¡Pum! Un golpe al vidrio de la máquina expendedora y las dos bolsas de papas cayeron al fondo. Kathleen se agachó y las retiró con cuidado.El tren había silbado durante esta operación y ya se oía el estridente chirrido de los raíles.
- ¡Apúrate! - le gritó John, su mejor amigo, desde el cabús del tren. - El tren te va a dejar ¡Te demoras mucho!
Kathleen giró la cabeza ante el llamado de su amigo y apuró el paso en su dirección. El vehículo había avanzado unos tres metros y no se detenía; lo que la obligó a correr lo más rápido posible para alcanzarlo. La velocidad y la resistencia adquiridas en el equipo de atletismo escolar la habían beneficiado en numerosas ocasiones y esta era una de ellas: el alcanzar el tren para emprender una gran aventura por todo el país con su mejor amigo. Habían soñado con este viaje por años y el momento había llegado tres años después de terminar la preparatoria. La joven atleta estaba a centímetros del vagón y sus piernas ya empezaban a cansarse. Extendió el brazo derecho. John lo sujetó con fuerza y lo jaló hacia él para ayudar a su amiga a subir.
- ¡Nunca había corrido así en mi vida! - exclamó Kathleen mientras se secaba el sudor y tomaba asiento en el suelo. Su agitada respiración se calmó poco a poco.
- Me consta - contestó John. - Creo que podrías hacer bien el papel de Forrest Gump.
John se sentó junto a ella y dejó que sus pies colgasen fuera del tren. Estaba sorprendido por ella, como siempre. No podia dejar de mirarla. Extendió su mano hacia su amiga y acomodó delicadamente un mechón castaño detrás de su oreja. Se quedaron conversando hasta el crepúsculo. Cuando el aire se volvió más frío, decidieron entrar.
Anduvieron sin prisa por tres vagones hasta llegar al séptimo. Entraron en su compartimento y se instalaron. Colocaron sus mochilas sobre las rejillas portaequipajes y se recostaron en las literas: Kathleen la de arriba y John la de abajo.
- ¿A qué hora crees que llegaremos a la ciudad? - preguntó Kathleen con curiosidad.
- Pasado mañana, como a las 10 am -respondió él. -. Está en los tickets. Ya los marcaron, por cierto. Me encargué de eso mientras conseguías comida.
- ¡Gracias! Sé que tú manejas mejor estas cosas, por eso no me preocupo.
Se quedaron dormidos antes de la medianoche. Habían tenido un día largo y el arriesgado abordaje los había dejado exhaustos. A la mañana siguiente, Kathleen despertó y se halló sola en el compartimento. Ver el equipaje de su compañero en su lugar le devolvió un poco la calma y se quedó una hora más. El tiempo pasaba y John no aparecía; aquello preocupó a su amiga, quien bajó de su litera y empezó a recorrer los vagones en su búsqueda. Lo encontró en el vagón nro. 4 y traía consigo un apetitoso desayuno compuesto de café y sándwiches aplastados con queso.
- ¿Dónde estabas? - le preguntó.
- ¡Buenos días! Fui a desayunar. No quise despertarte y preferí traerte esto. Tuviste suerte, pues el comedor del tren acaba de cerrar.
Kathleen lo recibió con prisa y dio un mordisco al sándwich. Caminaron despacio de regreso a su compartimento, donde la joven terminó su desayuno con mayor comodidad. Conversaban sobre casi todo, contemplaban el paisaje campestre y fueron a cenar al comedor a las 7. Al día siguiente, el tren se detuvo en Filadelfia a la hora indicada y bajaron con las mochilas al hombro. Nunca habían estado tan lejos de casa como en ese momento.
- Bueno, ¡que empiece la aventura! - exclamaron al unísono.