CAPÍTULO 55 : El Incidente en Washington - Parte V
Fénix y Adán seguían en el centro de la sala, el sonido de sus movimientos resonando como truenos en la Casa Blanca. La pelea había pasado de intercambios iniciales a un despliegue brutal de fuerza y velocidad. Ambos estaban cubiertos de pequeñas heridas, pero el verdadero enfrentamiento apenas comenzaba.
Adán lanzó un rugido y se lanzó hacia Fénix, extendiendo sus garras con un brillo metálico. Con movimientos rápidos y precisos, intentó desgarrar la carne de Fénix, obligándolo a retroceder mientras esquivaba y bloqueaba con dificultad. Sin embargo, en un momento de desesperación, Fénix se impulsó hacia adelante y le propinó un cabezazo directo al rostro.
El impacto resonó, pero el dolor fue mayor para Fénix, que retrocedió tambaleándose con sangre corriendo por su frente. Adán, apenas afectado, se limpió un pequeño rastro de sangre en su labio y sonrió de manera sádica.
—¿Eso es todo? —dijo Adán, con una risa que helaba la sangre.
Sin perder tiempo, Adán aprovechó la distracción. Sus garras relampaguearon, y antes de que Fénix pudiera reaccionar, las hundió en su ojo izquierdo. El grito de Fénix llenó la sala, un sonido de agonía y rabia. Adán giró su muñeca, arrancando una parte del tejido ocular y dejando a Fénix cegado de un lado.
—¿Duele? —preguntó Adán con una sonrisa torcida—. Esto es solo el comienzo.
Antes de que Fénix pudiera siquiera procesar el dolor, Adán hundió sus garras en su abdomen. La carne se rasgó bajo la fuerza de su ataque, y la sangre comenzó a fluir rápidamente. Los órganos internos de Fénix sufrieron daños graves: el estómago perforado, el hígado parcialmente desgarrado, y una hemorragia interna que comenzaba a drenarlo de su energía.
Adán lo agarró del cuello, levantándolo del suelo como si no pesara nada. Sus dedos comenzaron a apretar lentamente, bloqueando el flujo de aire de Fénix.
—¿Sabes qué es lo gracioso de todo esto, Fénix? —dijo Adán, acercándose a su rostro mientras Fénix luchaba por liberarse, su cuerpo retorciéndose débilmente—. Por más fuerte que creas ser, siempre has sido un peón. Una herramienta de Enid, de la vida, del destino... Y ahora, ni siquiera eso. Solo eres un cadáver esperando a caer.
Fénix, jadeando y con una mueca de dolor, trató de hablar, pero solo salió un hilo de sangre de su boca. Adán apretó un poco más, disfrutando del momento.
—Dime, Fénix... ¿Qué se siente saber que todo termina aquí? Que nunca serás suficiente... —Los ojos de Adán brillaban con locura mientras sus garras se clavaban un poco más.
Sin embargo, incluso en ese estado, Fénix logró articular unas palabras, entrecortadas y débiles:
—Aún... no... he terminado.
Adán seguía presionando con fuerza el cuello de Fénix, los músculos de su brazo tensándose mientras disfrutaba de la sensación de tener el control absoluto. Fénix, luchando por respirar, con su rostro desfigurado por el dolor y la sangre que cubría su piel, logró reunir la poca energía que le quedaba. Con un movimiento débil pero desafiante, escupió una mezcla de sangre y saliva directamente al rostro de Adán.
El rostro de Adán se torció en una mueca de furia. Limpiándose la sangre con el dorso de la mano, gruñó:
—¡Maldito insecto! —Su voz resonó con rabia contenida. Sin dudarlo, descargó un brutal golpe en el estómago de Fénix, justo donde ya había perforado con sus garras. El impacto resonó en la sala, y Fénix soltó un grito ahogado, doblándose sobre sí mismo mientras sentía como una ola de agonía le recorría el cuerpo. Más sangre comenzó a salir de su boca, goteando al suelo.
Adán sonrió con frialdad, disfrutando del espectáculo. Con un movimiento casual, lanzó a Fénix hacia un lado como si fuera un muñeco de trapo. El cuerpo de Fénix voló varios metros antes de estrellarse contra una pared, dejando una grieta en el concreto antes de caer al suelo. Quedó inmóvil por un momento, apenas respirando, con su mirada fija pero nublada por el dolor.
—No voy a matarte todavía, Fénix —dijo Adán, sacudiéndose las manos como si se deshiciera de algo molesto—. Aún puedes serme útil... para algo.
Adán se giró hacia Lucian y Vanessa, quienes observaban con horror lo que acababa de ocurrir. Ambos estaban exhaustos, sus cuerpos heridos y sus respiraciones irregulares, pero se mantenían de pie, tratando de armarse de valor. Adán caminó lentamente hacia ellos, su postura relajada pero cargada de amenaza.
—¿Saben qué es lo más gracioso de todo esto? —dijo Adán, mirando a los dos con una sonrisa cruel—. No es que ustedes crean que tienen alguna oportunidad contra mí... Es que voy a matarlos justo aquí, frente a él.
Señaló a Fénix con un gesto de la cabeza, su tono burlón.
—Quiero que esa sabandija tenga una última imagen antes de que su mundo se derrumbe por completo. La cara que pondrá cuando vea cómo los destrozo será algo que recordaré por siempre.
Lucian y Vanessa intercambiaron una mirada rápida. Estaban aterrados, pero la idea de rendirse nunca había sido una opción para ellos. Se prepararon para lo inevitable, aunque sabían que las probabilidades estaban completamente en su contra.
En el oscuro y silencioso búnker, la pelea llegaba a su fin. Lucio, respirando con dificultad, sostenía su espada enfundada, cubierta de sangre y jirones de carne. Frente a él yacía lo que una vez fue Irene, ahora una monstruosidad desfigurada. Su cabeza partida por la mitad aún se estremecía, emitiendo espasmos grotescos antes de quedar finalmente inerte.
Lucio dio un paso hacia atrás, tambaleándose. Su cuerpo estaba al borde del colapso: la mitad izquierda de su torso estaba completamente despojada de piel, dejando al descubierto músculos ensangrentados y fibras expuestas. La sangre brotaba de las heridas como un río lento, empapando su ropa destrozada y formando un charco bajo sus pies.
—Maldita sea... Esto... esto sí que fue... una locura —murmuró con la voz rota, su tono impregnado de agotamiento y sarcasmo.