1º LIBRO – Realidad y Ficción
24.
Buenas nuevas en la mañana
Amaneció aquel miércoles con un día espléndido, el cielo estaba despejado pero el frío persistía, todavía a finales de enero. Estudiantes y algunos trabajadores aún tenían cinco días más de fiesta, hasta el domingo, y por ello las calles estaban llenas de gente disfrutando únicamente de su tiempo de ocio.
El viejo Lao salió por la puerta de la casa de su nieta Mei Ling, pegando un bostezo que retumbó todo el rellano del quinto piso. Fue un bostezo placentero, después de haber pasado los últimos días estresado con el problema de Kyo, y con el de Neuval también, y por fin todo estaba solucionado. O a medias, porque aún quedaba el asunto del juicio de Neuval y encontrar a Cleven. Lo que hay que aguantar por la familia, se decía. Para Lao no había nada más importante en el mundo.
—¿Pero dónde diantres...? —rechistó el viejo cuando empezó a palparse los bolsillos internos de su parka y ver que le faltaba algo. Puso los ojos en blanco pacientemente—. ¡Mei Ling! —exclamó hacia el interior de la casa.
La mujer vino desde la cocina hasta la entrada, con las manos en la espalda y con cara de disimulo. Llevaba su larga y lisa melena negra recogida en una bonita coleta, y estaba ya vestida, con pantalones rojos de cintura alta y botones laterales dorados, una blusa blanca y una chaqueta negra sobria y elegante.
—Señorita, ¿cuándo vas a dejar de robar mis cosas? —le reprimió el viejo Lao, extendiendo una mano hacia ella.
Mei Ling suspiró con fastidio, viendo que no servía de nada ocultarlo a sus espaldas, y le devolvió sus dos pistolas. Eran unas pistolas denominadas Tasogare y fabricadas por la empresa Hoteitsuba; en concreto, estas las diseñó el propio Lao, y se parecían mucho a las Beretta 92. Eran dos preciosidades muy potentes. El viejo volvió a guardarlas en los bolsillos internos de su chaqueta y le lanzó a su nieta una mirada de reproche.
—Quizá cuando dejes de tener cosas tan interesantes —respondió ella a su pregunta—. ¿Cuándo me vas a regalar unas?
—Eh... ¿Nunca? —contestó Lao con sarcasmo.
—¡Venga ya, abuelo! —se enfadó la mujer—. ¡A Kyo le has fabricado una Maître! ¡Yo llevo años pidiéndote una simple Parabellum!
—Kyo es un iris.
—¿¡Y eso qué más da!? —puso los brazos en jarra—. Yo soy humana, y a mucha honra. No necesito ser una iris para poner en práctica mi legítimo derecho a proteger a los demás. Todas las veces que he ido por la calle y me he encontrado con un delincuente atacando a un inocente, he intervenido y he salido victoriosa.
—¿Pero tú a qué quieres disparar con una Parabellum? Te tengo dicho que las armas son para los criminales más peligrosos, aquellos de los que los iris nos encargamos. Y aquellos con los que una humana como tú no se suele cruzar por la calle.
—¿Y si me cruzo con un ladrón armado o con un yakuza que quiere secuestrarme?
—Qué pregunta más idiota, Mei, tú y tus puños os bastáis solos. Por algo te he enseñado desde tu infancia a luchar a nivel profesional. Sabes perfectamente cómo esquivar una bala. Y a pesar de esos brazos tan flacos que tienes, pegas unas hostias como panes —le explicó tranquilamente mientras se miraba en el espejo que había en la pared del rellano, peinándose un poco con los dedos de forma coqueta—. Conclusión. Las balas matan. Y si los iris no matamos si no es con el permiso de Alvion, mucho menos voy a dejar que mi nieta lo haga en un descuidado acto de defensa contra un criminal al que puede noquear fácilmente de un puñetazo.
—Alvion es tu Señor. No el mío —discrepó ella, cruzándose de brazos—. Yo soy humana, y por tanto, no tengo un ser superior como dueño.
—Claro, porque los diez dioses que dominan toda nuestra realidad y que juzgarán tu alma cuando mueras no cuentan.
—Esos diez frikis no me dan miedo —refunfuñó arrogante.
—Oye... —la miró Lao con sorpresa, dándose cuenta de cómo iba vestida—. ¿Y por qué luces tan preciosa tan temprano? ¿Tienes otra sesión de fotos en esa nueva agencia de modelos que te ha contratado y que no me gusta nada? Me gustaba más en la que estabas antes. La de ahora te saca cada vez con menos ropa. ¿Tú tienes idea de la cara de loco que se me pone cada vez que encuentro a un empleado de Hoteitsuba con las pupilas adheridas a la revista en la que salen tus fotos? Mira, así —se inclinó hacia ella para mostrarle una horrible mueca torcida de ojos inyectados en furia—. Así se me queda la cara, ¿te asusta? Porque a mis empleados sí.
—Abuelo —resopló con paciencia, dándole un manotazo en la cara para apartarlo—, no seas anticuado. Seguro que si mi hermano hiciera lo mismo que yo, no te quejarías.
—No te equivoques, jovencita. Igualmente no me haría ninguna gracia que Kyo posara medio desnudo para una revista de moda. En ese caso encontraría a todas mis empleadas con los labios pegados a sus fotos y de nuevo se me quedaría esta cara de loco —volvió a poner esa mueca tan graciosa—. No puedo culparos por haber heredado mi indiscutible belleza, pero sí quejarme de cómo la exhibís.
—Menudo exagerado, ni siquiera poso en ropa interior, sabes que eso no me va. Y para tu información, no me he arreglado para una sesión de fotos. Esta mañana la universidad ha organizado un seminario con la Agencia Espacial y no me lo puedo perder por nada en el mundo. Es tan importante que se nos ha dicho que debemos ir elegantes.
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Editado: 12.06.2024