Está despierta?
Preguntó Lionel cuando llegué a su lado.
—No, está dormida.
—Qué bueno. Me voy.
Por alguna razón no quería que se fuera, yo me iría mañana y quería pasar más tiempo con él. Su compañía era agradable.
—¿Tienes sueño?—le pregunté nerviosa.
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Editado: 25.02.2021