Por mucho miedo que le diera, no podía despegar la mirada de la mujer. Era
alta, esbelta y tenía el pelo oscuro. Las facciones de su cara eran duras,
marcadas, con la mandíbula algo prominente y una arruga entre las cejas
que indicaba que se había pasado gran parte de su vida seria. Miró a su
alrededor como si fuera la dueña de todo. Unos siete hombres se colocaron
al lado y detrás de ella, protegiéndola. Todos con sus monos gris ceniza.
Era la mujer que había visto al escapar de su antigua zona con 42. Las
había mirado, pero no les había prestado atención, ¿verdad?
Quizá no se acordara.
Por favor, que no se acordara.
Detrás de la mujer había un chico de la edad de Alice que los observaba
con ojos atentos. Tenía el pelo oscuro, al igual que la piel y la mirada. Su
complexión era más bien delgada y esbelta, y sujetaba un fusil de francotirador sobre el hombro. Alice se llevó una mano al brazo herido
inconscientemente.
—Giulia —saludó Max a la mujer, más tenso de lo que aparentaba.
—Max. —Ella esbozó una sonrisa de falsa cortesía—. Cuánto tiempo sin
verte.
Alice intentó no mostrarse sorprendida. ¿Se conocían? ¿Eran amigos? Si
eran amigos, estaba perdida. Completa y absolutamente perdida. Asustada,
se colocó disimuladamente detrás de Rhett para que no le vieran la cara.
Porque si lo hacían todo se iría —como diría Jake— a la puñetera
mierda.
—Siento lo de antes —añadió Giulia—. Creímos que erais androides. Ya
sabes cómo está la cosa ahora.
—En nuestra ciudad tenemos más cuidado antes de apretar el gatillo —le
dijo Max, mirando al francotirador, que no parecía en absoluto
avergonzado.
—Bonitos coches —comentó Rhett.
Eran los que habían robado de la antigua zona de Alice.
Giulia clavó en él sus ojos gélidos y sonrió un poco.
—Cortesía de la zona oeste. Sufrimos algunas bajas para conseguirlos,
pero yo diría que valió la pena.
A Alice le pareció que Rhett se tensaba, pero al menos no se movió.
—¿Queréis algo? —preguntó Max, claramente invitándolos a que se
marcharan.
—De hecho, sí. —Giulia se acercó a ellos, pero solo miraba a Max. Ni
siquiera se había fijado demasiado en los otros dos—. Busco a un androide.
Ay, no.
—¿A uno? Hay cincuenta, por si se te había olvidado.
—Ya no. —Ella sonrió—. Los exterminamos, ¿no te ha llegado la
noticia?
—Lo que me llegó es que habíais matado a todo el mundo, sin distinguir
entre androides y humanos.
Alice era perfectamente consciente de que Max y Rhett sabían que esa
era su zona. Y solo mencionarlo sería un desastre.
Sin embargo, daba la impresión de que la estaban protegiendo.
—Bueno, es otra manera de decirlo, sí. —Giulia se encogió de hombros
con cierta elegancia—. La cosa es que se nos escaparon algunos, pero
estamos buscando uno en concreto.
—Si se te escapó a ti, debía de ser un androide muy listo.
—Me gustaría ver si lo es tanto cuando lo atrape. Androide 43. Tiene ese
número en el estómago. Es bastante fácil de identificar.
Alice sintió que su cuerpo se ponía tenso. Rhett la miró de reojo,
confuso.
—Esa descripción es muy vaga, Giulia —comentó Max—. En nuestra
ciudad no vamos revisando barrigas.
—No tengo más información. Solo sé el número y que estaba solo.
—No lo hemos visto.
—Max, querido... —Giulia esbozó una frívola sonrisa—. No me estarás
mintiendo, ¿verdad?
—No tengo por qué mentirte, así que vuelve por donde has venido y vete
a buscar a ese androide donde puedas encontrarlo.
Max movió un poco la escopeta, haciendo que los acompañantes de
Giulia se pusieran en guardia. La mujer, por su parte, soltó un bufido de
burla exagerado.
