Ciudades de Humo

17. Las cuerdas de la amistad

Deane se había despertado inspirada, y en el buen sentido. Eso sí que era 
raro. 
Alice nunca creyó que una clase suya pudiera parecerle mejor que la 
anterior —más que nada, porque todas eran horribles—, pero en esa ocasión 
ocurrió. En lugar del recorrido, ese día quiso que dieran aún más vueltas al 
campo y que su entrenamiento se basara casi por completo en flexiones y 
abdominales. 
Pensándolo bien, eso también era trabajo duro, pero al menos no era el 
dichoso y maldito recorrido de la muerte. 
Además, en esta ocasión —por primera vez—, Alice no fue la única 
incapaz de terminar la clase sin descansar, sino que otras cinco personas se 
quedaron al margen durante los últimos diez minutos. ¡Por fin no era ella 
sola quien hacía las cosas mal!

Shana fue una de las que se detuvieron junto a ella, jadeando por el 
esfuerzo. Cuando Alice la vio, se aclaró la garganta, algo incómoda, 
intentando rebajar la tensión del momento. 
—¿Es cosa mía o Deane cada vez es más dura con nosotros? —bromeó. 
Shana tensó la mandíbula. 
—El hecho de que no vaya a contar a nadie lo tuyo no significa que 
sigamos siendo amigas. 
Y se colocó en la otra punta de la zona. 
Alice se quedó descolocada unos segundos, así que, cuando Deane les 
dijo que se pusieran en pareja para practicar combate, tuvo que apañárselas 
para encontrar a alguien. Especialmente cuando vio que Kenneth se 
acercaba a ella con una gran sonrisa. 
Como un rayo de esperanza, descubrió que Davy, su compañero de 
litera, estaba también solo y se acercó a él rápidamente. 
Este era más bajo que ella, más delgado y con peor carácter. Era como 
Trisha, pero en chico y en pequeñito. 
Se ajustó las enormes gafas, mirándola con desconfianza. 
—¿Quieres que entrenemos juntos? 
—Si prefieres, me alejo y dejo que Kenneth sea tu pareja. 
—Vale, no. Quédate. 
Alice, en el fondo, agradeció que le tocara con él, que no tenía la mitad 
de fuerza que Shana. Ella era capaz de mandarla diez metros hacia atrás de 
una patada. 
Justo cuando solo quedaban cinco minutos de clase y Alice empezaba a 
estar de buen humor fue como si Deane se diera cuenta. Y estaba claro que 
cuando la instructora detectaba algo de felicidad a su alrededor su primer 
instinto era erradicarla. 
—Novata —gritó, y Alice supo al instante que se refería a ella—. 
Circuito. Vamos a reírnos un poco.

Alice se preguntó si se reiría cuando le lanzara una bola de barro a la 
cara. 
Suspiró y se acercó al circuito con el chico al que habían asignado el otro 
lado. Tenía pocas esperanzas, pero empeoraron cuando vio que él ya había 
terminado mientras ella seguía intentando cruzar las cuerdas a su ritmo, 
temerosa de caerse otra vez. 
Deane, por su parte, la miraba desde abajo con una ceja enarcada. 
—¡Vamos, no tengo todo el día, novata! 
Alice, por un breve pero satisfactorio momento, estuvo tentada de 
dejarse caer sobre su cabeza. 
Intentó balancearse, pero, cuando estiró un brazo para alcanzar la otra 
cuerda, resbaló un poco hacia abajo y se aferró a la que ya estaba agarrada 
con más fuerza. 
—¡Novata! —gritó Deane, y ya sonaba a advertencia. 
Alice soltó todo el aire de sus pulmones y saltó hacia delante, pero no 
atrapó bien la cuerda y se resbaló los dos metros hacia abajo. Aterrizó con 
un horrible golpe sordo, pero eso no fue lo que hizo que se quedara un 
momento en blanco por el dolor. 
Fueron sus manos. Le escocían terriblemente por la fricción. 
No podía ni siquiera respirar cuando consiguió girar las palmas 
temblorosas hacia ella. Estaban rojas y manchadas de barro. Ardían 
muchísimo. Era insoportable, como si las tuviera metidas en una hoguera. 
Apretó los labios, intentando controlar las lágrimas. 
—Mira tus manos. —Casi pudo adivinar que Deane estaba poniendo los 
ojos en blanco—. Eres un maldito desastre. Vete a que Tina te arregle eso, 
novata. 
Alice apretó los labios con fuerza al ponerse de pie con cuidado de no 
apoyarse en las manos. Le dolían como nunca. La zona que la cuerda había 
rozado ahora estaba todavía más roja, e incluso palpitaba.

Se dirigió al hospital con aspecto lamentable. Iba cubierta de barro seco 
cuando abrió la puerta con el codo, intentando contener las lágrimas de 
dolor otra vez. 
Y la esperanza de que nadie la viera en ese estado se esfumó cuando vio 
que Tina estaba hablando con Jake. Él se sujetaba un trapo con hielo contra 
la costilla, sentado en una de las camillas. Ambos se volvieron al oírla 
llegar. 
—¡Hola, Ali...! Joooder. —Jake la miró de arriba a abajo—. ¿Qué te ha 
pasado? ¿Te has revolcado en barro para divertirte? 
Alice le puso mala cara, pero se relajó un poco cuando Tina se acercó 
casi corriendo con la cara crispada por la preocupación. 
—¡¿Qué te ha pasado en las manos?! —exclamó alarmada—. 
Enséñamelas. Ay, Dios mío. Ven aquí. 
Alice dejó que la guiara de la muñeca hacia la camilla de Jake. Se sentó 
a su lado y abrió las palmas. 
—¿Qué...? —Tina parecía desconcertada. 
—Las cuerdas del circuito de Deane —adivinó él. 
—Pues sí —murmuró Alice, que apretó los dientes cuando Tina le lavó 
la herida con agua fría. 
—No es grave —le aseguró esta enseguida—. Sé que duele mucho, pero 
lo que te daré te calmará enseguida. 
—¿Y no necesito nada más? 
—Bueno, tienes una mano mucho peor que la otra. Vas a tener que 
llevarla vendada un par de días o tres. 
Lo que le faltaba. 
Tina no dijo nada, solo empezó a vendarle la mano desde la muñeca 
hasta los nudillos. Lo único que dejó al descubierto fueron los dedos. Alice 
miró el resultado con una mueca, intentando flexionar las falanges. No lo 
consiguió. 
—A Rhett no le gustará esto —canturreó Jake divertido.



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En el texto hay: futuro, amor, amistad

Editado: 09.01.2024

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