Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x37. La fiesta de Yako

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

37.

La fiesta de Yako

 

Al llegar a la casa de Yako, que era un chalet, Raijin y Cleven se bajaron del coche, y él caminó hasta la casa con mucha prisa, dejando a Cleven atrás. A ella ni le dio tiempo a decir nada. Por eso, Cleven dejó salir un resoplido, pensando cómo diablos iba a arreglar esa situación tan incómoda. No quería que Raijin se sintiera así por su culpa. Claro que el beso lo había dado él, y si se arrepentía, la culpa era de él. Pero ella conocía ese tipo de sentimiento porque también lo había vivido con un par de chicos antes, dar un paso que tal vez no debió haber dado, o darlo y después descubrir que no era lo que ella esperaba… Eran cosas que pasaban.

No sabía con cuántas chicas había salido Raijin desde que murió Yue. Seguramente con varias. Pero seguramente no fueron parejas importantes, tan sólo temporales. Cleven veía en él, con mucha claridad, que Yue y su muerte aún le pesaban, y que todavía lo encadenaban al pasado. Raijin no se permitía a sí mismo quitarse esa cadena. No se permitía a sí mismo ser feliz, probar conocer gente nueva, meramente vivir la vida. Era como si sintiera injusto que él tuviera esta opción y Yue no.

Por eso, Cleven se sentía tan atraída hacia él. Más allá de su belleza, su físico, su actitud estoica, lo que Cleven vio en él aquel primer día en la cafetería fue a un chico muriendo en vida. Y eso era algo que ella no podía aguantar ver en alguien. No sólo quería estar con él, lo que era un deseo de propio beneficio, sino que también quería ayudarlo a sentirse mejor, lo que era un deseo para beneficio de Raijin.

No es que él le diera pena. Es simplemente que ella había sufrido de forma similar tras la muerte de su madre y, a pesar de todas las buenas personas que la rodeaban, no todas le habían servido de ayuda para levantar cabeza. A veces, solamente hacía falta una persona, en un momento y lugar concreto, y unas palabras que sólo esa persona podía decirle. En el caso de Cleven, fue Yenkis.

Necesitaba saberlo. Ahora, era ella quien tenía esta pregunta para Raijin: “¿qué es lo que deseas?”. Y él iba a tener que responder esa noche.

Cleven, cruzando curiosa el jardín, observó con la escasa luz de las farolas que estaba plagado de plantas de mil tipos. Algunas tenían flores enormes y muy raras a pesar de estar en pleno invierno. Otras, tenían hojas de color morado, o azul. Había unas en particular que llamaron su atención. Estaban por todo el perímetro del jardín, repartidas ordenadamente a la misma distancia. Eran unos arbolillos que no alcanzaban más de tres metros, los cuales, en lugar de un tronco, tenían tres, de color rojo y entrelazados casi como una trenza, y sus ramas superiores adelgazaban y se multiplicaban cuanto más ascendían, de modo que al final formaban como un amasijo de filamentos. Lo más extraño es que no tenía hojas. De las puntas de las ramas crecía una especie de algodón vaporoso de color rosado. Cleven pensó que, si eso no era algodón de azúcar, era lo más parecido que había visto nunca.

 Yako los estaba esperando en la puerta del chalet, desde la que se oía una música alta y muchas voces. Yako le dio unas palmaditas a Raijin en el hombro mientras este pasaba directamente adentro, y aguardó ahí hasta que llegó Cleven, y se metió con ella en la casa.

«¡Qué fiestorro!» se sorprendió Cleven nada más poner un pie dentro. «¡Y qué casaza!» añadió. La casa era una tradicional japonesa, de las antiguas, pero reformada de menara moderna. El interior era muy espacioso, apenas había tabiques separando las diferentes zonas, por lo que, a pesar de toda la gente que había, no era agobiante y uno se podía mover cómodamente de un lado a otro. Cleven se tomó un par de minutos para analizarlo todo, y observó que todo el mundo allí, formando grupitos de conversación por distintos lugares, sentados en los sofás, butacas y sillas con vasos de bebida en mano, eran universitarios.

—Yako —lo agarró del brazo, mirándolo preocupada—. ¿Soy la única bebé de aquí?

—¿Bebé?

—¿Hay alguien más de mi edad?

—Bueno… algunos aquí tienen 18, suelen ser los de primer año de universidad que se cuelan en las fiestas de los que somos de tercero. No me molesta, ya que aquí sólo puede entrar buena gente…

—Yako —lo interrumpió, sacudiendo la cabeza un momento, empezando a darse cuenta de que no le encajaba algo—. ¿Por qué me has invitado?

—Eres mi amiga.

—Nos hemos conocido hace menos de una semana.

—Y tenemos una química estupenda —sonrió.

Cleven se sonrojó al oírle decir eso y al ver esa sonrisa tan bonita.

—Lo sé, pero… Es un poco raro, no sé, debo de parecer un bebé a ojos de toda esta gente.

—Tampoco estás tan distanciada de los de 18.

—¿Por qué no has invitado a más gente de mi edad?

—Lo habría hecho, pero Sammy tenía otra fiesta hoy en otra parte. Y Kyo y Drasik me dijeron que tenían un asunto pendiente en el laboratorio…

—¿Laboratorio? ¿Qué…? —Cleven estaba confusa—. Espera, ¿tienes relación con Kyosuke y con ese loco de Drasik?

—Bueno… son clientes habituales de la cafetería.




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