Prisión preventiva…
—¡Sáquenme de aquí! ¡Soy inocente! —Liv había perdido los tacones de sus pies, su maquillaje estaba corrido y su ropa se había arrugado, pero a pesar de ello no puso fin a sus protestas, súplicas y exagerados dramas de una damisela en aprietos.
Obra injusta de la vida, qué desmesurada ironía que en el mundo, existiendo el espacio suficiente para personas de todos los gustos, tamaños y personalidades diferentes; dos chicos, casi de la misma edad, pero con una actitud verdaderamente incompatible, hayan tenido la suerte de coincidir, y lo que era peor todavía, que terminasen juntos en una misma y claustrofóbica celda.
—¿Podría cerrar la boca al menos un instante?
La joven no había abandonado sus ganas de salir, llevaba más de media hora gritando y pidiendo una pronta liberación. Por su parte, a Kevin ya le dolían los oídos y la garganta de tanto pedirle que se callara.
—¡Esto es una injusticia! —exclamó ella. Ofendida—. ¡Todo esto es tu culpa!
—¿Mi culpa? ¿De verdad lo dice la loca que casi me atropella?
—¡Tú te pusiste en frente!
—Sí, seguramente yo le dije: lánceme el coche encima.
—¡Eres un grosero y un torpe! ¡Quién te manda a ponerte a media carretera!
—Estaba trabajando, señorita, y por favor, deje de gritar.
—¡Yo grito las veces que se me dé la gana! ¡De los dos, eres el único que debería estar aquí! ¡TÚ ME QUISISTE SECUESTRAR!
Kevin comenzaba a cansarse.
—Perdone usted mi amable acto de caridad al intentar sujetarla para que no se partiera la cara contra el piso.
—Esto no me puede estar pasando —Liv se llevó las manos a la cara, pensando y recordando a James, quien seguramente lanzaba fuego de coraje mientras seguía esperando por ella en el aeropuerto.
—Disculpen —Kevin se apartó de ella, se acercó a los barrotes de la celda y con toda la amabilidad de su ser, expresó una dócil pregunta que fue dirigida a uno de los guardias de seguridad—. ¿Hasta qué hora estaré retenido aquí?
—¿“Estarás”? ¡Estaremos retenidos aquí!
—No, disculpe mi atrevimiento para contradecirla, pero no. Yo no hice nada malo, por lo tanto, soy el único que debería estar libre. Tú, aparte de estar aquí por intento de asesinato, estás presa porque conducías borracha.
—¿Qué acabas de decir, maldito descarado?
No necesitó pensarlo, prejuicios o modales, cuando se dio cuenta, Kevin era lanzado al suelo, Olivia yacía sobre él presionándole el pecho con la rodilla y golpeándole el rostro con ambas manos.
—¡Auxilio, está loca! ¡Alguien que me ayude!
Uno de los policías, claramente fastidiado por tanto ruido, se acercó y golpeó con su mazo los barrotes de metal.
—¿Quieren callarse los dos? Esto es una prisión y aquí no se puede tener sexo.
—¡No intentamos tener sexo! —los dos se levantaron.
—Disculpe, señor oficial de policía —Kevin se acercó al hombre—, si no es mucha indiscreción, ¿hasta cuándo me dejarán salir?
—¡Nos dejarán salir! —Olivia se anexó.
—¿Ya hicieron su llamada?
—¿Llamada? —los dos se miraron.
—A los detenidos se les permite tener derecho a una sola llamada telefónica.
—¿¡Y por qué no lo había dicho!?
—Jamás lo preguntaron, se dispusieron a gritar y pelearse sin decir ni pedir nada.
Ciertamente disgustados, pidieron al uniformado que les trajese el famoso teléfono de una sola llamada y luego esperaron. Cuando el hombre regresó, pasó el mango entre las rejas y advirtió:
—Solo es una llamada para ambos.
—Llamaré yo —Liv le arrebató el aparato.
—Ah, eso sí que no. Por tu culpa estamos en esta situación. La llamada la haré yo —alegó Kevin.
—Solo te vas a salvar a ti mismo.
—No, te lo prometo.
—¿Cómo voy a saber que es verdad?
—Podemos hacer un pacto de saliva, ¿quieres intentarlo?
—¡ASCO!
—Entonces deja de joder y déjame hacer la llamada.
—Hazla pronto… Mi novio va a molestarse si no llego por él.
—Qué tragedia.
—¡HAZLA!
El muchacho se pegó a los barandales de la cárcel, marcó presuroso los números y esperó un rato hasta que los dedos entrenados de Aurora encontraran la tecla de respuesta en su teléfono móvil.
—¿Sí? ¿Kevin, eres tú? —preguntó tan tierna y dulce.
—Hola, madre —le contestó de igual forma su hijo—. De casualidad, ¿en dónde estás?
—Sigo en el cementerio, Renata comenzó a llorar y no quise dejarla sola.
—Ya entiendo por qué no has venido.
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Editado: 18.02.2023