Primer domingo de septiembre y fuera está lloviendo a cántaros. Me encuentro ojeando el álbum de bodas de mis padres como he hecho infinidad de veces. Adoro ver fotos de aquel día repleto de sonrisas. Lógicamente no estuve, pero me habría encantado presenciarlo. ¿No creéis que nosotros los hijos deberíamos poder ser partícipes de ese momento? Mis padres se casaron después de unos cuantos años de noviazgo tras realizar el examen MIR (Médico Interno Residente). Aún eran jóvenes pero estaban tan seguros que montaron una gran boda de bajo presupuesto rodeados de todos sus familiares y amigos. Mi madre estaba preciosa, miro mi foto favorita vestida de novia y no puedo evitar pasar el dedo por su su pelo peinado en un semirecogido para la ocasión. Sus brazos en jarras, las mangas abullonadas de su vestido, su pose divertida, no me extraña que mi padre no pudiera dejar de mirarla aquel día tal y como muestran las fotos. Y es que eso era sin lugar a dudas "the look", ya sabéis la mirada de película que toda chica espera ver cuando camina hacia el altar o cuando se te quedan mirando amorosamente cuando no te das cuenta. ¿Alguien me habría mirado así a mí alguna vez? En fin, cuánto me habría gustado poder trasladarme a ese momento y formar parte de esa felicidad.
Sigo pasando las páginas y me encuentro con una foto de toda la familia en la que diviso muchas caras conocidas: mi abuela, mi abuelo y su familia, mi tío Fra, Kike y una Nora embarazadísima con sus dos pequeños, Triana con Louis y su adorable bebé, Roberto Castaño, estaban todos menos yo. Qué rabia. La última foto del álbum es una foto de ambos muy ilusionados. Mi padre está ayudando a mi madre a ponerse el regalo de bodas que le había hecho, un fino colgante de oro con una media luna. Sonrío porque aunque nadie sabía su significado entonces, ahora es más que evidente. Marco, mi hermano pequeña, me llama desde la cocina. Me levanto y dejo el álbum en la estantería del salón junto al resto de ellos . ¿He dicho que adoro los álbumes de fotos familiares? Hoy en día tenemos tantas fotos en el móvil que ya no nos tomamos la molestia de escoger aquellas que queremos revelar y tener en físico. Me apunto mentalmente que un día tengo que hacer esa selección y llevar a imprimir mis recuerdos más recientes.
Mi hermano ya se ha cansado de esperarme y viene a por mí.
-Luna, te estoy llamando -se queja-. Papá no me deja comer pizza hasta que no vengas a comer.
-No tengas cara, si te la vas a comer tu toda -le pellizco suavemente en el costado-. Oye, te estás poniendo fuerte. No lo entiendo, ¿dónde metes todo lo que engulles? -digo picándole.
-¿Lo dices porque ya te saco una cabeza? -dice orgulloso.
-Es verdad no sé cuando te has hecho tan mayor. Devuélvanme a mi bebé.
Entramos en la cocina y veo a mi padre sacando una pizza recién hecha del horno. Lleva un chándal gris y una camiseta blanca que resalta su bronceado natural. Sigue pareciendo sorprendentemente joven. Al menos para ser mi padre, me digo a mí misma. Me muestra todos los dientes de su sonrisa blanca y me hace un gesto con la cabeza para que me siente.
-¿Mamá no viene?
-Debería estar al caer.
En ese mismo instante suena su móvil con ese dichoso tono de llamada de Tiziano Ferro cada vez que le llama mi madre. No me malinterpretéis, "La diferencia entre tú y yo" es un tema precioso y con mucha historia para ellos, pero ¿de verdad es necesario que la tenga de tono de llamada desde que tengo uso de razón?
-Ale, mi amor, ¿te esperamos para cenar? -pregunta de manera cariñosa-. Oh, ósea que vas a tardar. Podemos solucionarlo mañana -vuelve a hacer una pausa para escuchar lo que mi madre le cuenta-. Claro, estoy seguro de que estará en nuestro despacho -otra pausa-. ¿Tú crees? Bueno, te dejo, tus hijos están hambrientos. Sí, hay pizza. Quizás te dejemos un trozo.
-Yo creo que no tiene hambre -dice Marco con la intención de acabarse hasta el último trozo de pizza-. Si no viene a la hora de cenar es que no tiene hambre. Estoy seguro.
Mi padre y yo nos miramos y él suelta una carcajada. Sé que últimamente están muy estresados con el trabajo, así que verle así de relajado me reconforta un poco. Se encuentran inmersos en un importante proyecto que podría ser todo éxito, pero les está pasando factura. Creeréis que soy una cursi, pero últimamente no veo "la mirada" entre ellos y hace que me preocupe un poco.
-Bueno, ¿entonces tienes todo listo para mañana? Tu último primer día. ¿En qué momento has crecido tanto?
-Papá, hace rato, ya tengo diecisiete años.
-Que no dieciocho, por suerte para mí. Todavía queda algo de mi niña.
Pongo los ojos en blanco.
-Si tú lo dices...
-Acuérdate de que mañana empieza también el hijo de Triana en el Concordia. Acuérdate de echarle un cable.