Kazrareth siguió volando por arriba del bosque Mystre durante horas, siguiendo un camino rural que lo llevaban hacia un pueblo. El aire frío de la madrugada rozaba su piel, pero no le molestaba; había otras sensaciones que lo estimulaban, como el caos y el miedo que podía provocar. A su paso, la naturaleza misma parecía retraerse, como si la oscuridad que cargaba dentro se manifestara incluso en los animales y plantas, que parecían huir de su presencia. Aún seguía usando las ropas rotas por el combate anterior.
Mientras seguía avanzando, al ver hacia abajo noto una presencia. Un campesino solitario avanzaba en la dirección opuesta, con una capa vieja y gastada que lo protegía del frío. El hombre no vio la amenaza hasta que fue demasiado tarde. Kazrareth apareció frente a él como si se materializara de las mismas sombras, una sonrisa torcida asomando en su rostro. El campesino apenas pudo soltar un grito antes de que Kazrareth desenvainara su espada y, con un único golpe, acabara con su vida. La hoja cortó el aire y la carne sin esfuerzo, y el hombre cayó al suelo con un sonido sordo.
Kazrareth observó el cuerpo por unos segundos, la vida desvaneciéndose de los ojos del hombre. Luego, con indiferencia, se agachó y arrancó la capa del campesino, envolviéndola en sus hombros. La sangre aún fresca goteaba de su espada mientras se la colgaba a su cinturón a un costado, oculta bajo la capa. Cubierto con las ropas de Kael y la capa robada, Kazrareth siguió caminando hacia el pueblo, satisfecho con el preludio de lo que estaba por venir.
El amanecer llegó tranquilo al pueblo, y las actividades diarias comenzaban. Los aldeanos salían de sus casas, ignorando la creciente oscuridad que acechaba a las afueras. Kazrareth llegó al pueblo al despuntar el sol, con la capa cubriendo parcialmente su rostro. A primera vista, parecía un chico común y corriente, pero había algo en su caminar que causaba incomodidad en aquellos que lo cruzaban. Una sensación fría e inquietante, como si una presencia maligna los estuviera observando desde el interior de aquel joven.
—Mira este lugar, Kael... tan pacífico, tan... frágil —dijo Kazrareth con una sonrisa retorcida mientras observaba el poblado desde la distancia—. Me pregunto cuánto tardarán en caer en la desesperación absoluta cuando comience a jugar con ellos.
Kael, atrapado en su propio cuerpo, sintió una oleada de náuseas y furia al escuchar esas palabras. Pero sabía que nada de lo que dijera cambiaría lo que iba a ocurrir.
— ¡Déjalos en paz, Kazrareth! —gritó Kael, aunque sabía que sus palabras caerían en oídos sordos—.
Kazrareth soltó una risa burlona interna.
— ¿Dejar que vivan? —Repitió, con sarcasmo—. ¿Y perderme la diversión? No seas tonto, muchacho. —Hizo una pausa, sonriendo—. Además, esto es solo una pequeña parte del caos que sembraré. Necesito algo de vestimenta para "encajar" en los próximos lugares.
Kazrareth avanzó lentamente por el mercado del pueblo, buscando con la mirada su próxima víctima. No era un simple saqueador; disfrutaba jugando con sus presas, sembrando el miedo antes de destruirlas. Se detuvo frente a un puesto de frutas, donde un hombre mayor ofrecía manzanas y peras frescas. Kazrareth extendió una mano sobre la mercancía sin tocarla, y una tenue corriente de magia oscura brotó de sus dedos. Las frutas comenzaron a marchitarse y pudrirse en cuestión de segundos, volviéndose negras y emitiendo un hedor nauseabundo.
El vendedor, al percatarse de lo ocurrido, retrocedió horrorizado.
— ¿Qué es esto? ¡Mis frutas! —exclamó, atrayendo la atención de los aldeanos cercanos.
Kazrareth sonrió bajo la capa. Apenas había empezado. Al seguir caminando, provocó otro pequeño caos: una cuerda atada a un carro lleno de heno se desató con solo un gesto suyo, haciendo que el carro se desmoronara en medio del camino. Los caballos que tiraban del carro se asustaron, relinchando y levantándose en sus patas traseras, lo que provocó que la gente gritara y corriera para evitar ser atropellada.
Los guardias del pueblo no tardaron en aparecer, alertados por los disturbios. Cinco de ellos se aproximaron rápidamente, rodeando a Kazrareth. El que parecía ser el líder, un hombre con marcas en sus brazos con rostro severo y cicatrices de batalla, dio un paso al frente.
—Tú, chico, —gruñó, señalando a Kazrareth con la lanza—, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Tienes algo que ver con todo este caos?
Kazrareth levantó lentamente la cabeza, dejando que la capa cayera un poco para revelar su sonrisa torcida. Aun así, mantuvo el rostro lo suficientemente cubierto para que no pudieran ver la transformación completa de Kael.
—Oh, solo soy un viajero que pasó por aquí, —respondió con voz suave pero cargada de burla—. ¿Por qué asumen que yo lo hice?
El líder de los guardias frunció el ceño, claramente irritado por el tono de Kazrareth. Dio un paso más cerca, la punta de su lanza a pocos centímetros de su pecho.
—No juegues con nosotros, chico. Algo en ti no está bien, y no tenemos tiempo para tus trucos. Si eres responsable de este caos, te haremos pagar.
Kazrareth soltó una risa baja y resonante, una risa que no contenía ninguna calidez.
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Editado: 28.10.2024