Claroscuro — [star Wars Fanfic]

III

El sol brillaba con fuerza, cortando las nubes con sus intensos rayos blancos e infiltrándose a través de la ventana de la habitación de Ben, que dormía profundamente después de una noche de ebriedad inducida por bayas silvestres. 
 
A su lado, dándose cuenta de lo que había hecho, Keikata no podía dejar de suspirar amargamente, en medio de una resaca que sabía bien le acarrearía una gran cantidad de problemas. 
 
Apenas despertó, se dio cuenta de que tanto ella como Ben estaban desnudos, y a pesar de no recordar mucho de lo que sucedió, no le costó trabajo juntar las piezas del rompecabezas. A la gran percepción de la Fuerza, ninguno de los dos podía considerar ser Jedi después de aquella noche, y el solo hecho de permanecer en el templo ya era lo suficientemente injurioso para la orden. 
 
—No, no... no pude haber hecho esto. No... —Angustiada, Keikata respiró hondo y trató de despertar a su amigo. —Ben, despierta... —El muchacho no se movía. —Ben, por favor... ¡abre los ojos, maldita sea! —Silencio. Al ver que los intentos de despertarlo eran infructuosos, la joven tomó su ropa, se levantó de la cama y escapó por la ventana de la habitación, evadiendo a todos en el templo y corriendo directo al lago con lágrimas en los ojos. 
 
Caminando por la orilla de su lugar favorito, Keikata revisó en su cuerpo los rastros de lo que había hecho con Ben: no había sido violento, pero sí rudo, reflejado en varias marcas de color violeta en los brazos, el pecho, las costillas y las piernas. Le dolía la parte baja del vientre, y le costaba mucho trabajo abrir los ojos sin sentir que su cabeza no quisiera explotar. Agotada, se recostó de lado junto al lago y se dedicó a acariciar la superficie del mismo con las puntas de los dedos para tratar de calmarse. Se quedó dormida entre la hierba por horas, y cuando despertó, Ben estaba junto a ella, con los pies metidos en el lago, los ojos inflamados, unos cuantos rasguños en el cuello, los brazos y la espalda, y un semblante sombrío. —Hola, Kei. 
 
La joven miró al cielo, se recostó boca arriba y puso sus brazos bajo su cabeza, a manera de almohada. —No se supone que debas estar aquí. —Ben se cubrió la cara con las manos, completamente consciente de que Keikata tenía razón. 
 
—Tú tampoco. Pero acabé sentado a tu lado en este lugar. 
—Ben, lo que hicimos no tiene perdón. 
—No fue malo. 
—Lo sé —Keikata se sentó y arrancó unas cuantas hierbas mientras evitaba el contacto visual con Ben—, pero es prohibido para los Jedi. 
—Y ahora entiendo por qué. 
 
La joven se desenredó el cabello y comenzó a trenzarlo con una habilidad sorprendente. Ben no dejaba de mirarla, a pesar de que ella no parecía reaccionar a aquel escrutinio. —Kei, lo siento. De verdad lo siento mucho. —Keikata continuó trenzando aquella cascada de seda negra sin perder la concentración. —¿Ben, por qué te disculpas? —Él pasó su mano por la orilla del lago y se echó un poco de agua en la cara. —Por encontrar esas estúpidas bayas. Por dejarlas fermentando. Por embriagarnos. Por poseerte. Por cometer este error. Por alejarnos del camino. 
 
Keikata terminó de trenzar su cabello y finalmente se decidió a levantar la mirada. Sus ojos se encontraron con los de Ben. —¿Crees que haber dormido conmigo fue un error? —El muchacho negó con la cabeza. —No. Tu parte fue entretenida. Lo que quiero decir es que... toda la situación lo fue. Ahora que lo pienso... no debimos dejar que avanzara tanto. —Keikata, lejos de sentirse halagada, se levantó de su lugar y le dio la espalda a Ben. 
 
—Ah... ahora sí crees que debimos dar marcha atrás. 
—No, Kei... no es eso. 
—¿Entonces? 
—Lo que pueda pasar después... 
—¿Qué con eso? 
—Me atemoriza. Más que antes. —La joven se volvió hacia su amigo. 
—Pero aun quieres saber qué hay al otro lado. —Ben asintió. No podía negar que la curiosidad lo mataba. 
—Y al mismo tiempo no. Puede ser un terreno fangoso al que no nos hemos preparado para entrar. Deberíamos olvidarlo y ya. 
 
A Keikata le costaba mucho trabajo asimilar que el hombre indeciso y tibio frente a ella era el mismo que la noche anterior le había hecho ver las estrellas de Coruscant en medio de alucinaciones causadas por el alcohol. Se le hacía difícil creer que era el mismo proveedor de un placer prohibido que le hizo temblar las piernas y cosquilleó su mente por unas cuantas horas. 
 
