2º LIBRO - Pasado y Presente
3.
La reunión del instituto
Otra tiza le dio en toda la coronilla. Brey levantó la cabeza con una hoja de sus apuntes pegada a la cara y con ojos de muerto. Ayer tuvo uno de los lunes más livianos de los últimos años gracias a la novedad de tener a Cleven dentro de su rutina y su ayuda en casa. Pero la vida seguía siendo dura, y este martes Brey volvía a estar agotado. Miró a su alrededor con aturdimiento, y se dio cuenta de que aún seguía en clase de Biología, la cual se la había pasado durmiendo.
—Señorito Saehara, me exacerba —dijo el profesor desde su mesa, negando con la cabeza—. Ser uno de los alumnos más brillantes de este centro no es excusa para pasarse todas las clases durmiendo.
Brey se quitó la hoja pegada a su cara y dio un bostezo para despejarse, mientras sus compañeros soltaban risas por lo bajo.
—No obstante, aquí en este centro de gran reputación también se tiene en cuenta la actitud, no sólo la inteligencia —añadió el profesor—. La próxima vez que lo encuentre durmiendo, irá al despacho de la delegada.
—Vale —contestó Brey pasivamente.
—Hm... —se mosqueó el hombre—. Y si ella lo manda al despacho del decano, luego no se queje.
—De acuerdo —asintió seriamente, rascándose un ojo.
El profesor apretó los dientes con irritación.
—Y si se lo sigue tomando a la ligera, no habrá más remedio que hablar con sus padres, muchacho —concluyó.
—Mm… Le aconsejo que primero los resucite —volvió a bostezar.
—Ah... —se sorprendió el profesor, y miró a un lado, incómodo—. Eh...
Por suerte para el viejo, se oyó el timbre de las once y media, indicando el final de la clase, así que el profesor recogió sus cosas y salió del aula para su siguiente clase un tanto desconcertado. Sin embargo, nada más abrir la puerta, entró otro profesor trajeado algo viejo.
—Chicos, esperad un momento —dijo, haciéndose oír, y los jóvenes del aula se quedaron en silencio—. La semana pasada no quedó muy claro, pero finalmente la visita al Hospital Kyoko la haréis mañana, ¿de acuerdo?
Y tras anunciar eso, se marchó con el profesor de Química. La mitad de los compañeros de Brey también fueron saliendo para ir a otra aula y la otra mitad se tomó su tiempo, creando barullo. Un grupo de chicas se reunieron en las escaleras de los estrados para salir del aula, no sin antes pararse cerca del rubio.
—Hasta luego, Brey —le dijeron con sonrisas insinuantes.
—Guapo...
—Grrr... —le hicieron un gesto obsceno.
Y se fueron. Brey negó con la cabeza, cansino, y fue recogiendo sus libros. Sinceramente, llevaba toda la vida sin que las mujeres lo dejaran en paz. En su infancia, era la gran atracción de todas las mujeres mayores que se quedaban embelesadas con su belleza y “adorabilidad”. Ahora, era la mayor atracción de todas las mujeres de todas las edades que se quedaban babeando con su belleza y virilidad. Cleven había sido presa de su encanto, no había que olvidar. Pero es que Brey incluso atraía las miradas de algunos hombres.
Él era así, había nacido así. Qué suertudo, dirían algunos celosos que matarían por estar en su lugar, con una fila de chicas detrás. Brey no lo veía así. Para él, ser guapo era un arma de doble filo. Por un lado, reconocía que era una virtud extremadamente útil en la sociedad humana porque los humanos, generalmente bobos y superficiales, trataban mejor o valoraban más a una persona guapa que a una fea. Por lo visto, era algo natural en ellos, programado en sus genes, por lo tanto, inevitable. Y esto había hecho que Brey pudiera socializar con los humanos mucho más fácilmente, ya que, si sólo fuera por su personalidad fría y racional, espantaría a todo el mundo y sufriría mucha más soledad.
Pero, por otro lado, el lado malo, es que a veces sufría lo contrario, excesiva atención, a veces llegando al acoso. Eso de ir andando por la calle tranquilamente y de repente ser llamado, detenido o perseguido por, normalmente, grupos de chicas muy descaradas, lo había vivido mil veces y era realmente molesto. Pero como ellas eran chicas y él un chico, pues ellas no iban a la cárcel ni nadie las frenaba o regañaba.
Obviamente Brey no temía por su vida cuando le perseguía un grupo de acosadoras, ya que él era un iris que literalmente podía moverse a la velocidad de la luz o lanzar cien rayos colosales y letales desde su cuerpo y dejar fritos a todos los seres vivos de Tokio. Lo que no quería decir que no fuera insufrible tener que ser molestado cuando quería andar tranquilo.
El verdadero problema llegaba cuando iba con los mellizos. Ahí el acoso se intensificaba hasta el punto de que algunas empezaban a hacerles fotos, a llamarles la atención a gritos, a acercarse demasiado… Clover y Daisuke habían llegado a asustarse mucho en varias ocasiones. Las peores, de hecho, habían ocurrido en el mismo colegio.
Este año los mellizos habían comenzado su primer año escolar y, por supuesto, en cuanto corrió la noticia entre los padres y madres de los demás niños de que el padre de aquellos mellizos tenía 20 años y que la madre había fallecido, cada vez que Brey iba a llevar o a recoger a los niños, muchos padres se le habían acercado, sin reparo ni vergüenza alguna, a hacerle preguntas personales, a husmear en su vida, a cuestionar sus acciones, incluso a lanzarle comentarios desagradables del tipo “seguro que se pasa el tiempo holgazaneando o divirtiéndose por ahí y deja a sus hijos solos en casa sin darles de comer ni bañarlos ni atenderlos, ¿cómo va un crío a cuidar de unos pobres niños? Ya fue irresponsable con el mero hecho de traer unas inocentes criaturas al mundo sin estar en absoluto preparado para ello”.
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Editado: 30.11.2024