Ciudades de Humo

18. La maldición de la pintura

Durante los días siguientes, Alice se pegó más a Davy en las clases de la 
loca de Deane que, desde ese entrenamiento en el que habían discutido, la 
miraba como si quisiera darle un puñetazo en la nariz. O unos cuantos. 
Davy no era especialmente simpático, pero al menos no la miraba con 
hostilidad, cosa que era un avance. Era el punto perfecto entre el rechazo de 
Shana y Tom y la excesiva simpatía —por no llamarlo de otra forma— del 
pesado de Kenneth. 
Por otro lado, por las noches, le daba la sensación de que, aunque muy 
poquito a poco, Rhett le contaba cada vez más cosas de sí mismo. 
Especialmente de su vida antes de la guerra. Una de las confesiones que 
más le había llamado la atención fue cuando le habló de su padre. No lo 
había hecho hasta entonces. Y lo hizo justo cuando terminaron una película 
cuyos protagonistas estaban en el ejército.

—Esta película me recuerda a mi padre —murmuró, negando con la 
cabeza—. También era militar. 
Alice lo miró de reojo, sin saber muy bien si preguntar o no. 
—¿Y gritaba tanto como ese hombre? —bromeó finalmente. 
—No. —Rhett sonrió—. Gritaba aún más. 
—Imposible. 
—Lo juro. 
—Bueno, ya sé de dónde has sacado el mal humor. 
Rhett empezó a reírse, pero no dijo nada más. 
De hecho, era difícil conseguir que se abriera. Cuando lo hacía, era solo 
en pequeñas dosis. Y después se quedaba un momento en silencio, como si 
no estuviera muy seguro de si se arrepentía o no. 
—¿Gritaba como Max? —sugirió Alice con una sonrisita, rodando para 
quedarse apoyada en los codos, mirándolo. 
Rhett ladeó la cabeza hacia ella, tumbado boca arriba. 
—Max es un angelito a su lado. 
—Lo siento, pero no me lo creo. 
—Pues es verdad. —Su sonrisa se apagó un poco—. Era un cabrón. 
Alice se quedó confusa con esa última palabra. Y también por su forma 
de pronunciarla. 
—¿Qué es eso? 
—Es... —Negó con la cabeza—. Da igual, no necesitas saberlo. 
—Anda, dímelo. 
Él suspiró. 
—Es un insulto —aclaró, mirándola—. No hace falta que vayas 
repitiéndolo. 
—Lo reservaré para cuando alguien se porte mal conmigo, entonces. 
—¿Eso quiere decir que vas a empezar a llamarme cabrón en cada clase? 
—Si tú me llamas principiante, puedes estar seguro de que lo haré.

Rhett sonrió un poco, pero dejó de hacerlo para mirarla intrigado cuando 
vio que Alice se había quedado pensativa. 
—¿Qué? —preguntó él. 
—Tu padre... ¿no era bueno contigo? 
—¿Bueno? —Rhett alzó las cejas—. No era ni bueno ni malo. Nunca me 
trató especialmente mal, pero es que tampoco estaba mucho en casa. Para él 
solo existía su trabajo. Algo bueno saqué. 
—¿El qué? 
—Bueno, me enseñó todo lo que sé de entrenamiento militar, armas, 
disciplina... —Se encogió de hombros—. Pero esa fue toda su función. 
Nunca lo percibí como un padre. En casa, siempre estábamos mi madre y 
yo. Y no... 
Se cortó a sí mismo cuando se dio cuenta de lo que estaba diciendo. Sí, 
lo hacía mucho, y cambiaba de tema disimuladamente. Cuando lo hacía, 
Alice se contenía para no seguir preguntando. Por mucha curiosidad que 
tuviera, no quería forzarlo a contarle cosas que no quisiera revelar 
realmente. 
Como él se había quedado en blanco, Alice decidió hacerle un favor y 
cambiar de tema. 
—¿Puedo preguntarte algo? 
Rhett enarcó una ceja, curioso. 
—Claro que sí. 
—¿Tú y Deane...? ¿Alguna vez...? 
Dejó la pregunta en el aire, sintiendo que sus mejillas se calentaban. 
Rhett, por su parte, se limitó a mirarla fijamente unos segundos, como si 
no terminara de entender a qué se refería. Sin embargo, cuando lo 
comprendió, hizo una mueca y se incorporó sobre los codos. 
—¿Qué...? Pues claro que no. —Casi se estaba riendo, incrédulo—. 
¿Quién te ha dicho eso? 
—Nadie —le aseguró.

