Ciudades de Humo

22. Las tortugas que resultaron ser muy útiles

—Eh, tú —Davy asomó la cabeza por la litera de arriba. 
Alice pasó una página del libro que su compañero le había dejado y 
fingió no oír nada. No estaba de humor para mantener una conversación 
banal. Pero a Davy no pareció importarle. 
—¿Es verdad que el otro día fuiste a una exploración? 
Ella lo miró, suspirando. Últimamente no había hablado demasiado con 
nadie, ni siquiera con Davy, que era el único que le parecía simpático de su 
habitación. Shana y Tom la miraban como si fuera a atacarlos mientras 
dormían, Kenneth la insultaba cada vez que pasaba por su lado y los demás 
simplemente la ignoraban. Después de todo, seguía siendo la que todavía no 
sabía hacer nada de provecho en las clases de Deane. La rarita. La 
castigada. La nueva.

Su único consuelo habían sido Jake, Trisha, Dean y Saud, pero ahora 
tampoco los tenía a ellos. Lo peor era cuando Jake se acercaba a ella antes 
de detenerse en seco al recordar lo que les había dicho Max y volvía 
cabizbajo con los demás. 
Y a Rhett ahora ya apenas lo veía. 
Ya no había clases extra en las que tomar un respiro de la presión de las 
sesiones de entrenamiento de Deane, ya no podía ver películas con él por la 
noche, no podían echarse miraditas en la cafetería o en las clases 
generales... 
Ya ni siquiera podía hablar con él de música, tenía que usar el iPod tan 
poco como le fuera posible para que no se gastara la batería. ¡Y tenía tantas 
canciones que quería enseñarle! ¡Aunque él las conociera perfectamente y 
solo fingiera sorprenderse al escucharlas para no romper sus ilusiones! 
Pero ahora él la ignoraba completamente. De hecho, todavía no habían 
hablado. En absoluto. Y habían pasado dos semanas. 
Solo hubo un momento en ese periodo en el que Rhett pareció acordarse 
de su existencia, y fue el día anterior. A ella se le había caído el cargador de 
la pistola al suelo, lo que provocó algunas risitas que se extinguieron al 
instante en que Rhett echó una ojeada furiosa a sus compañeros. En cuanto 
él recogió el cargador y se lo puso en la mano, Alice tuvo la sensación de 
que tardaba más de lo normal en romper el contacto visual con ella. 
—Ten cuidado —masculló, sin embargo, antes de volver a centrarse en 
los demás como si nada hubiera pasado. 
Alice sabía que si la ignoraba era por culpa de Max, pero dolía de la 
misma forma. Lo echaba de menos. Mucho más de lo que esperaba que se 
pudiera añorar a alguien. Alguna noche había pensado en ir a verlo, incluso, 
pero no podía arriesgarse a que los desterraran a ambos de la ciudad. 
De hecho, en varias ocasiones durante esas dos semanas se había 
preguntado cuál sería el problema si la echaban de la ciudad. Después de todo, ¿no era ese el objetivo? Su padre le había dicho que fuera al este. Era 
el único lugar seguro para ella, ¿no? 
Pero ¿por qué sentía que se le formaba un nudo en el pecho al pensar en 
abandonar ese lugar? 
Como necesitaba mantener su mente ocupada —con urgencia— se había 
enganchado a leer los libros que Davy le prestaba con la siguiente amenaza: 
si doblaba una página, ensuciaba o perdía el libro, amanecería muerta. 
Sí, Davy era muy tranquilito para todo, pero cuando te metías con sus 
libros se volvía verdaderamente violento. 
Además, él creía que Alice no sabía leer muy bien —como algunos 
adolescentes de esa ciudad—, así que se sorprendió mucho cuando se 
terminó uno de sus libros en dos días. Uno de más de setecientas páginas. Y 
es que la pobre Alice se había pasado tantas horas de su vida en la 
biblioteca de su antigua zona que no podía evitar leer a toda velocidad. 
Davy la estaba mirando en busca de una respuesta. ¿Qué había 
preguntado? 
Ah, sí, lo de la exploración. 
—Sí —dijo Alice torpemente, colocando un trozo de papel en la página 
en la que se había quedado antes de cerrar el libro—, fui con ellos. 
—Y ¿cómo fue? 
Alice lo miró, confusa. 
—¿El qué? 
—Salir —aclaró Davy—. ¿Como es salir? 
—¿Nunca has salido? 
—No que yo recuerde. Llegué aquí siendo bastante pequeño. ¿Cómo 
es... el exterior? 
Alice se acomodó sobre la almohada. 
—Caluroso. Vacío. Triste. 
—Sí, me lo imaginaba. 
—No te perdiste nada importante —le aseguró Alice en voz baja.

—Todo el mundo quiere ser explorador, pero yo no. —Puso los ojos en 
blanco—. Con lo cómodo que es quedarte aquí leyendo... ¿Para qué 
querrías ir a dar vueltas innecesarias por el exterior? 
Y, tras eso, volvió a tumbarse felizmente en su cama. 
Alice había descubierto unos días antes que a nadie le importaba el 
hecho de que tuviera un iPod. De hecho, cada cual tenía sus cosas, que el 
resto respetaba. Así que se puso los auriculares y buscó la lista favorita de 
Rhett. 
Eso volvió a hacer que se sintiera como si estuviera al borde de un 
precipicio, sujetando solo la mano de Max, que podía soltarla en cuanto le 
apeteciera. Lo irónico era que esa era exactamente la forma en que se sentía 
en su antigua zona. Al borde del precipicio, siempre, con su padre como 
único punto de apoyo. Solo había cambiado la cara de la persona que la 
aguantaba. 
Estaba tan distraída que sus ojos empezaron a cerrarse incluso antes de 
que apagaran las luces. Fue entonces cuando vio a dos chicas acercándose a 
su cama. Rápidamente, se desperezó y las miró con desconfianza. 
—¿Qué? —preguntó directamente, apagando el iPod pero sin quitarse 
los auriculares. 
—Oye, Alice, ¿te acuerdas de nosotras? 
—Dejadme en paz. —Ni siquiera las miró. 
Eran las que se habían dedicado a meterse con sus amigos cuando era 
una principiante. Y recordaba perfectamente cómo la prueba de una de ellas 
con Rhett la había incomodado mucho. Esa era la que menos le gustaba. 
Pero ¿qué hacían allí? No era su habitación. Y desde que Max se había 
puesto tan estricto con ella nadie visitaba dormitorios ajenos para no hacer 
que el castigo cayera sobre ellos. 
—¿Podemos sentarnos? —preguntó la que se llamaba Annie, según 
recordó.



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En el texto hay: futuro, amor, amistad

Editado: 09.01.2024

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