¡Hola bellas y hermosas!
Os traigo un nuevo capítulo!
¡¡Que lo disfrutéis!!
Si queréis saber cuándo actualizo, conocer los personajes y mucho más de ésta historia, ¡Ya sabéis!, ¡Os espero en Instagram! (Me encontraréis por Phavy Prieto)
Cuando salí del baño, vi que sobre aquel camastro había varias prendas pero nada parecido a unos pantalones que era lo que yo acostumbraba a usar. Me coloqué aquel trozo de tela que parecía una especie de camiseta larga hasta las rodillas, era tan fino y suave que parecía acariciar mi piel. Definitivamente no estaba acostumbrada a esos géneros.
La sensación de estar limpia y fresca era muy reconfortante. No sabía si debía o no salir de la habitación así que abrí con cuidado la puerta y me asomé al pasillo sin hacer ruido.
―¿Trabajando? ―pregunté por inercia.
―Si, allí. ―dijo señalándome el fondo del pasillo donde estaba la sala que se veía justo al entrar, pero de la que también salía otro pasillo al fondo y recordé que él lo había llamado “despacho”.
―¿Como se llama tu papa? ―Quería ponerle nombre, al menos así me lo decía mi subconsciente y me justificaba con la idea de que así cuando me refiera a él, no le llamara simplemente “desconocido de ojos grises” o algo similar.
―Se llama papá ―contestó como si eso fuera lo evidente y no pude evitar sonreír.
―¡Tu sonríes! ―exclamó de pronto y en ese momento dejé de hacerlo―. Margaret nunca sonríe —alegó un poco contrariada.
―¿Quién es Margaret?
―La mujer que me cuida cuando papá trabaja fuera de casa. Vive aquí al lado, está enferma y por eso no sonríe, papá me dijo que tu también estabas enferma como ella, pero tu sonríes.
Me pregunté si esa mujer que vivía al lado, lo haría sola o le serviría a alguien si cuidaba de aquella niña. Tal vez lo descubriera pronto.
En ese momento mi estómago rugió y recordé que habían pasado bastantes horas desde la última vez que llevé algo de alimento a mi estómago, ¿Una mujer sin voluntad podría decir que tenía hambre? Preferí no correr riesgos y preguntar a la niña.
―¿Sabes si hay comida? ―pregunté directamente y ella abrió enormemente los ojos.
―¡No! ―exclamó mientras se giraba y se marchó dejándome con la palabra en la boca. En definitiva le debía caer mal o simplemente no le gustaba el hecho de que yo estuviera allí.
Cerré la puerta y no camine ni dos pasos cuando sonó como si alguien llamara. Sonreí pensando que sería de nuevo ella y la abrí tratando de ocultar mi sonrisa, pero no se trataba de aquella pequeña sino de él.
―Voy a preparar la cena, imagino que debes tener hambre.
Hambre… sí, mucha. Asentí y le seguí.
Observaba como comenzaba a sacar muchas cosas de varios muebles, todos eran botes de colores, alguno me resultaba familiar de las ocasiones en las que las recolectoras habían llevado algo parecido y era comida enlatada ya preparada. Nada que ver con lo que solíamos comer que era lo que cazábamos o recogíamos de los alrededores. Nuestra dieta no era muy variada, pero procuraba ser rica en nutrientes.
―Toma, prueba una ―dijo acercándome una lata y observé bolitas pequeñas de color verde en su interior. Cogí una de ellas y me la llevé a la boca algo reacia, el sabor era agradable y cuando la mordí, noté que también era algo fuerte lo que me provocó algo de tos.
―Imaginaba que no habías probado las aceitunas, son difíciles de obtener.
―Aceitunas. ―Actué como si fuera estúpida o tonta, tal vez aquello funcionara.
―¡Lisa!, ¡La cena está lista! ―gritó sobresaltándome―. Puedes coger más si te apetece.
Iba a coger otra aceituna y justo cuando alargaba la mano un ruido de una musiquita comenzó a sonar con el repiqueteo de la palabra “Antagónicos” en repetidas ocasiones. Miré a mi alrededor y de la pared había un rectángulo proyectando imágenes que llamaban la atención.
―¡No, vuelve a tu habitación! ―exclamó entonces a la niña que venía por el pasillo.