Había pasado dos lunas desde que Lucien Meier había aparecido en la vida de Anne Marrie dejando todo su mundo envuelto en un caos.
El Marqués se había embarcado en una misión de reconocimiento por el norte, por mandato de la reina. Siempre le escribía cartas a Anne Marie expresando cuánto la extrañaba y prometiendo que pronto regresaría para fijar una fecha para la boda. Anne no quería deshonrar a su familia cancelando su compromiso, por lo que había decidido seguir adelante.
Anne seguía viviendo en la casa de su tía, negándose a regresar a su hogar por temor a encontrarse con Lucien. Esa misma tarde, mientras estaba pintando un retrato en la terraza, llegaron sus padres de visita.
—Hola, pequeña. Te he extrañado mucho en la casa —dijo su padre abrazándola con fuerza.
—Papi, tú también me has hecho mucha falta —respondió ella, abrazándolo de vuelta.
—Entonces, ¿por qué no vuelves, pequeña? ¿Qué sucede?
—Nada, me gusta la tranquilidad que hay aquí.
—Anne... ¿Hay algo que quieras decirme? —insistió su padre, notando que algo estaba pasando. Ella lo miró, negando con la cabeza, pero su padre continuó hablando—. El Duque Meier ha estado preguntando por ti. Tu madre se ha negado a decirle dónde estabas.
—Es mejor así, papi —respondió Anne con tristeza.
—Cariño, ¿pasó algo entre ustedes? Ambos se han comportado de manera muy extraña desde que estuvimos en su casa —mencionó su padre, preocupado.
—No, papi. No ha pasado nada —dijo Anne, pero su tono de voz delató que no estaba siendo del todo sincera.
—Está bien, te creo —dijo su padre, levantándose de su asiento—. Pero si necesitas hablar, sabes que siempre estaré aquí para ti, ¿verdad?
Anne asintió con la cabeza, agradecida por el apoyo de su padre.
El conde Marcos de Oberisel comenzó a caminar por la habitación y se acercó a observar la pintura que estaba haciendo su hija cuando la interrumpió con su llegada.
—Qué curioso, ese retrato me resulta familiar —añadió observando la pintura donde se veía el perfil de un hombre admirando la luna llena.
—¿Sí? Qué raro. Iré a saludar a mamá —respondió Anne, un tanto nerviosa, y salió de la habitación, dejando solo a su padre.
El conde sonrió para sí mismo y pensó: "Qué tontos son los jóvenes de ahora". Luego, salió detrás de Anne para unirse a su esposa.
Por insistencia de su madre, Anne había decidido regresar con ellos a la ciudad. El Marqués estaría de vuelta pronto y era hora de fijar una fecha para la boda. Así que ahora se encontraba en su habitación, rogando porque no se encontrara con Lucien.
Anne había evitado salir de paseo por la ciudad desde que había regresado, pero no había podido escapar de su madre, que la obligaba a asistir a un baile esa noche.
Anne se sentía incómoda, sabiendo que Lucien también podría estar allí y no quería encontrarse con él. Se vistió con su vestido más elegante y se preparó para salir, con la esperanza de que la noche pasara rápido y sin incidentes.
Cuando llegaron al baile, Anne se mantuvo en un rincón, tratando de pasar desapercibida. Sin embargo, su madre la vio y la llevó a presentarla a algunas personas. Anne se sentía más y más ansiosa esa noche.
Así que ahora, Anne se encontraba en el mismo salón donde conoció a Lucien por primera vez. Desde que llegó, no dejaba de mirar a su alrededor para ver si él estaba allí. Al no verlo, se permitió relajarse, pero solo fue un instante porque luego lo vio aparecer y su mente fue invadida por los recuerdos de aquella noche. Se recuperó rápidamente y fue a ocultarse.
Anne se encontraba abrigada por las sombras de las columnas y oculta en un mar de personas que la rodeaban. Mientras lo observaba moverse con gracia y soltura, desprendiendo ese aire de firmeza y seguridad, su presencia la hipnotizaba y despertaba deseos dormidos en ella. Anne sabía que no podía permitirse esos sentimientos hacia Lucien, pero no podía evitar sentirse atraída por él.
Seguía cada uno de sus pasos en paralelo, deseando ser la mujer que estaba a su lado esa noche, soñando despierta con algo prohibido. Así permaneció por un tiempo incontable, hasta que se vio arrastrada a un extremo del salón.
De repente, sentía que se ahogaba, necesitaba aire fresco. Se dirigió a la puerta más cercana y trató de abrirla, empujando con todas sus fuerzas, pero estaba muy pesada. Cerró los ojos agotada y se tomó un tiempo para intentarlo de nuevo. Una... dos... respiraciones profundas. Cuando abrió los ojos nuevamente, una mano grande y fuerte se cerró alrededor de la suya que tenía apoyada en la puerta. Trató de retroceder, pero alguien detrás de ella se lo impidió y antes de que pudiera reaccionar, sus fosas nasales se inundaron con su fragancia. Sintió su cálido aliento en el cuello y fue envuelta en una burbuja de deseo cuando su voz grave susurró.
—Buenas noches, mi lady. Permítame ayudarla. —le habló suavemente al oído, haciendo uso de su seducción. No podía girarse para mirarlo a los ojos, ya que su espalda estaba pegada a su pecho como si fuera una segunda piel. La hizo estremecer, su cuerpo lo reconocía y se encendía como una hoguera ardiente. Sorprendida por su reacción, se quedó petrificada, sin saber qué hacer ni qué decir, solo pensando en cómo había llegado tan rápido a su lado. ¿Acaso él la había visto en el salón? ¿Era casualidad o el destino? No lo sabía, pero tenía miedo de averiguarlo, porque de hacerlo la llevaría de vuelta al abismo.