—¿Y por qué me lo preguntas? —quiso saber confuso. 
—El otro día discutí un poco con ella. —Alice jugó con un hilo suelto de 
su camiseta, algo nerviosa—. Puede que..., mmm, puede que le insinuara 
que estaba celosa. 
—¿De qué? 
Alice notó que su cara se volvía completamente roja mientras seguía 
manoseando el hilo. 
—De que tú y yo... nos llevemos bien. 
Rhett se quedó en silencio. 
Oh, odioso y sepulcral silencio. 
Al cabo de unos segundos, Alice se tragó su propia vergüenza y levantó 
la cabeza. Lo encontró conteniendo una risotada con todas sus fuerzas. 
—¿Tú le dijiste eso? ¿A Deane? 
—Eeeh..., sí. 
—Joder, y yo me lo perdí. —Se dejó caer en la cama y se pasó las manos 
por la cara—. No me lo puedo creer. 
—Pero ¡ella prácticamente lo admitió! 
—Bueno, puede estar celosa de lo que quiera. —Rhett sonrió—. Nunca 
me he acercado a ella de esa forma. 
—¿Y ella a ti? 
—En una cena de Navidad se puso un poco... borracha. Se insinuó, pero 
pensé que era solo porque estaba bebida. Nunca creí que a día de hoy 
pudiera seguir... En fin. —Negó con la cabeza—. Ignora a Deane. No 
necesita excusas para odiar a medio mundo. 
Y esa fue su conclusión. 
Alice siguió visitándolo las noches siguientes y, pese a que le sacó algo 
más de información de su padre —y ella le contó cosas del suyo—, se dio 
cuenta de que Rhett se desanimaba bastante al hablar de él. Sin embargo, su 
expresión se iluminaba cuando el tema de conversación era su madre. A ella 
le encantaba coleccionar objetos antiguos. De ahí la afición de Rhett a las cosas viejas, como su iPod, o al cine, pues había heredado su colección de 
películas. 
—Esta era su favorita —murmuró cuando Alice escogió la que quería 
ver. 
La chica abrió mucho los ojos cuando leyó la sinopsis. 
—¡El protagonista se llama como tú, Rhett! 
—Sí, lo eligió por eso. —Él sonrió de lado—. Te lo dije cuando 
estuvimos en el claro. 
—Me gusta tu nombre. Es bonito. 
—Muchas gracias por la valoración. 
—De nada —dijo alegremente. 
—En realidad, primero quiso ponerme Rick —murmuró él, rascándose 
la nuca. 
—¿Por el protagonista de la película que vimos en blanco y negro? 
—Sí. 
—Yo en otra vida me llamaría Alicia. 
Lo dijo sin pensar, y cuando hubo acabado de hacerlo, levantó la cabeza 
y miró a Rhett con precaución, asustada. Él solo parecía divertido. 
—Pero... es el mismo nombre, ¿no? 
Ella se encogió de hombros. 
—¿Cuál me pondrías tú? 
Él lo pensó un momento. 
—Mia, como la de Pulp Fiction... Leia, como la de Star Wars... Ellen, 
como la de Alien... No sé, hay muchos. 
Alice leyó la carátula antes de mirarlo de reojo. 
—Es entrañable que te guste tanto el cine. Es, de alguna manera, tenerla 
presente, ¿no? 
—Supongo que sí. De pequeño siempre me ponía sus películas favoritas, 
y los clásicos. —Arrugó la nariz, como si le incomodara pensar en lo que iba a decir—. Incluso quise ser director de cine. O cámara. Algo que me 
hiciera formar parte de ese mundo que ella tanto amaba. 
—¿Qué hace un director de cine? 
—Básicamente, es el que dirige la película. 
—Mmm... —Ella le sonrió por encima de la carátula—. Eso de dar 
órdenes podría ir muy bien contigo. 
—Intentaré tomarme eso como un cumplido. 
—Lo es —murmuró ella, mirando la carátula otra vez—. Por algún 
motivo que no entiendo, me gustas cuando te pones mandón. 
Rhett soltó una risa divertida. 
—Pues debo de gustarte todo el tiempo. 
—Veo que me has entendido. 
Alice le devolvió la película para que la pusiera. Rhett tardó unos 
segundos en hacerlo. Cuando se puso de pie, a Alice le dio la sensación de 
que se le habían enrojecido las orejas. 
En fin, a Rhett le gustaba hablar de su madre. Esa había sido su 
conclusión. 
Alice se había dado cuenta hacía tiempo de que la echaba de menos, pero 
no había preguntado qué le había pasado. No estaba segura de si él estaba 
preparado para hablar de ello. Le daba la sensación de que Rhett era de esas 
personas que se guardaban las cosas para sí mismas y las decían solo 
cuando se sentían seguras. 
Aun así, estaba encantada escuchándolo hablar de ella. 
—¿A qué se dedicaba tu madre? —preguntó. 
—Era pintora —murmuró Rhett, mirando distraídamente la película. 
—¿Pintora? 
—Sí. Ya sabes. Lienzos, pinceles... Le encantaba. 
—Nunca creí que eso pudiera ser una profesión. 
—Pues lo era. Antes. —Sonrió—. Lo que más le gustaba era hacer 
retratos.



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En el texto hay: futuro, amor, amistad

Editado: 09.01.2024

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