—No puedo creerlo, Ben Solo. —Keikata se alejó de la orilla del río y comenzó a caminar hacia los árboles. Él la siguió. —¿Qué pasa, Keikata? ¿Ahora te vas a hacer la indignada? Podría hacer que... —La joven se volvió hacia Ben, irritada. —No trates de voltear las cosas. ¿Crees que por una noche en la que nos embriagamos e hicimos estupideces no nos meteremos en problemas? ¿Sólo porque olvidarlo podría ser mejor? ¿No tenerlo en la memoria va a solucionarlo? La culpa ya está. La corrupción ya está. No hay manera de limpiarla. 
 
Keikata trató de irse, pero Ben la tomó del brazo, forzándola a detenerse. —Ven conmigo, Kei. Aun podemos ser Jedi, vamos al templo de nuevo. —La joven se soltó con destreza. —Si quieres olvidarlo todo, está bien. Te vas a quedar en el templo. Te vas a convertir en un caballero Jedi. Vas a traer honor y gloria a la estirpe de los Skywalker. Vas a ignorar al lado oscuro de la Fuerza. Y vas a dejar que me vaya. —Ben repitió su agarre con vehemencia. —Kei, por favor... —El muchacho miró a su mejor amiga con una insistencia que le complicaba tomar la decisión de marcharse del templo y dejar de lado todo lo que quería para ella misma, y que hasta la noche anterior estaba clarísimo en su mente. 
 
—Ben, déjame ir. Ya es demasiado tarde, no puedo completar mi entrenamiento Jedi después de esto. 
—Dijiste que lo haríamos juntos. 
—Y aquí es donde nuestros caminos toman direcciones distintas. 
—No te vayas. 
—Debería dejar este planeta. 
—Ni siquiera lo pienses. 
—¿El Borde Exterior suena bien para un escape, no crees? 
 
Ben apretó el agarre en el brazo de su amiga, lastimándola. —¡No! ¡Te vas a quedar aquí, no puedes dejarme solo en esto! —Ella se zafó con dificultad. El muchacho cerró la mano y le dio varios puñetazos a uno de los árboles cercanos, sangrando profusamente de los nudillos. Keikata, asustada ante aquel arranque de ira, se tomó unos cuantos segundos para reaccionar. Sólo lo hizo cuando las gotas de sangre le salpicaron la cara. 
 
—¡Ben, detente! ¡Te estás haciendo daño! —Antes de asestarle otro golpe al árbol, Keikata detuvo la mano de Ben. —Esto es una niñería. Déjalo. —La joven rasgó una de las mangas de su túnica, la convirtió en tiras delgadas y envolvió aquella mano que no dejaba de sangrar. El muchacho la miró con hostilidad. 
 
—No quieres volver al templo. 
—Lo veo como algo fútil. 
—Kei, por favor... —La joven movió la cabeza en señal de negación. 
—Sabes que no puedo quedarme. Tampoco puedo decir que soy aprendiz de Jedi. 
—Somos lo suficientemente fuertes mentalmente como para permanecer en el templo manteniendo nuestros secretos sin que el tío Luke lo sepa. —Keikata fijó sus ojos en los de su amigo, tratando de ocultar su angustia. 
—¿Te das cuenta de que lo he hecho por años? 
—Lo sé mejor de lo que crees. 
—Entonces supongo que entiendes lo agotador que puede ser. 
 
Keikata anudó la improvisada venda y miró a Ben a los ojos. Luego lo abrazó para tratar de calmarlo. —Kei, hazlo por Taliara. Te lo ruego. —Ella suspiró. —No hagas esa jugada conmigo, Ben. Ya hablamos de eso. Ve, quédate y no causes más problemas. Yo encontraré la forma de sobrevivir por ahí, donde ningún Jedi pueda encontrarme. —El muchacho logró contener las lágrimas por muy poco, pues despedirse de la persona con quien llevaba años de amistad incondicional era incómodo y doloroso. Aun así, no pudo evitar que su voz se quebrara. —Kei, no me dejes solo... —La joven sabía bien que lloraría por los dos, así que hundió la cara en el pecho de Ben para que él no viera lo que le sucedía. —Estarás bien, pequeñito. Vete ya, no lo hagas más difícil para mí. 
 
Después de ver partir a Ben, Keikata decidió regresar al lago, meditando sobre su futuro y llorando más que antes. Sabía que la decisión tomada dolía, pero encontraba en ella un sosiego mayor que el hecho de quedarse en el templo fingiendo que nada sucedía. No era capaz de mentirse a sí misma de esa forma. 
 
Keikata decidió quedarse entre los árboles hasta calmarse por completo, y resolvió improvisar un lugar para dormir sobre la hierba, planeando desaparecer después, olvidar los malos ratos y dejar atrás su vida de Jedi. 
 
Horas después, las criaturas del bosque comenzaron un inusual murmullo que fue en aumento hasta convertirse en un alboroto imposible de ignorar. Aquella inquietud también alcanzó a Keikata, quien despertó súbitamente al confundir una pesadilla con una perturbación en la Fuerza que estaba ocurriendo en ese preciso instante y le desgarró el corazón en mil pedazos al fijar sus ojos en el horizonte. 
 
A lo lejos, fulgurante en medio de la noche, una columna de fuego se alzaba donde solía estar el templo Jedi del maestro Luke Skywalker, del cual sólo quedarían cenizas y piedras carbonizadas en la mañana.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.