Estamos sentados en los bancos del patio durante el recreo cuando suena la sirena de avisos. Nos sobresaltamos cuando el coordinador de bachillerato habla con voz ronca.
- Alumnos de segundo de bachillerato, acudan al salón de actos después del recreo. Repito, alumnos de bachillerato, conferencia obligatoria en el salón de actos después del recreo. Gracias por su atención.
Vuelve a sonar el timbre que da por terminado el aviso.
- Qué pereza charla ahora –dice Ana–. Encima tocaba clase con Joseba.
Joseba es nuestro joven profesor de euskera del que Ana está enamorada desde hace varios cursos. Tiene un humor peculiar pero da clases bastante entretenidas.
- Pues por mí de lujo –apunta Javiku– porque estoy muerto de sueño y no hay clase en la que no me duerma hora.
- ¿Mucho tiempo hablando con Clara? –preguntan los chicos entre risas.
- La verdad es que sí, tengo unas ganas de verle.
- Pues anda que no te queda ni nada –le digo.
Pobrecito, se echó una novia universitaria guapísima el curso pasado pero ahora está de Erasmus el primer semestre y han tenido que despedirse.
Suena el timbre que indica el final del recreo y nos dirigimos todos al salón de actos. Nos sentamos y aparece en la pantalla la serpiente de colores de la fundación de los Castaño, con su lema debajo, "Sonhando juntos" que quiere decir "soñando juntos". Aparece Roberto y todos se callan bajo su imponente figura.
- Buenos días, soy Roberto Castaño, algunos ya me conocéis y para los que no, soy un médico y cirujano de aquí, de Bilbao. Quería que vierais y escucharais hoy algo que me cambió la vida. Unas vacaciones fui a Brasil con mi familia. Yo soy de los que se mete por todas partes cuando visita un país, nada de catedrales ni plazas mayores. Me metí por las favelas y todo tipo de barrios con mi sobrino mayor, que por aquel entonces era un adolescente como vosotros. Sabíamos que corríamos peligro y que podíamos encontrarnos con problemas y así fue. De repente se oyó un estruendo y bueno, el resto prefiero que os lo cuente el protagonista de esta historia. Gonzalo, por favor.
Roberto se hace a un lado del pequeño escenario. Gonzalo camina con firmeza y seguridad hasta el centro del escenario, donde está situado el micrófono. Antes de tomar la palabra Roberto vuelve a irrumpir y hace una puntualización.
- Debo decir, antes de nada, que esto también es una terapia para él. El plantarse ante desconocidos y hablar de ello, así que me gustaría que facilitarais la tarea todo lo posible. Si queréis consultar algo o que os aclare lo que sea...
Gonzalo interrumpe ahora y se hace con el micrófono.
- Gracias, Rober –dice riendo- no creo que me coman.
Si alguna chica de la sala había dudado de su atractivo, ya no lo hace porque su expresión resuelta te atrapa. Ana me da un codazo.
- ¿Este no es el buenorro que te acompañó a casa el otro día? –me dice por lo bajo.
Encojo los hombros.
- Más te vale que luego nos lo cuentes todo –añade Ángela-. Ayer no te presionamos y aun así no nos dijiste nada.
Les obligo a callarse con la esperanza de que quede zanjado el tema. Claro, que a ver cómo les explico todo lo que ha pasado hasta ahora si ni yo sé qué es lo que siento.
Gonzalo se mete las manos en los bolsillos de sus vaqueros claros y comienza a hablar.
- Hola chicos, me llamo Gonzalo. Gonçalo Nicolás Santo Domingo para ser exactos y nací en Salvador de Bahía en Brasil, en un barrio complicado. Tuve suerte, y creedme que la tuve, de poder ir al colegio público cercano. Mis padres siempre me obligaron a ir aunque mis amigos se quedaran jugando al fútbol en un parquecillo cercano. De mi padre no os voy a hablar demasiado hoy porque es complejo y porque no estoy preparado. De mi madre sí, se llamaba Helen y era australiana. Por alguna circunstancia de la vida acabó en Brasil, conoció a mi padre y se quedó. Juntaron unos ahorros y compraron una pequeña casa un poco destartalada. En esa casa pudo haber goteras e incluso grietas pero mi madre hizo de ella un hogar. Tejió cortinas y tapices de colores para adornarla y siempre había dibujos y pinturas por todas partes, a mi hermana Celeste le encantaban las flores.
Gonzalo tenía una familia antes de venir aquí. Creía que era un niño huérfano pero no lo era. Se me encoge el corazón. Sus ojos brillan y habla con la dulzura de quien ha amado algo que nunca volverá a tener. En la sala todos escuchan muy atentos, temiendo también lo peor. Gonzalo sabe enganchar a la gente, no solo por su físico, sino por cómo habla y lo que transmite.
-Una tarde –continúa aparentemente sereno– cuando tenía doce años estaba en casa con mi madre y mis hermanas. Mi padre llegó enfurecido. No tenía un trabajo fijo y hacía de ayudante de un tipo poco recomendable del barrio pero con mucho poder. Al parecer algún asunto que tenían entre manos había salido mal y el tipo ese no le pagó a mi padre lo que le correspondía y las facturas de agua y luz iban a llegar. Esa misma tarde hubo una explosión como consecuencia de algún problema con el butano que originó un incendio. La última imagen que tengo es mi madre jugando con mi hermana a las cartas, riendo y saltando de alegría cada vez que conseguía ganar y la tierna mirada que le dedicaba mi madre –hace una pausa y me mira a mí directamente–. Yo estaba al otro lado de la pequeña sala. Una viga debió caer y perdí el conocimiento durante unos segundos. Cuando desperté estaba en brazos del doctor Castaño a punto de salir fuera. El estómago me ardía y cuando pude mover la cabeza para mirar, vi mi camiseta preferida llena de sangre. Estaba aterrorizado pero nada comparado con el miedo que sentí cuando me di cuenta de que mi madre y mi hermana no estaban. Tuve la suerte de toparme con alguien como Roberto. Me operó de urgencia en el hospital más cercano. Mi padre no pudo hacerse cargo de mí por circunstancias de la vida y Roberto aceptó a ser mi tutor y traerme a España para hacerlo él. Al principio me costó adaptarme, estuve meses sin ir a la escuela y me retrasaron un curso por mi falta de nivel. Han pasado unos siete años desde entonces. Conseguí una beca en un buen internado de Madrid, donde por fin conseguí centrarme y terminé allí mis estudios. Ahora tengo diecinueve años y empezaré medicina aquí, en la UPV, el próximo mes. Esta es mi historia, muy resumida. He sido muy afortunado, creedme. En mi país hay muchísimos niños con casos similares, que rondando los diez años ya se quedan sin posibilidades de futuro. Sueñan con ir a la universidad o ser deportistas de élite pero no tienen recursos para ello. Soy consciente de esta realidad desde el principio, por eso, hace unos años, comenté a Roberto la posibilidad de poder crear una ONG, fundación o lo que fuera para poder ayudar a chavales como yo. De ahí surgió "Sonhando juntos", que funciona en España principalmente. Se puede apadrinar a un niño o niña con familia pero pocos recursos o puedes ser el tutor de legal de niños huérfanos o con padres en la cárcel. También se hacen donaciones por supuesto. Y bueno –se lleva las manos a la cabeza desperezándose–, esto es un poco todo. Si tenéis alguna pregunta, disparad.