Jake ahogó un grito cuando uno de los hombres les apuntó con la pistola.
Alice, por su parte, se quedó inmóvil.
—¡Mierda! —soltó el otro, sacando también su pistola y apuntándoles
—. ¡Salid! ¡Vamos!
Jake miró a Alice, esperando que ella decidiera qué hacer. Tras unos
segundos, ella se puso de pie lentamente. El chico la imitó. No sabía cuál de
los dos tenía más miedo.
—¿Estáis solos? —preguntó el mismo hombre—. ¡Levantad las manos!
¡Los dos!
Alice lo hizo al instante y miró significativamente a Jake, que se había
quedado paralizado, para que él también lo hiciera.
—¡Responde! —le gritó el hombre a Alice.
—Sí —le dijo ella enseguida—. E-estamos solos.
Había bajado la pistola para acercarse, pero su compañero seguía
apuntándoles. Alice tragó saliva, tensa, cuando notó que le pasaba las
manos por las piernas, los brazos y el torso en busca de armas. Le entraron
ganas de clavarle un rodillazo en la cara y sospechó que Jake había pensado
lo mismo cuando se lo hizo a él.
Pareció quedarse satisfecho al comprobar que no llevaban nada encima.
—Están limpios —informó en voz baja.
—Bien. —El tipo que todavía les apuntaba les hizo un gesto brusco—.
Acercaos. Y hacedlo muy lentamente.
Obedecieron enseguida. Alice estaba intentando pensar una forma de
escapar, pero su mente se había quedado en blanco. Quizá, si Jake no
hubiera estado allí, habría sido diferente. Pero no podía permitir que le
ocurriera nada a su amigo, así que no iba a arriesgarse a actuar de manera
impulsiva o precipitada.
—¿Qué hacemos? —dijo el otro hombre, sin dejar de apuntarles.
—Pregúntale a Giulia. Ella sabrá.
¿Giulia? ¿Ella también estaba allí?
Oh, no.
El aludido se llevó una mano a la cabeza y apretó un botón de algo que
llevaba en la oreja. Parecía un dispositivo de comunicación que le cubría el
tímpano. Sin dejar de pulsarlo, empezó a hablar.
—Tenemos a dos extraviados. Una chica de unos diecisiete y un niño de
doce.
—Trece —susurró Jake.
—Y diecinueve —susurró Alice.
—¿Es que queréis morir? —preguntó el otro.
Los dos se callaron al instante.
El que estaba hablando con Giulia escuchó unos instantes. Después, se
quedó mirándola a ella.
—Ella dice que diecinueve. Creo que un poco más de un metro setenta.
Sí, delgada. Pelo oscuro, ojos azules... —Silencio—. Muy bien.
Asintió con la cabeza a su amigo, que se acercó a ellos.
Alice dio un paso adelante cuando vio que uno agarraba a Jake por el
brazo y lo empujaba hacia la puerta, apuntándole con una pistola a la
cabeza.
—¡Alice! —exclamó el chico aterrorizado, antes de desaparecer fuera.
Ella intentó acercarse a ellos al instante, aterrada también, pero el
hombre que hablaba con Giulia la agarró por el cuello y la estampó contra
la pared con una facilidad casi ridícula. Alice lo agarró de la muñeca,
intentando liberarse, pero ya podía sentir el aire frío sobre su estómago. Le
había levantado la camiseta. El número.
—Joder —masculló él, abriendo mucho los ojos.
Ella bajó la mirada y vio el enorme 43 en su estómago. El hombre se
quedó mirándola unos segundos, incrédulo, y después se llevó la mano a la
oreja.
—¿Giulia? Tengo a...
Alice, por puro impulso, se abalanzó sobre él, le arrancó el dispositivo
de la oreja y lo lanzó al otro lado de la habitación. Durante unos segundos,
se quedaron mirándose, ambos sorprendidos por lo que Alice acababa de
hacer.
Entonces, el hombre le apuntó con la pistola. Aunque sabía que no
moriría, ella se apartó por instinto y el ruido del disparo tan cerca de su
cabeza hizo que en su oído solo se escuchara un pitido insoportable durante
unos segundos.
Consiguió alejarse de él, al tiempo que le lanzaba cualquier objeto que se
encontraba. Un bote lleno de un líquido rosa que no tenía muy buena pinta
salió dirigido hacia él, que lo esquivó antes de volver a disparar. Esta vez, la
bala casi le rozó el hombro.
Alice, que se había tirado al suelo para esquivar el proyectil, se puso en
pie de nuevo y agarró otro bote de cristal. Esta vez apuntó al estómago.
Jadeaba, trató de moverse lo más rápido posible y acertó. El bote estalló en
el objetivo y algunos fragmentos de cristal quedaron clavados en la piel de
su enemigo.
Mientras el hombre se doblaba de dolor, Alice se lanzó sobre él e intentó
quitarle la pistola. Pero él, con una sola mano, forcejeó con ella durante
unos segundos. La lucha se volvió más encarnizada, ambos intentaban que
el cañón de la pistola apuntara al otro. En cuanto uno lo consiguiera, el
gatillo se apretaría y habría un ganador y un muerto.
Alice soltó un gruñido entre dientes, sentía todos sus músculos
doloridos. Pero, por fin, consiguió girar la pistola hacia él. El momento de
felicidad duró muy poco. Al instante, el hombre se apartó. Toda la fuerza
que Alice había puesto sobre él encontró el vacío y ella cayó al suelo,
golpeándose con dureza.
Notó el segundo exacto en que la bala le rozó el brazo. Lo sintió incluso
antes de escuchar el sonido del disparo.
Se quedó tumbada en el suelo apenas un segundo, en el que su visión se
quedó blanca y no pudo oír ni sentir nada que no fuera una oleada de dolor
punzante que iba en un aumento vertiginoso.
—Siempre en el mismo brazo —masculló mareada.
Se sujetó la herida con la otra mano y miró al hombre, que ya estaba de
pie encima de ella, apuntándole a la cabeza. Alice apretó los labios. Ya no
había nada que hacer. Iban a llevársela otra vez. Era un hecho. La
desconectarían.
Y quién sabía lo que les harían a los demás.
Solo pensar en eso le dolió más que cincuenta balazos.
Y, justo cuando cerró los ojos para no ver lo que estaba a punto de
ocurrir, notó que algo le agitaba el pelo. Un movimiento rápido. Abrió los
ojos. El hombre estaba tirado en el suelo gruñendo de dolor.