Después de la clase de Deane, Alice tenía la sensación de que podía dejar
que la atrapasen los de Ciudad Capital y ni siquiera le importaría lo más
mínimo.
La última lección del día, la que tenían justo antes de comer, era la
especialidad. Es decir, los de tecnología tenían una clase con Geo, los de
lucha, con Deane, los de enfermería, con Tina y, si estabas en armas, como
Alice, te tocaba ir a ver a Rhett.
Casi lloró de la alegría al llegar a la sala de tiro. Había pasado tantas
horas allí dentro que casi se sintió como si volviera a casa. Tenía el cuerpo
entero manchado de barro seco y sangre en las manos, y estaba tan agotada
que solo quería irse a dormir.
Rhett la miró de reojo cuando entró, pero no dijo nada.
De hecho, su carácter fue muy distinto a como había sido con el otro
grupo. Se comportó de una forma mucho más fría, habló menos y no hizo
bromas. Ni siquiera crueles. Era preocupante.
El amigo de Shana, Tom, estuvo con Alice la mayor parte del tiempo, así
que al menos se quitó de encima el peso de intentar averiguar qué tenían
que hacer. Además, la rutina de ese día ya la había practicado con Rhett, así
que básicamente fueron dos horas de repaso.
Al terminar la clase, todo el mundo fue a la cafetería. Bueno, todos
menos Alice, a quien le quedaba otra hora de divertida y jovial clase extra.
Jake estaría orgulloso si la viera usando la ironía.
Cuando se acercó a él, Rhett estaba apoyado en una de las mesas
descargando una pistola. Al oírla, la miró de arriba abajo, se fijó en el barro
que le cubría gran parte del cuerpo y esbozó media sonrisita divertida.
—Veo que ya te has estrenado en el circuito.
—Pues sí.
—¿Y qué tal es Deane como profesora?
—La odio.
Rhett levantó la cabeza y frunció el ceño al instante.
—No digas eso aquí.
—Aquí nadie me oye. —Alice se cruzó de brazos, le seguían doliendo.
—Yo te oigo.
—¿Y qué? ¿Irás corriendo a chivarte?
Rhett se apartó de la mesa y pasó por su lado para dejar unas cuantas
cosas en la estantería. A Alice le pareció ver una pequeña sonrisa divertida
en su rostro.
—No, no lo haré —aclaró él—. Pero eso no lo sabías. ¿No te han
enseñado que hay que elegir muy bien en quién confías?
—Si no confiara en nadie, no me habría quedado en esta ciudad.
—Como quieras. No te queda otra que soportar a Deane unas cuantas
horas al día.
Hubo un momento de silencio mientras él colocaba algunos utensilios
más. Alice se retorció los dedos, impaciente, y no se pudo contener.
—Quiero volver con los principiantes.
Rhett se detuvo en seco y la miró, confuso.
—¿Cómo?
—Quiero volver —insistió avergonzada.
—¿Tienes idea de la cantidad de personas que matarían por estar en tu
lugar?
—Yo mataría por irme.
Él no dijo nada, pero al menos pareció considerarlo unos segundos.
—Yo no puedo hacer nada —fue su conclusión.
—¿Nada? ¿En serio?
—Nada.
—Pero...
—¿Qué tal tu brazo? —cambió de tema rápidamente, poniéndole una
pistola en las manos y saliendo de la sala. Alice lo siguió casi
automáticamente.
—Sinceramente, ahora mismo me preocupan más mis piernas.
Él la miró, preocupado.
—¿Tan mal ha ido?
—Ese circuito no puede ser legal. Es imposible.
—Entrenarás tanto que serás capaz de hacerlo sin parpadear, te lo
garantizo.
—Y yo te garantizo que ese día está muy lejos. ¡Mira cómo estoy y ni
siquiera hemos empezado los combates! Van a matarme.
—No van a matarte, Alice.
—Ya lo creo que lo harán. Y tendrás que cargar con ello en tu
conciencia.
Él puso los ojos en blanco, deteniéndose delante de uno de los paneles.
—¿Por qué me pasasteis al grupo avanzado? —insistió Alice molesta—.
Ni siquiera hice la prueba. Además, debería ir primero con los intermedios.
—Ya te dije que yo no controlo eso, sino Max.
—¿Y tú no podrías ayudarme?
—Lo dudo.
Rhett se quedó mirándola al ver que no empezaba a disparar. Enarcó una
ceja.
—¿Vas a tenerme aquí esperando todo el día?
—Puedes... ayudarme a que no se me dé tan mal —soltó ella de pronto
—. Podrías, no sé, ayudarme en la parte de los combates, ¿no?
Dio un paso hacia él. Rhett retrocedió casi al instante, tensándose.
—Mi especialidad no es el combate.
—Pero se te da mejor que a mí.
—Alice, no.
—Pero...
—No estamos aquí para practicar combate, sino para que aprendas a usar
todo tipo de armas.
—¿Y eso quién lo dice?
—Max.
—¿Y tú solo haces lo que te pide Max?
Rhett entrecerró los ojos, eso había dolido.
—Colócate en posición —ordenó en voz baja.
—Tienes que ayudarme —repitió ella, suplicándole con la mirada.
Rhett había alcanzado ese punto en el que su paciencia empezaba a
desaparecer, convirtiéndose en enfado. Solía pasarle a menudo cuando
Alice estaba cerca.
—Ninguno de los dos quiere estar aquí —bufó irritado—, ¿por qué no te
colocas en posición y terminamos con esto rápido para que cada uno pueda
seguir con lo suyo?
—Cuando me hayas ayudado, lo haré.
—Ambos sabemos que aquí yo pongo las normas, así que haz lo que te
digo y deja de...
—Rhett, por favor.
—No.
—Sí.
—No.
—Sí.
—¡No!
—¡Sí!
Se quedaron mirándose un buen rato, con los ojos entrecerrados, hasta
que él hizo ademán de apartarse. Alice lo sujetó del brazo con ambas manos
para retenerlo. A Rhett pareció sorprenderle un poco, pero al menos no se
apartó.
—Por favor —repitió suplicante—. Si no fuera importante, no te lo
pediría. Por favor.
Y por fin, él empezó a dudar. Alice mantuvo las manos en su brazo, muy
tensa, hasta que vio que Rhett apartaba la mirada, irritado. Eso solo podía
significar una cosa: ¡que lo estaba convenciendo!
—Eres exasperante, ¿te lo han dicho alguna vez?
—No sé qué es eso, así que ni idea.
—¿Qué quieres? —preguntó, mirándola de nuevo—. ¿Que te enseñe a
pelear?
Ella sonrió, entusiasmada.
—¡Eso sería genial para empezar!
—Y para terminar. No te acostumbres a dar tú las órdenes.
Se soltó el brazo, se dio la vuelta y salió del edificio. Alice dejó el arma
y se apresuró a seguirlo. Estaba más emocionada de lo que debería.
En cuanto llegaron al campo de fútbol, Alice vio que él se detenía y lo
imitó. Rhett se volvió hacia ella.
—No pienso tener piedad contigo por ser una novata —advirtió.