Por fin había llegado el día de la exploración.
A las seis en punto Alice se había presentado en el lugar indicado con la
ropa que, tal como le había dicho Max, había encontrado en su cama la
noche anterior. Consistía en una camiseta negra de manga corta, unos
pantalones del mismo color y unas botas de cordones. Todo bastante
ajustado, pero, honestamente, muy cómodo. Daba libertad de movimiento.
Entendió enseguida por qué era la ropa reglamentaria.
Aparte de a Max, Alice no conocía a quienes la acompañaban. Ella era la
más joven. Había un chico no mucho mayor que no dejaba de sonreír y
parlotear. Se llamaba Derek. También había una mujer de unos treinta años
que no decía nada a no ser que fuera estrictamente necesario. De todas
formas, le sonrió al verla. Se llamaba Ellen.
Alice miró su traje. Sí, era realmente cómodo, pero se parecía demasiado
al que utilizaban los soldados que habían invadido su zona. Seguía sin poder soportar los recuerdos. Su rostro reflejó el dolor.
—¿Estás bien?
La voz grave de Max hizo que diera un respingo y asintiera rápidamente
con la cabeza. Él la observaba con una ceja enarcada.
—Es... la ropa —murmuró avergonzada.
Esperaba que Max le pusiera mala cara, pero él suavizó su expresión y se
limitó a asentir una vez con la cabeza.
—El hecho de que lleves ropa similar no te convierte en una de ellos. Y
yo nunca te pediría que mataras a alguien inocente, eso te lo aseguro.
Alice sonrió un poco, pero el guardián ya había vuelto a centrarse en sus
cosas, así que no lo vio. Por algún motivo desconocido, esa pequeña
conversación hizo que se sintiera mejor. Mucho mejor.
Max instó al trío a subir al coche. Alice se quedó en la parte de atrás con
Derek. Ellen se dejó caer en el asiento del copiloto e informó a Max de no
sé qué del inventario; él asintió y arrancó el motor.
—Espero que hayáis hecho las presentaciones —comentó Max cuando
ya llevaban cinco minutos de trayecto.
—Afirmativo —le informó Ellen.
—¿Tienes buena puntería? —preguntó Derek a Alice, sonriente.
—Digamos que no soy un desastre.
—Es mejor que nada —comentó él. De nuevo, le pareció simpático,
aunque también le daba la sensación de que solo estaba siendo amable
porque la veía nerviosa—. El último tirador era muy bueno, fue una lástima
lo que le pasó.
Alice abrió mucho los ojos, asustada.
—¿Q-qué le pasó?
—Derek —advirtió Ellen.
—Perdón. —Él se calló cinco segundos, antes de hablar en voz tan baja
que Alice apenas lo escuchó—. El muy idiota se metió solo en el bosque y
no lo hemos vuelto a ver.
—¡Derek! —Ellen miró a Alice—. No le hagas caso. El último tirador
está en la ciudad, encargándose de unos trabajos pendientes.
Alice soltó una risita nerviosa. Esperaba que la versión de Ellen fuera la
real.
Por un momento deseó haber cogido su iPod, pero probablemente a Max
eso no le habría gustado mucho. Y, por el ambiente a su alrededor, dedujo
que tampoco iban a poner música con la radio del coche.
Así que un viaje largo y silencioso.
Genial.
Deseó que Rhett hubiera ido con ellos y, casi en el mismo instante en
que pensó en él, se ruborizó y desvió la mirada hacia la ventana, intentando
centrarse en el paisaje.
Durante la mayor parte del trayecto, el camino fue de bosque, y el coche
no dejaba de dar tumbos de un lado a otro por los baches. Alice estaba
empezando a marearse. Parecía que no iban a salir nunca de allí. Se
arrepintió de haber elegido ese lado del coche cuando vio que, por el de
Derek, había un río que, aunque no era muy ancho, era bonito.
Mirando de reojo el agua, se preguntó qué se sentiría al nadar. Lo más
cerca que había estado eran las duchas, pero no podía compararse. Había
visto imágenes del mar, pero realmente no tenía una idea muy clara de
cómo era. Siempre había querido visitarlo, pero ni siquiera sabía si estaba
muy lejos de la ciudad.
El paisaje no tardó en cambiar, distrayéndola. El bosque empezó a
hacerse menos espeso, los árboles, más escasos, el río se desvió hacia otra
parte y Alice sacó la cabeza por la ventanilla para observar mejor los
edificios que se erigían delante de ellos.
Por un momento, pensó que sería otra ciudad mucho más avanzada, con
más edificios y más altos. Pero, al acercarse, se dio cuenta de que la
mayoría estaban medio derrumbados, casi todas las ventanas estaban rotas y
las puertas, abiertas. Había coches aparcados en medio de las carreteras que Max tenía que esquivar estratégicamente, así como montones de objetos
ennegrecidos por todos lados. Todo parecía viejo, sucio y usado. De hecho
¿quemado? Había mucha madera ahora negra que parecía haber vivido
momentos mejores.
—¿Esto es...? —preguntó ella lentamente.
—Era —corrigió Derek en voz baja. Esta vez no parecía estar
bromeando—. Una ciudad que no obedeció a Ciudad Capital. Una ciudad
muerta.
Así que era eso de lo que hablaba Giulia cuando advirtió a Max. Lo que
hacían con los que no obedecían.
—¿Pueden quemar ciudades? —preguntó perpleja—. ¿Nadie se ha
opuesto jamás?
—Ah, lo han intentado. Pero los resultados nunca han variado mucho.
Alice miró a Max, que había apretado la mandíbula al escucharlos. ¿Era
eso lo que les pasaría si no se entregaba? ¿Quemarían su ciudad también?
¿Por su culpa?
No quiso volver a mirar el paisaje.
Le pareció que había pasado una hora desde que habían dejado la ciudad
cuando el coche redujo la velocidad hasta detenerse por completo. Alice
levantó la cabeza y se dio cuenta de que estaban en una zona cercana a otro
bosque, pero esta más desierta, como si algo hubiese sido quemado allí
también, solo que sin edificios de por medio.
Los demás salieron del coche, Alice los imitó. Esa zona tan abierta la
hacía sentir un poco expuesta, así que no dejó de echar miraditas a su
alrededor mientras seguía a Derek hacia la parte trasera del coche. Él subió
al remolque y entregó la munición a Ellen, que se la guardó en el cinturón.
Alice la miró con envidia. Ella también quería un arma. Probablemente no
la usaría, pero se sentiría más segura.
Ilusionada, esperó, pero esa esperanza desapareció cuando vio que Derek
bajaba del coche sin darle nada. Max apareció a su lado.