—¿Con quién te irás hoy? —pregunto con disimulo.
Miro por el rabillo del ojo a Jules, quien se encontraba metida en su móvil. Sus dedos se movían con rapidez, tecleando en la pantalla de su celular.
Al escuchar mi pregunta, deja reposar el aparato en su regazo. Me miró con fijeza, sabiendo a la perfección de qué hablaba. Peleas entre nosotros tres no sucedían a menudo, y cuando discutíamos sobre algo, siempre nos reconciliábamos casi enseguida.
Pero esta vez no pareció suceder así.
Todavía podía notal el enojo brillando en los ojos de la castaña. Pareció que esto iba más allá de lo que había comentado Connor sobre mí, sin embargo, no quise preguntar ya que parecía algo más personal.
—No lo sé. Tal vez pida un taxi si papá no puede venir a recogerme —habla con un tono indiferente, encogiéndose de hombros—. ¿Y tú?
—Yo iré a darle una pequeña visita alguien antes de llegar a casa.
Una sonrisa abarcó sus labios mientras que sus cejas se alzaban.
—Eso, Dawn, ve por tu hombre. —me dio un pequeño golpe en brazo.
Fruncí el ceño. —Pero no iré a visitar a Samuel, tontita —me reí—. Iré a visitar a Eli, mi amigo —le expliqué, aclarando lo que quise decirle desde un principio—. A veces puedes ser muy distraída, querida. Lo bueno que aquí estoy yo para explicarte las cosas. —le guiñé un ojo.
Le de unas palmaditas en la espalda, consolándola mientras reía en una carcajada ruidosa. Acaparé algunas miradas curiosas a las que no les di importancia.
Jules me acompañó, riéndose ella también. Se llevó una mano a la barbilla, viéndome con burla en sus ojos.
—Sí... no creo que yo sea la que necesite que le expliquen las cosas aquí, nena.
—¿Cómo que no? —Reprimí otra carcajada, ladeando la cabeza— Oh, Jules. Te falta mucho por aprender...
Acercó su cabeza hacia mí, con expresión pícara en su rostro. —Pero al menos yo sí sé besar, Dawn.
Abrí la boca, claramente ofendida. Me llevé una mano al pecho, abriendo mis ojos de par en par. Di un suspiro dramático, alzando la cabeza.
—Eso fue bajo, oye —reí—. Acabas de bajarme el ego muy rápido.
—Pero al menos tú puedes besar a alguien muy guapo, ¿eh? —bromeó, alzando las cejas una y otra vez.
—Su físico no importa cuando besa así de bien. Créeme.
Jules se ahogó con el agua que había tragado, impresionada de lo que dije.
No me arrepiento en absoluto. Era la plena verdad.
—¿Ya se besaron? —inquirió cuando calmó su tos.
Asentí, ruborizada al recordar el momento en mi cabeza. Vaya, ahora que me pongo a pensarlo, en realidad fue extremadamente vergonzoso.
—Solo digamos que él no lo disfrutó tanto como yo lo hice...
—¿Terminó cubierto de saliva?
Me tapé la cara con las manos. —Pero le di un pañuelo para que se limpiara. Y comí una mentita antes de besarlo. —dije, tratando de hacer que no sonara tan desastroso como en realidad resultó.
Jules intentó con todas sus fuerzas no reír, pero en cuanto le observé con los ojos entrecerrados, acusándola, no lo soportó más y terminó partiendo en carcajadas.
Rodé los ojos, cruzando mis brazos y haciendo un puchero, porque sabía que aún me faltaba demasiado por aprender.
—No es gracioso.
—Oh, pero claro que sí lo es.
Y se rio un poco más antes de irse.
***
Llevaba alrededor de quince minutos parada, tal cual estatua, frente a la casa de Eli.
Una sola vez había sido la que había venido con él aquí, cuando llegó de pasada a recoger unas cosas antes de dejarme en mi casa. Más específicamente, la primera vez que nos besamos aquella tarde. Conocí a su madre por mera casualidad, cuando lo seguí adentro de su casa aunque me haya dicho que esperara en el auto.
Obviamente no le hice caso porque él no me daba órdenes, mucho menos las acataba de alguien más.
A menos que sea una orden que daba mi mamá. Ahí se me olvidaba que era mujer empoderada, con aires de independencia y con ovarios.
Tomé una respiración profunda, diciéndome una y otra vez que me tragara lo cobarde. Arreglo mi cabello, peinándolo con los dedos y pellizcándome las mejillas para que estas tomaran un poco de color.
Doy pasos al frente, y abro la reja que rodea la casa, adentrándome por el jardín principal y siguiendo el camino de piedra que daba a la puerta.
—Bien, Dawn. Ahora solo toca la puerta y lo demás surgirá naturalmente. —me digo.
¡Tú puedes hacerlo, cobarde! ¡Vamos! Solo alza la mano y da golpes suaves sobre la madera...
Y así lo hice. Toqué tres veces la puerta. No tardaron ni dos minutos en abrirla; era la madre de Eli.
—Dawn, ¡que sorpresa verte por aquí de nuevo! —dice con total sinceridad. Lo noté en su expresión. En realidad estaba sorprendida de verme— Oh, pero pasa, nena. —dice, jalándome al interior.
—Hola, ¿cómo está? —Pregunto por cortesía— Sí, yo tampoco estaba muy segura de venir, pero necesito hablar con Eli... ¿está?
Veo dudarla un momento, debatiendo entre decirme o no. Segundos después, me regala una sonrisa tierna, asintiendo como respuesta.
—Está arriba, en su cuarto. Puedes ir, no hay problema. —me invita con su mano.
Le di las gracias y me hice camino al segundo piso. No me costó mucho encontrar la habitación de Eli ya que en las demás puertas estaban colgados carteles rosas, con coronas y varitas mágicas. Se leía en ellos los nombres "Maya" y "Jaz".
Pasé de largo hasta encontrar una habitación en la que un pequeño cartel colgaba de la manija de la puerta, diciendo que se mantuvieran fuera.
Bueno, supongo que esta es su habitación.
Alcé la mano, lista para tocar de nuevo, pero me detuve a medio camino, pensando en hacer otra cosa completamente diferente. Sonreí para mi misma, volteando a los lados para comprobar que solo yo estaba en el segundo piso, sin que nadie más me viera.