Como el agua y el aceite

1A

Siempre he pensado que hay personas más fáciles de complacer que otras. Que no todas las mujeres necesitan ser adoradas con regalos ni constantes muestras de amor. O tener un hombre que les respalde para todo. Sin embargo, mi hermana Eleonora es todo lo contrario, por desgracia.

Hoy está radiante. Tiene ojos azules, como mamá, y hoy brillan más que nunca. Tal vez sean de felicidad o de satisfacción, no estoy segura. Su pelo rubio y sedoso está recogido en un increíble moño trenzado, recubierto por diminutos diamantes y unos suaves tirabuzones le enmarcan la cara como si fuera una muñeca. Es obra de la estilista más prestigiosa de la ciudad, por supuesto. Ha abandonado su rojo carmín por un rosa suave y su maquillaje es claro, únicamente destaca sus ojos. Su vestido de encaje es más que despampanante. Es la novia más hermosa que he visto en mucho tiempo.

A su lado tendiéndole la mano está Enrique, su futuro marido. Es alto y fuerte, muy atractivo. Es además de simpático y extrovertido un cirujano muy prometedor. Sus ojos también chispean felicidad. Podría decir que no sabe lo que le espera pero sí lo sabe. Llevan cuatro años juntos así que ha visto todas las caras de Nora, la alegre y generosa, y la caprichosa y dominante. Tardó siglos en aceptar una cita con él, decía que quería comprobar si de verdad estaba interesado y cuando lo hizo lo volvió loco. De cualquier forma, están en el altar de una catedral desbordada de gente mirándose embelesados a punto de dar el "sí quiero".

Tras la celebración en el majestuoso Duomo de Siena nos dirigimos a un sitio precioso en algún pueblo perdido de la Toscana. Una antigua casa italiana y su enorme jardín lleno de carpas blancas y flores de azahar parece un lugar idílico para un banquete nupcial pero mi hermana es así, grandiosa.

Mi madre, una italiana que emigró a España por amor rebosa de alegría estando en casa y casando a su hija mayor. Se dirige hacia mi hermano Francesco y a mí y nos empuja a unirnos al ajetreo.

- Allegra y Francesco, venid a la foto, hijos míos.

- De acuerdo mamá, ya vamos -responde mi hermano sin disimular su aburrimiento.

- Alegrad esas caras y guardaos ese malhumor de adolescentes -nos replica con los brazos en jarras-. ¡Vuestra hermana mayor se casa! -exclama enseñando su blanca sonrisa.

La sonrisa de mamá es de anuncio de dentífrico. Más bonita aún, más natural. Recuerdo cuando era pequeña y mis hermanos se metían conmigo o algo iba mal en el colegio, o cuando me caía montando en bici. Ella siempre me acurrucaba en sus brazos y era la mejor sensación del mundo. Me dedicaba una de esas sonrisas y decía que mañana lo vería de otra forma. El dolor, entonces, se habría pasado y los malos momentos, olvidado. No me hacía falta nada más porque con ello ya te hacía sentir en el lugar más seguro del mundo.

Hoy la tengo en frente, intentando hacernos reír, enfundada en un vestido azul celeste con volantes que ha comprado para la ocasión. Su pelo rojizo le cae en ondas por los hombros bronceados y con la pamela a juego en la mano nos hace un gesto para que nos acerquemos.

Fra y yo le hacemos caso y nos situamos en la foto como nos indican. Veo una continua secuencia de flashes y luces. En mi intención de apartar la mirada de tanto deslumbre, mi mirada se posa en Nora. Está encantada con tanto foco y derroche centrado en ella. Me acerco a su oído y le susurro.

- Enhorabuena –esbozo una sonrisa.

- Gracias amor –me dice mirándome como si fuera lo más preciado de su vida-. Para mí es tan importante que estéis hoy aquí –añade emocionada-. Ven.

Le abrazo. A veces es insoportable y consentida pero es agradecida a fin de cuentas. Además es mi hermana. La misma que me ha arropado cientos de veces cuando mi madre llegaba tarde de trabajar. Nuestra relación se ha enfriado un poco con mi entrada en la adolescencia pero echaré de menos no pelear por el baño todas las mañanas.

El jefe de camareros nos indica que podemos ir sentándonos. En la entrada de la enorme carpa hay un letrero con la posición de mesas y los nombres de los invitados. Busco mi nombre y lo encuentro en una mesa llamada "Disneyland". Miro el resto de mesas, todas tienen nombres de ciudades glamurosas. Shanghái, Nueva York, Londres, Milán y del estilo. Y la estúpida de mi hermana pone a mi mesa nombre de guardería. Retiro lo dicho, no echaré de menos ninguna de sus tonterías.

- Esta chica es tonta –me dice Fra. También él parece estar en esa mesa. No podría ser de otra manera, somos mellizos-. Solo a ella se le ocurriría.

- Lo sé. Por un momento he pensado que iba a ser raro no tenerla en casa.

- Va a ser un lujo, un regalo del cielo, un premio por todos estos años –bromea.

Miro a mi hermano, cuando éramos pequeños lo único que nos separó fueron los siete minutos y medio que tardé en nacer yo después de él. Después de eso, dormíamos juntos, nos bañaban juntos, jugábamos juntos, íbamos al parque juntos, éramos como dos mitades. Al empezar la educación primaria cada uno hizo sus amigos pero seguíamos estando conectados de alguna manera. Aunque más tarde, en secundaria, mi hermano se dio cuenta de que su hermana no era la única chica del mundo y empezó a interesarse por las demás. Hoy parece que ha pasado toda la vida después de eso. Seguimos llevándonos bien y hemos estado compinchados los últimos años contra Nora pero ya no sé tanto de él. Me saca de mis pensamientos cuando me agarra del brazo y tira de mí hacia la dichosa mesa.

- Ya vuelves a estar en otro mundo –me dice escrutándome con la mirada-. ¿En qué piensas?

- En nada –me mira como si no se lo creyera-, o en todo –le digo desafiante.

- Qué rara eres a veces, Ale –me dice negando con la cabeza. Le miro inquisitiva. Como si yo fuera la única.

Nos sentamos en la gran mesa redonda donde la media de edad ronda los doce años. Y nos miramos sabiendo lo que nos espera. Mis primas Gabriella y Martina de cinco y siete años están ya pasándolo engrande tirándose servilletas empapadas y chapurreando palabras en italiano que Dios sabe qué significan. Luego está el sobrino de Kike, tiene catorce años pero parece la cara de un niño en el cuerpo de un chaval tres años mayor. Está jugando con alguna de esas nuevas consolas portátiles y ni nos dirige la mirada. Fede ha intentado saber algo del videojuego que le ha absorbido el cerebro pero no hay forma. Solo emite monosílabas. Hay algunos niños más que no conozco, hijos de otros invitados, supongo. Hay un asiento vacío al lado de mi hermano. Realmente esperamos que sea alguien con el que se pueda mantener una conversación.



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En el texto hay: juvenil, drama, amor

Editado: 28.10.2020

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