Las cuatro de la tarde y Olivia terminaba de abrocharse los zapatos de tacón a sus pies. Se recogió el cabello rubio como siempre, en una coleta alta. Tomó su bolso y esperó a que graciosamente tocaran el vidrio de la ventana.
Y diez minutos después, llamaron desde el árbol.
—¿Lista? —preguntó el chico, con las piernas alrededor de la rama y las manos en el alféizar de la ventana.
—Estoy lista, pero ni sueñes que voy a bajar por ahí —le guiñó un ojo—. Te veo abajo, iré por el auto.
—Eso sí que no, Liv. Vamos a ir caminando.
—¿Caminando?
—El centro no queda lejos, no veo cuál es el problema.
El problema es que a Olivia no le gusta caminar.
La tarde era joven, dos chicos, dos almas jóvenes que buscaban la manera de vivir, cada uno a su manera. Una chica rubia gruñona y un joven pelinegro que siempre encontraría la manera de que ella sonriera a su lado. Una chica que tenía dinero y un chico que tenía sueños. Olivia y Kevin eran tan distintos, pero a la vez tan iguales que sus caminos seguían por un único y mágico sendero. Los dos deseaban superarse, sin embargo, algo los seguía anclando a su presente, a su suelo. Para Kevin eran sus bajos recursos, y para Olivia era su miedo.
Primero bajaron a la alameda principal, dieron la vuelta recorriendo cada uno de esos puestos en los que se venden artesanías, comida, juegos de mesa, joyería artificial y muchas cosas que pronto se volvieron del interés de ella.
—Los centros comerciales a los que sueles ir no tienen esto, ¿no es así, Olivia? —la cuestionó Kevin mientras él miraba un par de suéteres del mostrador.
—¿Bromeas? —la emoción le brillaba en los ojos mientras se probaba, por décima vez, una bufanda de diferente color—. Esto está hermoso, y es mucho menos costoso. Aún no entiendo cómo no había venido antes.
Pronto Kevin entendería lo que significaba salir con una chica que le gusta comprar, subir y bajar locales y probarse cuanta cosa tuviera enfrente. Locales iban y locales venían en los que Liv se probaba sombreros, collares, anillos, zapatos, bolsos y cualquier cosa que le pudiera parecer bonita.
—¿Podrías ponerme esto? —le entregó a Kevin un collar de imitación de plata y después se levantó el cabello.
—Se te ve hermosa, pero ¿no le va a quitar protagonismo a la gargantilla de oro que tienes puesta?
—¿Esta de aquí? Te diré un secreto; esa es la idea. Que la apague por completo.
—¿Por qué no la quieres?
—Fue un regalo de James. Me la obsequió cuando acepté ser su novia. Lamentablemente también fue el último regalo que me hizo. Es extraño ahora que lo pienso, pero hace un par de navidades, descubrí que había comprado un par de pendientes de oro. Pensé que me los regalaría, pero eso nunca sucedió.
—Tal vez se los obsequió a su madre, o a alguien de la familia.
—Tal vez —pero ella sabía que no era cierto.
—Bueno, Liv, una persona no necesita dar detalles para decirte lo mucho que te quiere.
Olivia suspiró.
—Me conformaría con que me dijera que me quiere.
Rato después, el chico terminó cargando un par de bolsas repletas de cosas. El sol se había escondido, pero lo que realmente estaba sucediendo, es que un par de gigantes nubes grises se habían puesto en su camino, y sin darse cuenta, los dos terminaron en un puesto de helados, cada uno con su barquillo de galleta en la mano.
—¿Qué tal está?
—¿El helado o las compras?
—Los dos.
Ella se rio.
—Bueno, el helado está estupendo, tiene un toque hogareño y no sabe a plástico como los de los centros comerciales.
—¿Las compras?
—Hermosas. Me he comprado muchas cosas bonitas y a un excelente precio. No entiendo cómo el mercado sobrevalora los precios de las marcas.
—Tal vez por eso, porque son de marcas reconocidas.
—Puede ser.
—¿Y qué hay de la compañía?
—La compañía es lo mejor de esta salida.
—Yo tampoco puedo quejarme. Siempre se me alegra el corazón cuando estoy contigo.
Un cosquilleo palpitó en el estómago de ella.
Los minutos seguían pasando, y Kevin no había dejado de intercalar miradas entre Olivia y la gran fuente de agua del centro. Liv había terminado su helado, fue entonces cuando Kevin decidió que el acto de vandalismo contra la apariencia femenina de aquella hermosa y pulcra mujer debía comenzar.
—Ven aquí Olivia.
Al principio, la joven estuvo segura de que aquel gesto significaba que Kevin planeaba besarla, sin embargo, todos esos sentimientos, las mariposas que flotaban en su estómago se vinieron abajo al entender adónde la estaba llevando.
—¿Qué haces? —los dos se acercaron hasta las seis corrientes de agua que salían de varios agujeros del suelo—. ¡No, ni se te ocurra! ¡No quiero mojarme!
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Editado: 18.02.2023