Esto no podía ser real. Cada avance que lograban juntos, cada paso hacia adelante parecía ser seguido por algún obstáculo que complicaba las cosas.
—¿Qué hacemos? —susurró Guadalupe por enésima vez, como un mantra de incertidumbre que flotaba en el aire.
—Decir la verdad. No podemos mantener esto oculto por mucho tiempo. —respondió Ian con un tono sereno pero cargado de preocupación.
Había algo reconfortante en la forma en que Ian la miraba, como si estuviera dispuesto a enfrentar cualquier tormenta a su lado. Pero la amenaza de un distanciamiento abrupto, de ser alejada de todo lo que conocía, la hacía temblar internamente, de nuevo. —Me van a mandar directo a México, mi papá es...
—Tu papá es muy papá, lo entendí la primera vez que lo dijiste. Pero ¿cómo vamos a justificar que yo este acá una mañana de vacaciones de invierno? —Ian hablaba con una serenidad forjada en la experiencia de enfrentar adversidades, aunque sus ojos traicionaban la ansiedad que sentía.
Ambos se quedaron en silencio, las mentes girando en busca de una solución. Tenían que pensar en algo rápido, muy rápido.
Ian continuó ocultando sus cosas en la habitación, lejos de los ojos de sus padres, caminaba con la mochila del colegio colgando de su hombro izquierdo, y una pila de ropa seca en sus manos.
—¡Ya sé! — exclamó Guadalupe con entusiasmo, haciendo que Ian se detuviera en seco, intrigado por su repentino entusiasmo. —Me ayudabas a estudiar. Se hizo tarde, te ofrecí mi sillón.
Ian no pudo evitar rodar los ojos. —Dudo que eso funcione, pero si quieres darle una oportunidad a tu plan. — suspiró con pesadez, dejando caer su mochila al suelo mientras alzaba las manos en rendición. — Sigo pensando que decir la verdad es la mejor alternativa. Una mentira solo va a complicar las cosas.
—Dejámelo a mí —respondió, su voz recuperando la confianza que había perdido momentos atrás.
Guadalupe se acomodó el pelo, tomó sus llaves con una determinación renovada y salió al pasillo que la llevaría al ascensor.
Si su papá se enteraba que estaba viviendo con quien, ahora, era su novio, la mandaría a México sin necesidad de un avión.
Sus pensamientos se convirtieron en un mantra que repetía una y otra vez: "Puedo hacerlo. Tengo que hacerlo" durante todo el descenso. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Los 10 pasos hasta la puerta de calle fueron los más difíciles de su vida. No le gustaba mentir, pero no quería irse a México.
Finalmente, Guadalupe abrió la puerta, solo para ser rodeada por cuatro brazos amorosos de inmediato.
—Ok, no me están dejando respirar. — sus palabras eran como una risa tímida en medio de la tensión. Esa sensación de ser envuelta por los brazos de sus padres la transportó a un lugar de seguridad y calidez que había necesitado.
—Estas más flaca. —Sentenció Daniel cuando finalmente le dieron espacio.
—No está más flaca, Daniel, está más alta. Mira cuanto creciste. —susurró su madre mientras la abrazaba con fuerza nuevamente.
—Sólo pasaron cuatro meses, no exageren. —murmuró entre risas nerviosas.
Su papá la analizaba de arriba abajo, y esa inspección minuciosa la puso aún más nerviosa. Guadalupe conocía a su padre, era un hombre terriblemente observador. —No estás feliz de vernos. Estas nerviosa, hija. ¿Qué pasa?
Bingo. La pregunta de su padre fue como una flecha directa a su corazón.
—¿Cómo no voy a estar feliz? Los extrañe un montón. Mucho. Sólo que... —dudó — tengo que explicar algo antes que suban al departamento.
Respiró hondo y se esforzó por hablar con claridad, intentando evitar cualquier sospecha.
—¿Pasó algo con el departamento? Te lo dije Martina, el precio era sospechoso.
— No, el departamento está bien, no es eso. — respondió Guadalupe, aunque el precio era bajo debido a otra razón que no quería mencionar. — Estem... resulta, que tengo una mala nota en matemáticas y...
Su padre soltó una risa suave, afectuosa. —Ay, princesa, sabía que iba a pasar eso. No estuve para ayudarte.
—Sí, claro. Por eso, estem... —Guadalupe decidió aceptar su falta de habilidad en matemáticas, lo cual era cierto.
—No hay problema, papá ya está acá, puedo explicarte lo que necesites. Vamos. — Daniel agarró su bolso y comenzó a caminar hacia el ascensor. —¿Qué tema? ¿Funciones trigonometricas?
—¡No! —gritó Guadalupe, ambos la miraron confundidos. Se tomó un momento para respirar y tranquilizar su mente. —No es eso, papá, encontré a alguien que me está ayudando a estudiar. —la mirada de su padre hizo sentir a Guadalupe una traidora, al punto que sintió la necesidad de disculparse. —No sabía que ibas a venir, perdón papá. Y ustedes me pusieron como condición que mis notas no bajaran, él tiene promedio 10 y le pedí que me ayude. — otra pausa para recobrar el aliento, su corazón latía acelerado por la tensión de mentir. —El punto es que vino ayer y se hizo tarde, así que le ofrecí quedarse a dormir en el sillón. Porque... bueno... por la inseguridad, ya saben.
—Hiciste bien, hija. La noche no es segura para que los chicos anden solos. ¿Está arriba? —Dios tenga en la gloria a su mamá. Guadalupe asintió totalmente agradecida del cálido corazón de su madre.