—Creo que no eres consciente de la situación —le dijo al guardián
supremo, borrando su sonrisa—. Necesitamos a todos los androides. Son
peligrosos. Han sufrido un fallo y tenemos que ocuparnos de solucionarlo.
—Seguro que lo haréis de forma muy caritativa —murmuró Rhett.
Giulia le dedicó una breve ojeada molesta antes de volver a ignorarlo.
—Desgraciadamente, no es el único que ha escapado. Ya hemos tenido
problemas en dos ciudades con gente que iba en contra de Ciudad Capital,
en contra del líder, intentando ocultar esas... máquinas. No lo entiendo.
—Me hago una idea de las represalias que habréis tomado —respondió
Max, e incluso Alice pudo notar su desprecio.
—El Comité General no se anda con tonterías. —Ella levantó una ceja,
mirándolo—. Si eliges a los androides antes que a nosotros, no esperes que
nosotros te elijamos a ti. Sabes lo que pasará. Lo que le sucederá a tu
preciosa ciudad. Y a ti mismo.
—¿Es una amenaza?
—Ah, no. Es una advertencia. Sé que eres un buen guardián supremo y
que procuras por tus ciudadanos. Sería una pena que una mala elección los
pusiera en peligro.
Max apretó la mandíbula, muy tenso.
—No tenemos androides. De haberlos tenido, los habríamos mandado a
la capital.
—Mi trabajo, Max, es cuestionarme eso. ¿Estás seguro de que no sabes
nada?
—Si lo hubiéramos visto, lo habríamos abatido.
Alice notó que un escalofrío le recorría la espina dorsal. Giulia, por su
parte, miró un momento más a su interlocutor. Parecía pensativa.
—He oído que hay un miembro nuevo en tu ciudad. Un buen tirador.
Oh, no.
—Una buena tiradora —corrigió Rhett.
Oh, no, no, no...
—¿Y qué hay de ella? ¿No te parece sospechosa?
—Mi gente se ocupó de comprobar su origen.
Giulia lo analizó un momento con una pequeña y gélida sonrisa.
—Me encantaría conocerla cuando visite tu ciudad.
E, inesperadamente, clavó sus ojos en Alice.
Ella, claro, dio un paso atrás y se ocultó detrás de Rhett.
—¿Esa es la tiradora? —preguntó Giulia burlona—. Parece un cervatillo
asustado. ¿Por qué no te acercas y...?
—Déjala en paz —la cortó Rhett bruscamente.
Todos se volvieron hacia él, sorprendidos. Especialmente Alice. Pero él
mantuvo la mirada fija en Giulia, que entrecerró los ojos.
—Le estaba hablando a ella.
—Pues ella no tiene nada que hablar contigo.
Max, al ver que la tensión crecía, carraspeó para atraer la atención de
nuevo hacia él.
—Será un placer acogerte cuando gustes, Giulia —dijo, aunque era
obvio que pensaba lo contrario.
—Estoy segura de que sí. —La mujer los observó un instante más antes
de darse la vuelta—. Hasta pronto, Max.
Alice estaba a punto de volver a respirar cuando vio que el francotirador
se había quedado mirándola. Sintió que su cuerpo entero se ponía rígido,
pero él no hizo nada, solo la miró fijamente.
Entonces, Rhett se interpuso entre ambos y el chico lo miró a él con el
ceño fruncido antes de seguir a sus compañeros. El guardián no lo perdió de
vista hasta que se subió al vehículo.
Ninguno de los tres se movió hasta que los coches hubieron
desaparecido del todo.
—¿Lo conocías? —preguntó Max bruscamente a Alice.
—¿A quién? —A ella le temblaba la voz.
—Al androide 43.
Alice negó con la cabeza, muy nerviosa. Max apretó los labios.
—Es una lástima. Nos habrían dado una buena recompensa por él.
—No es mercancía —se escuchó decir a sí misma.
Los dos se quedaron mirándola.