Cuando se alejó de mí, fruncí el ceño y los labios, formando un puchero infantil.
Me crucé de brazos y lo vi atentamente, queriendo quitarle la sonrisa estúpida que llevaba en su boca con un golpe o algo por el estilo. Sabía muy bien que yo esperé que me besara, porque así quiso él que pensara.
—Quita ese puchero de tu rostro, primor. —ensanchó su sonrisa.
—¡No es justo! —le reclamé tal cual niña pequeña. Sí, estaba siendo un poco ridícula.
Hasta sonaba como si le estuviera reclamando por no haberme besado como en ese breve momento quise. Abrí mis ojos con sorpresa, dándome cuenta que él también podría estar pensando lo mismo que yo, así que relajé los músculos de mi rostro, poniendo una expresión neutral.
—¿Qué no es justo, Dawn? —preguntó con picardía. Me quedé seria, observando cómo se revolcaba en el placer de mi inconformidad, porque sí, se había dado cuenta— Al menos espera a que tengamos la primera cita, bonita.
Abrí mi boca. La cerré al siguiente segundo. Vamos, Dawn, piensa en algo que puedas decir para poder zafarte de esta. Después de lo que parecieron diez segundos eternos, se me ocurrió.
—¿De qué hablas, Eli? —y entonces puse una expresión confusa, como si no supiera de qué hablaba. Solo esperaba que funcionara— ¿Debo salir a una cita contigo para que me digas realmente la razón de lo que pregunté con anterioridad? —Alcé las cejas— Porque si es así, no me la pusiste tan difícil como pensé.
Entrecerró los ojos y alzó un poco las cejas con sorpresa. Tal vez mi actuación sí dio resultado por primera vez en mi vida y creyó lo que le dije. Eso, o solo estaba siguiéndome la corriente. Lo más lógico era optar por la segunda opción, pero me di el derecho de irme por la primera.
Su mirada se perdió por un momento, sus hombros se tensaron y su mandíbula se apretó. Eli no se había dado cuenta de que estaba así, viendo a la nada, pero me dio el presentimiento que aquel tema por el cual yo era tan insistente tuviera un trasfondo más grande lo que pensé o pueda imaginar. A simple vista, cualquiera pensaría que solo saca a las chicas a una sola cita para no entablar una relación más cercana con ellas o porque simplemente conseguía lo que quería en la primera salida. Todo un galán rompecorazones y mujeriego.
Eso era lo que la mayoría de las personas pensaban, tal vez todas, pero al verlo así, no parecía que fuese por alguno de esos dos motivos. Entonces, ¿cuál era realmente? ¿Le habían roto el corazón con anterioridad? ¿Tenía miedo a que se lo rompieran? ¿Tiene a una ex que todavía no supera?
La campana sonó, anunciando que la hora del almuerzo había concluido, sacándonos a ambos de nuestro ensimismamiento. Fue un poco raro el silencio que se había formado. Él pensando en no sé qué y yo analizándolo mientras no se daba cuenta.
Y como si nada hubiera pasado, regresó a su expresión relajada y divertida, con una sonrisa encantadora. Se puso de pie y acomodó su cabello largo para que le tapara el rostro y orejas. Hoy no traía gorra y parecía un poco ansioso. En su lugar, me tendió la mano y yo la acepté, poniéndome de pie al igual.
—Es mejor que nos demos prisa antes que nos dejen fuera de clase, primor. —dijo con voz ronca.
Asentí una vez y comenzamos a caminar hacia adentro, chocando con los cuerpos de los demás chicos. Sentía a Eli caminar detrás de mí y me pareció raro que me siguiera por donde yo iba. Cuando el pasillo se desalojó un poco, me di la media vuelta y lo enfrenté.
—Me estás siguiendo. —puntualicé.
—Eres todo un genio, rojito. —dijo burlón mientras me tomaba de los hombros y empujaba con suavidad para que siguiera avanzando.
—¿Por qué lo haces? —Hablé, viendo por encima de mi hombro su cabello dorado— ¿No tienes una clase a la cual asistir?
Él se detuvo.
—Sí, y justo allá me dirijo. Tengo matemáticas y tú también. Llevamos la clase juntos, ¿recuerdas?
—Oh...
¿Qué tan idiota uno puede ser? Al parecer no tenía límites pero no quería poner a prueba los míos.
—Me hieres, Dawn. —bromeó.
Ya no contesté. Decidí que era lo mejor, ya que si lo hacía, tal vez terminaba avergonzándome como siempre terminaba haciendo, porque eso era lo que a Dawn le salía mejor. Hasta acostumbrada estaba a ser el centro de burlas, pero claro, no impedía que el bajón de dignidad fuera menos. A lo mejor sí.
Al entrar al aula, la mayoría de los asientos estaban ocupados, exceptuando a dos. Me quedé paralizada en cuanto vi que uno de los asientos libres era junto a Samuel mientras que el otro, que estaba detrás de ese, era al lado de Daisy. Detuve del brazo a Eli, causando que me observara con el ceño fruncido.
—¿Qué? —me pregunta en susurro. Pero al ver que yo no le contestaba, siguió mi mirada y se rio al ver lo mismo que yo.
Casi escuchaba mi corazón palpitar de la emoción, pero es que no lo podía evitar. Samuel y yo no habíamos hablado mucho después de nuestra cita, por lo que era obvio pensar que no le gusté en absoluto.
—Me sentaré con él —le dije de vuelta—. Rescátame si ves que las cosas van marchando mal.
—Sí, sí. Ahora ya vámonos a sentar que ahí viene el profesor.
Y tal como dijo, el profesor Shaw entró al aula. A paso veloz y con mi corazón corriendo un maratón, me senté al lado del castaño. Le regalé una sonrisa de labios cerrados, sintiendo que me ponía de todos los colores cuando me la regresó y depositó un beso peligrosamente cerca de la comisura de mis labios.
Dejé de respirar para no chillar.
Si cada vez que le sonriera a Samuel, él me saludara con una risa en su boca, dándome un besito en la mejilla como el que me dio justo ahora, nunca dejaría de sonreír. Eso, o daría un riñón para que así fuese.
Bien... eso no sonó bonito. Retiro lo dicho. Me quedo con mi sonrisa, gracias.
La clase marchó con naturalidad, y yo invertí toda mi fuerza de voluntad en no ver a Samuel como estúpida. Mi energía se había consumido ahí, por lo tanto, casi no presté atención a lo que el profesor explicaba. Tampoco era que fuera a usar ecuaciones para mi vida cotidiana, ¿verdad?