La madre de Keikata terminó de peinar a su hija con un par de preciosas trenzas y le puso una pequeña flor amarilla en la oreja. Debía verse presentable para causar una buena impresión en los emisarios de Luke Skywalker, el gran maestro Jedi que había prometido entrenarla en el camino de la Fuerza.
—¿Cariño, recuerdas lo que te he dicho sobre los Jedi?
—Un Jedi no debe conocer la ira. Ni el odio. Ni el amor.
—Eso es. No lo olvides nunca y serás la mejor Jedi del Universo.
—Sí, mami.
Después del desayuno, los emisarios llegaron vestidos con sus impecables túnicas blancas e impregnando el ambiente de una tranquilidad que, de lo evidente, podía sentirse en el tacto. La madre de Keikata los recibió con una sonrisa.
Le tomó unos minutos a la pareja de enviados darse cuenta del enorme potencial que la niña presentaba. Tenía la edad apropiada para comenzar el entrenamiento en el templo Jedi y su actitud era óptima en cuanto a aprendizaje. Estaba más que lista.
Antes de irse, la madre de Keikata se despidió de su hija con un abrazo y un par de frases de amor que nunca olvidó. Unos cuantos días después, la pequeña llegó al enorme templo Jedi que compartiría con otros niños de su misma edad. Emocionada, salió corriendo de la nave luego de soltar sus trenzas y dejar que su cabello fluyera con el viento.
Aquel lugar de amplios balcones y hermosos vitrales atrajo toda la atención de la niña, que en su inocencia se quedó mirando los cristales tintados de violeta mientras los demás niños se acercaban para conocerla.
—Mira eso, Setrinka —Wilbrice, el pequeño chico de Felucia, se acercó a Keikata junto con su hermana—. Es demasiado pelo para una sola niña.
—Oye, peluda —la recién llegada se volvió hacia donde oía la voz, que resultó ser la de Yaqriq—, ¿trajeron un cargamento de Kashyyyk y viniste de polizón, verdad?
Sabiendo que el niño de Cato Neimoidia intentaba burlarse de ella, Keikata se echó el cabello hacia adelante, cubriendo su cara por completo. Luego emitió el característico gruñido de los wookiees, con lo que atrajo a los demás aprendices, sorprendidos por aquel inusual sentido del humor.
—Esa no es una bienvenida, Yaqriq —Otro de los niños se acercó con una sonrisa—. Eres graciosa. ¿Cómo te llamas? —Peinándose de nuevo, ella miró al chico que le preguntó su nombre, encontrándose con un gesto desinteresado y dulce al ver una mano tendida frente a ella, saludándola. —Keikata... y no soy un wookiee. —Estrechando la mano del niño, los dos sonrieron. —Bueno, Keikata... si fueras un wookiee... serías uno muy lindo. Y me caerías mejor que Chewbacca. Soy Ben.
Los demás niños rieron. Ben se dio la vuelta. —No le cuenten a papá que dije eso. —Asterre le guiñó el ojo. Valaud y Taliara lo imitaron.
Los aprendices de Jedi dedicaron unos minutos a conversar hasta que el maestro del templo hizo su aparición. Al ver a Keikata, Luke Skywalker se acercó al grupo, a lo que la niña nueva, en una muestra de respeto y profunda admiración, se inclinó para saludarlo.
—Maestro... gracias por recibirme en su templo. —El paciente Jedi, con un gesto paternal, puso su mano en la cabeza de la niña y sonrió orgulloso, consciente del sorprendente poder que tenía frente a él. Un poder que se encargaría de pulir y canalizar por el camino correcto.
—Eres bienvenida, Keikata. Vas a ser una excelente Jedi.
El chorro carmesí que brotaba de la cabeza de Valaud tiñó la piel de Satsu Ren, quien después de perder el conocimiento por unos minutos abrió los ojos y se encontró con un panorama aterrador.
Aquella descarga eléctrica desactivó los bloqueos de la jaula y paralizó a la joven el tiempo suficiente para que Kylo Ren llegara hasta el recinto y los aprendices trataran de contenerlo, sin éxito.
Asterre y Wilbrice sufrieron mutilaciones de las extremidades y sus cuerpos quedaron desparramados por todo el salón. Taliara murió estrangulada, Yaqriq cayó decapitado y Setrinka fue alcanzada de lleno por la descarga, deteniendo su corazón al instante.
No había que pensarlo demasiado para darse cuenta de quién había sido el autor de aquella masacre. Pero él no planeaba acaparar toda la culpa.
—¿Ves lo que causas, Satsu? —Kylo Ren estaba junto a la jaula, empapado en sudor y con un extraño sable de luz en la mano. El fulgor rojo del haz emulaba al díscolo fuego, tan difícil de manejar como el carácter de su portador. La joven, al ver aquella imagen, intentó mantener la calma con un esfuerzo inimaginable.