Lo observaba por encima del libro que estaba leyendo. Una canción
sonaba a través de los auriculares. Ella movió los labios sin emitir sonido
alguno, articulando cada palabra de la canción. El libro había dejado de
tener sentido. Erik estaba allí sentado, con sus amigos, con la espalda
apoyada en un árbol. Parecía tan relajado y guapo cuando sonreía...
Suspiró. Ojalá se volviese y la mirase. Tenía unos ojos azules tan bonitos, y
una mandíbula tan cuadrada, y una sonrisa encantadora, y el piercing en el
labio. Ay, el piercing. Como si ser perfecto por naturaleza no fuera
suficiente.
Alicia se mordió el labio inferior y volvió a suspirar. Debería dejar de
soñar. Cerró el libro y se tumbó en la hierba, mirando el cielo. La canción
había terminado, pero otra de la misma banda empezó a sonar. Cerró los
ojos y se dejó llevar por la música. Eso era todo lo que importaba en ese momento. Le daba igual que Erik no se fijara en ella, y que sus padres le
hubieran dicho que se separarían. No importaba nada.
Entonces, una mano le arrebató los auriculares de un tirón. Alicia abrió
los ojos, alarmada, y se encontró con la sonrisa burlona de Charlotte justo
encima de ella.
—Estabas babeando por Erik —le dijo, riendo a carcajadas con sus
amigas—. Él nunca se fijará en ti, idiota. Asúmelo. ¿Te has mirado en un
espejo? Das asco.
—Sí, das asco —apoyó otra chica.
—Eso, eso —añadió otra.
Esa solía ser la función principal de sus dos amigas, sí.
Alicia bajó la cabeza, humillada, al notar que Erik y sus amigos
miraban en su dirección, atraídos por el ruido. Charlotte sonrió aún más.
—Así que te gusta escuchar música, ¿eh? —lanzó los auriculares al
suelo, los pisó con fuerza, y los destrozó. Alicia abrió la boca y escuchó a
Erik reírse con sus amigos, lo que fue todavía más humillante—. Ahora
tendrás que pedirle a la pobre de tu madre que te compre unos nuevos
mientras prepara el divorcio. No podréis comer en un mes. Lástima.
Todas siguieron a Charlotte cuando se marchó, riéndose.
* * *
—¡Alice, está sonando la campana!
Ella abrió los ojos y se encontró con la cara de un muy adormilado Jake.
Se sentía apenada y furiosa a la vez, como si ella misma hubiera vivido el
sueño. Tragó saliva y se incorporó.
Hacía tiempo que le habían dado ropa nueva. Bueno, lo más nuevo que
había. Ese día volvía a ser muy caluroso, así que se puso lo más fresco que
encontró, que fue una camiseta ancha de un antiguo equipo de lo que Jake
había dicho que era ¿béisbol?, y unos pantalones cortos negros.
Mientras se cambiaba, revisó su rodilla. Ya solo tenía una pequeña marca
en el lateral. Tina era realmente buena en su trabajo. Se ató las botas y
siguió a las demás al campo de entrenamiento.
Casi habían llegado a la mitad del camino cuando Alice divisó a Shana,
la chica a la que había conocido el día anterior en el hospital, junto con un
grupo de avanzados que debían de ser amigos suyos.
Como Alice era una principiante, creyó que Shana la ignoraría, pero se
detuvo al verla y se le acercó con una sonrisa. Esta desapareció un poco al
ver la cara de tensión de Alice.
—Ahora tienes pelea, ¿no? —dedujo.
—Sí. —Puso una mueca.
—Déjame adivinar: crees que perderás.
—Sé que perderé.
—Bien. —Se acercó a ella y le habló en voz baja—. Tira a tu
contrincante al suelo y después lánzate a por su cara.
—Eso de tirarla al suelo no será muy sencillo...
—Alice, lo básico en una pelea es: defensa, defensa, ataque.
Dicho esto, le dio la espalda para volver con sus amigos.
Rhett estaba ya paseando por el campo de fútbol con el aspecto irritado
de siempre. Alice no pudo evitar fijarse en que llevaba los guantes de cuero
sin dedos. Cada día se preguntaba por qué demonios se los ponía, si debía
de estar muriéndose de calor.
—Ya sabéis lo que toca —les dijo directamente, no parecía estar de
humor como para dar más detalles.
Empezaron a correr dando vueltas al campo y Alice comenzó a notar que
el sudor le perlaba la frente. Odiaba tener que correr. Y odiaba aún más
tener que sudar. Jake iba por delante de ella, pero no a mucha distancia.
Tampoco parecía gustarle demasiado eso de tener que ir dando brincos.
Eran los últimos.
Bueno, a la hora de correr, ellos siempre eran los últimos. Tampoco era
una gran novedad.
—Cada vez que nos hace correr... —jadeó Jake cuando Alice llegó a su
altura— me pregunto qué demonios he hecho tan mal en esta vida como
para merecer esto.
Alice empezó a reírse, cosa que hizo que agotara el poco aire que tenía
en los pulmones y tuviera que detenerse un momento. Se apoyó sobre las
rodillas y trató de recuperar el aliento, completamente acalorada. Seguro
que tenía las mejillas rojas y mechones de pelo que se habían salido de la
coleta apuntando en todas direcciones.
Jake, claro, aprovechó su pausa para detenerse también y abanicarse con
una mano.
—Rhett te matará si te ve aquí parada —le dijo.
—Pues tú también estás aquí parado.
—¡Estoy consolándote! —protestó, enrojeciendo.
—Ya, seguro.
—¿Eso que detecto es ironía? Porque te la estoy enseñando yo, no tienes
derecho a usarla en mi contra.
—Rhett no nos dirá nada —le aseguró Alice, volviendo al tema—. No es
tan malo.
Para su sorpresa, escuchó un sonido muy parecido a una burla de parte
de Jake. Se volvió hacia él al instante. Estaba esbozando una sonrisita
malvada.
—¿Qué? —le preguntó confusa.
—Nada.
—No, eso no es nada.
—Bueno, puede que a ti no te diga nada.
De nuevo, no entendió del todo a qué venía ese tono.
—Y... ¿crees que a ti sí que te diría algo?
—No es que lo crea, es que lo sé.