Colección Vol.I

En ninguna parte

Aquella noche de miércoles, Sam abordó el bus de regreso a casa después de un largo y divertido día en el puerto del norte. Lo había pasado con Raúl, su mejor amigo de la universidad. Él vivía en Fortshore, el pueblo aledaño al puerto, hasta que se mudó a la gran ciudad para empezar sus estudios. Él había vuelto a casa durante las vacaciones y planearon la visita antes del inicio de clases.

Era el primer viaje de Sam. Nunca había viajado lejos totalmente sola. Aunque el viaje solo durase dos horas, era toda una aventura para ella. No estaba nerviosa, pero sí le preocupaba el quedarse dormida y bajarse en el terminal incorrecto, puesto que era un viaje con escalas.

Al caer la noche, Raúl la acompañó hasta el terminal del pueblo y se despidieron con un afectuoso abrazo cuando llegó el bus. Cada uno tomó su camino: él a casa y ella al bus. Sam ocupó el asiento 27 a lado de la ventana al lado de una señora tras pedirle permiso para pasar. La mujer despertó y amablemente le cedió el paso.

-Muchas gracias. -agradeció Sam.

Después de avisar a su familia y amigo que ya estaba en su asiento, guardó su teléfono y abrazó su morral. Se quedó dormida al instante. Nunca supo cuánto durmió, pero parecía poco. Estaba exhausta después de aquel largo y maravilloso día; además, le faltaban horas de sueño. El bus se detuvo con un brusco traqueteo que despertó a todos los pasajeros. Por la ventana se veía un cielo extraño. No se distinguía el día de la noche. Ni siquiera parecía un paisaje terrenal.

-¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?- preguntó Sam a su vecina de asiento. Ambas estaban confundidas y somnolientas.

 

 - No lo sé. Nunca había visto algo así. -respondió la mujer.

El bus estaba quieto, pero sus pasajeros no. Reinaba el caos y la preocupación entre ellos.

-Chófer, ¿dónde estamos?-preguntó un anciano.

-Debo estar en casa antes de medianoche. Mañana es cumpleaños de mi hija. - exigió una señora.

Sam sacó su celular y vio que el tiempo había dejado de correr. Se había detenido a las 10:10 pm. Tampoco había señal y mucho menos internet.

-Estamos incomunicados con el exterior. No hay internet ni señal. -informó Sam a todo el grupo, de pie en su asiento. - El reloj tampoco sirve ¿A quién le pasa igual?

 - A mí. - confirmaron todos.

 - Los análogos tampoco sirven. - observó el anciano tras mirar su viejo reloj.

  - ¡Imposible! Me vuelvo loca-exclamó la misma señora, desesperada. -. Debo llamar a mi marido y a pequeña. Cumple siete. Debo estar ahí.

-Saldré a revisar el bus - anunció Tom, el conductor. -. Acompáñenme y retiren su equipaje.

Todos obedecieron. Una vez fuera, contemplaron el paisaje completo: el cielo tenía una tonalidad violácea y el suelo era amarillo, como arena. La carretera había desaparecido y el vehículo se había atascado. Estaban varados en aquel paraje extraño. En el horizonte se veían dunas y montículos. Era un terreno estéril, carente de vida a excepción de ellos. Tampoco ocurría nada interesante ahí. Era estar en ninguna parte.

 - ¿Cómo sobreviviremos aquí? No hay comida. -habló el anciano, hambriento y angustiado.

 - Yo tengo un poco en mi bolsa. -anunció Jo, la mujer sentada junto a Sam. - Creo que alcanza para todos si racionamos bien.

Eran 20 personas, incluído el.conductor. Esperaron a que Jo termine de separar las porciones: 1/4 de alfajor, dos gajos de mandarina y un vaso de agua.

 - Adminístrenlas bien, por favor - sugirió Jo.-. Eso es todo lo que tenemos.

 -Gracias - respondió Sam. - ¿Sabe? Sigo pensando en el tiempo, en el reloj. Se detuvo a las 10:10 y el bus partió a las 8:30. Es decir, pasaron casi dos horas antes de llegar aquí, antes de que el bus se detenga.

 - ¿Usted sintió o vio algo raro antes de llegar aquí? - preguntó José, el anciano, a Tom. - ¿Alguna señal quizá? Estaba al volante, así que debe tener una pista.

Tom se quedó pensando. Las palabras de Sam sobre el tiempo congelado daban vueltas en su mente. Se esforzó por recordar la última hora antes de que los relojes se detuvieran. Nada.

 - ¿Y?- insistió José. -. Si no sabe, solo dígalo

 - No, disculpe. Es como si me hubiera quedado dormido o hipnotizado antes de detenernos. - respondió Tom, confundido y apesadumbrado.- A propósito, me llamo Tom. Como vamos a estar varados por quién sabe cuánto, será mejor llamarnos por nuestros nombres de pila. Inspira más confianza.

 - Me parece bien. Me llamo José. 

De este modo iniciaron las presentaciones. La madre se presentó como Ana. Su hija se llamaba Andrea. Sam también participó, pero no dio razón de su viaje por sugerencia de su padre. Todos estaban sentados en  el suelo, con frío y muy juntos para mantener el calor. Algunos aprovecharon para dormir y otros, como Ana, no podían debido a la angustia. Sam, quien ya había dormido suficiente, se mantuvo despierta y con la mente ocupada en el tiempo ¿Cómo habían llegado ahí? ¿Por qué nadie lo notó? Se pellizcó el brazo con fuerza para asegurarse de que no seguía dormida. No funcionó. Siguió rumiando hasta que se le ocurrió una idea terrible, pero no imposible: ¿Y si estaban todos muertos y se encontraban en una especie de limbo? Aquella idea la asustó y prefirió quedársela por el momento. Una noticia así podría generar el pánico. Deseaba con todas sus fuerzas estar equivocada y que aquello sea solo una desagradable pesadilla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.