Ciudades de Humo

4. La ciudad de las puertas abiertas

Unas manos de largos y finos dedos, con las uñas pintadas de rojo, se acercaron a ella y la tomaron en brazos. Se escuchó a sí misma riendo con un sonido que pareció más un hipido que una carcajada. Agitó los brazos y vio la cara conocida de la mujer. 
—Ummm —balbuceó, y la mujer sonrió. 
—¿Tienes hambre? —preguntó ella con voz suave—. Vamos a darte un biberón. 
—Ummmmmmmmm —dijo, haciéndola sonreír de nuevo. Le gustaba hacerla sonreír. 
—Sí, ummm. —La mujer la sostuvo contra ella con un brazo y le acercó un biberón con el otro. 

* * * 

Al despertar, Alice se levantó bruscamente y, en el instante en que un 
latigazo de dolor le recorrió el cuerpo, se arrepintió y volvió a tumbarse. 
Todos y cada uno de sus músculos estaban entumecidos. 
Miró a su alrededor y sintió una punzada aguda en la frente. Lo primero 
que vio fueron cortinas de flores a su alrededor, que le impedían descubrir 
dónde se encontraba. En el techo blanco —algo sucio, por cierto— había un 
pequeño ventanuco que le indicó que era de día. Solo la visión de un poco 
de sol le dio dolor de cabeza. 
Estaba en una camilla, donde una fina sábana apenas la cubría. Llevaba 
una bata azul corta y la rodilla completamente vendada. Sus manos tenían 
pequeñas heridas, causadas, probablemente, por los cristales rotos y, en 
cuanto se tocó la frente, notó una pequeña pero profunda herida en la ceja. 
Hizo una mueca de dolor. 
Clavó los codos en la camilla y se incorporó muy poco a poco. Tras eso, 
intentó ponerse de pie, pero su pierna derecha no se movía por mucho que 
lo intentara. Movió los dedos de los pies y, aunque los tenía medio 
dormidos, los sintió. Fue un alivio. 
Decidió que lo mejor era descubrir dónde estaba, así que apartó la 
cortina apenas una rendija para espiar el lugar. En aquella estancia había 
más camillas, pero la suya era la única ocupada. 
Apartó un poco más la cortina. Un palmo. Vio máquinas viejas y 
extrañas, varias ventanas y unas cuantas vitrinas llenas de frascos de varios 
tamaños y colores. 
Se armó de valor y abrió la cortina casi por completo. No esperaba 
encontrar compañía. 
Había dos personas más allí. Una era una mujer bajita, de piel bronceada 
por el sol y pelo rubio atado en un moño. Su cara era redonda, algo 
regordeta, y tenía los ojos grandes y marrones. Su rostro inspiraba confianza. Y en ese momento, mientras hablaba con alguien en un tono 
suave, todavía más. 
Ese alguien, que daba la espalda a Alice, parecía un chico no mucho 
mayor que ella, pero era difícil asegurarlo si no se daba la vuelta. Iba 
vestido con una camiseta negra que tenía un agujero cerca de la cadera, 
unos pantalones de camuflaje y unas botas. Estaba cruzado de brazos, con 
los hombros tensos. Era obvio que estaba enfadado por algún motivo. 
—No podemos asegurarlo —murmuró la mujer—. No sabemos nada de 
esa zona. 
—Díselo a Deane. Seguro que está entusiasmada con la situación. 
—Deane es... —La mujer suspiró—. Ya sabes cómo es. 
—Y tú también. Por eso me sorprende que quieras seguir adelante con 
esto. 
—Y ¿qué harías tú, Rhett? ¿La echarías? ¿En serio? 
El tal Rhett se tensó todavía más y apartó la mirada. 
—No lo sé. Algo mejor que esto. 
—Bueno, es tan fácil como votar en contra. Pero no esperes que yo haga 
lo mismo. 
Hubo un momento de silencio incómodo entre ambos. El chico apartó la 
mirada. De hecho, en aquel momento se dio la vuelta hacia Alice como si 
hubiera notado que los observaba. 
Durante un milisegundo, Alice pensó que podría fingir que no había 
estado escuchando. Pero solo durante ese milisegundo, porque entonces se 
dio cuenta de que era muy tarde. El chico había clavado la mirada sobre 
ella. Y no, no parecía demasiado contento. 
Además, aunque hubiera intentado disimular, habría sido inútil. Se 
habría quedado pasmada al verlo de todas formas. El chico tenía una 
cicatriz que le recorría parte de la cara, desde la ceja hasta la mejilla, 
cruzándole el ojo.

Nunca había visto algo así. En su zona, todos eran tan perfectos... No 
pudo evitar sentirse fascinada. ¿Qué se sentiría al tocar una cicatriz? ¿Sería 
muy raro que se lo pidiera? 
Pero entonces, él lo estropeó todo al poner mala cara y soltar: 
—¿Se puede saber qué miras tanto? 
Alice dio un respingo y se apresuró a desviar la vista. Vale, no parecía 
muy dispuesto a dejar que le tocara nada. Mejor no arriesgarse. 
Mientras tanto, la mujer se había apresurado a acercarse a ella. Se detuvo 
a su lado y la revisó concienzudamente con la mirada antes de sonreírle. 
—Vaya, buenos días. Me alegra verte despierta y con tan buena cara. 
Llevaba una bata blanca como las que usaban los científicos de su zona. 
Fue la primera persona —aparte del adolescente al que había visto antes de 
desmayarse— que le infundió confianza. 
—Vuelve a tumbarte o esa pierna empeorará. —Su sonrisa se volvió un 
poco más dulce cuando la empujó suavemente para volver a tumbarla—. 
¿Cómo te encuentras? 
Alice la miró un momento, abrió la boca y, cuando intentó hablar, solo le 
salió un sonido ronco y lastimoso. Empezó a toser y sus costillas temblaron 
de dolor. La mujer actuó a toda velocidad. En apenas un instante estaba a su 
lado con un vaso de agua, que le ayudó a tomar. Alice sintió el alivio al 
instante. Incluso cerró los ojos, más sosegada. 
Al abrirlos, vio que ambos seguían mirándola. El chico se había cruzado 
de brazos otra vez y la observaba con cierta desconfianza. La mujer le 
sonreía con amabilidad. 
—Sienta bien, ¿verdad? Llevas aquí unos días. Has causado un buen 
revuelo, señorita —añadió, riendo—. No había venido nadie nuevo desde 
hacía mucho tiempo. 
—Sí—murmuró el joven, poniendo los ojos en blanco—, la temporada 
turística suele empezar en mayo. 
La mujer lo ignoró completamente y prosiguió:



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En el texto hay: futuro, amor, amistad

Editado: 09.01.2024

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