Ya hacía dos semanas que estaba allí.
Seguía planeando huir para ir hacia el este, tal como le había aconsejado
el padre John. Pero mientras daba con el plan perfecto, intentaba adaptarse
a su nueva vida.
Cada mañana tocaba lucha, y lo peor es que ya no peleaba únicamente
con Trisha —aunque seguía siendo la peor—, sino con cualquiera de sus
compañeros. Siempre perdía.
Después, comía puré de dudosa calidad dos veces al día, se iba a dormir
con todo el cuerpo dolorido —por lo que tenía que visitar a Tina casi a
diario—, despertaba a medianoche alterada por sueños que no tenían
sentido y, por la mañana, vuelta a empezar. Todo se repetía. Una y otra vez.
Al menos, había encontrado un pequeño escape: el entrenamiento de la
tarde. Entonces no tenía que preocuparse por los demás ni por sus puñetazos. Ni siquiera tenía que hablar con nadie si no quería. Había ido
mejorando poco a poco su técnica. Ahora, incluso a Rhett le costaba
encontrar comentarios ingeniosos con los que criticarla.
No sabía por qué, pero ese chico —¿era correcto llamarlo chico siendo
su instructor y un guardián?— siempre tenía algo que opinar sobre ella.
Siempre. Y solía ser malo.
Si Alice pudiera decirle lo que pensaba de él...
Bueno, en realidad no estaba muy segura de lo que le diría. Tenía
sentimientos encontrados.
Por una parte, le molestaba que siempre la criticara. Cada vez que lo
hacía, le entraban ganas de lanzarle el arma a la cabeza. Por otra..., bueno,
más de una vez se había encontrado a sí misma siguiéndolo con la mirada
durante mucho más tiempo del necesario.
Pero claro, cuando él se daba cuenta le soltaba un «¿Qué miras,
principiante?», y ella volvía a centrarse en sus cosas, notando la cara
extrañamente caliente.
Según Jake, Dean y Saud, la criticaba porque la veía capaz de mejorar y
esa era su forma de motivarla, pero ella no estaba tan segura. Y más cuando
en las peleas, al terminar, mientras se sujetaba alguna parte dolorida, Rhett
remarcaba algo que era más que evidente.
«No sabes defenderte, principiante.»
«Tienes que mejorar tu guardia, principiante.»
«Espero que el dolor que sentirás esta noche te recuerde que deberías
mejorar tu defensa, principiante.»
Uf, qué odioso podía llegar a ser.
Ese día, Alice agarró la bandeja con una mano, pues con la otra se
apretaba las costillas, doloridas. Le sirvieron el asqueroso puré al que se
estaba empezando a acostumbrar y fue a sentarse con Jake y los demás.
Estaban hablando entre ellos en voz baja, como si contaran algún tipo de
secreto.
—¿De qué habláis? —preguntó curiosa.
—Dicen que esta noche pasará un cometa —le respondió Dean,
sonriendo—. ¿No sería genial poder verlo? No volverá a pasar otro hasta
dentro de cinco años.
—Pero... ¿se podrá ver? —preguntó Jake.
—La nube de contaminación se ha movido bastante. —Saud jugueteaba
con su cuchara—. Se ve casi todo el cielo de la zona.
—Y ¿qué os impide ir a verlo? —preguntó Alice.
¡Nunca había visto un cometa, solo había leído sobre ellos! De pronto, la
idea le parecía emocionante. Quería verlo.
—Si nos pillan paseando por la ciudad por la noche, nos colgarán del
muro. —Jake frunció el ceño.
Alice palideció.
—¿Nos colgarán...?
—Es una broma, Alice —replicó pacientemente Jake.
—¿No pillas ni una broma? Tu vida debía de ser tan aburrida... —Saud
negó con la cabeza.
—Volviendo al tema... —Dean los miró—, ¿cómo lo hacemos?
Alice lo pensó un momento.
—Si salís de la habitación sin que nadie se entere..., no pasará nada, ¿no?
Ella misma se sorprendió con su propuesta de transgredir las reglas.
¡¿En qué se estaba convirtiendo?!
Una semana antes eso le habría parecido una locura innecesaria. Ahora
empezaba a sonar extrañamente emocionante.
—Es una opción —le concedió Dean.
—Una opción sorprendente, viniendo de Alice —añadió Saud,
sonriendo.
—Sí —Jake se estaba riendo—. ¿Dónde ha quedado la chica buena que
no quería incumplir las norm...?
Los tres se quedaron mirándolo cuando Jake se calló de golpe y levantó
la mirada por encima de la cabeza de Alice. Parecía perplejo. Ella se dio la
vuelta, extrañada, y se sorprendió al ver a Rhett allí de pie, mirándola.
Como siempre, tenía una pequeña sonrisa burlona, esa que la hacía sentir
como una idiota. Parecía permanente. Y supuso que ahora era a causa de
que ella se había atragantado con el puré de la impresión.
Si alguna vez aprendía a dar un puñetazo, esa sonrisita sería uno de sus
primeros objetivos.
—Tú. —Rhett la señaló—. Sígueme.
—No he terminado de comer —gimoteó.
El profesor enarcó una ceja.
—¿Tengo cara de que eso me importe?
Jake sonrió ampliamente cuando Alice le pasó la bandeja y se puso de
pie para seguir a Rhett, que salió de la cafetería. No estaba segura de si era
bueno que hubiera ido a buscarla, porque el comedor en pleno se había
quedado mirándola como si acabara de matar a alguien.
Se apresuró a mantener su ritmo. Rhett andaba a grandes zancadas, sin
preocuparse de si iba tras él o no. Menos mal que el moretón de su rodilla
ya había desaparecido o no habría podido seguirlo.
—¿Dónde vamos? —preguntó ella.
Rhett la miró por encima del hombro de forma significativa. Captó la
indirecta y se calló. Había miradas que incluso una androide podía entender.
Continuaron en silencio y no se detuvieron hasta llegar al campo de
fútbol. Mientras lo cruzaban, Alice volvió a ver que el instructor sacaba la
llave de la sala de tiro del bolsillo trasero de sus pantalones. ¿Qué iban a
hacer allí?
Él abrió la puerta y dejó pasar a Alice. Nada más entrar, el guardián
lanzó las llaves a una de las mesas de las cabinas y Alice las miró durante
unos pequeños instantes.