La semana había transcurrido en la ignorancia que Adriana representaba tener cada vez que Olivia pasaba cerca de ella. En sentir la presión por el documental-informativo que aún se debía entregar como un proyecto de alta calificación. Recibir uno que otro mensaje de James y después borrarlos. Y esperar a Kevin en la ventana.
Aquella tarde, cuando Kevin subió por el árbol, se sorprendió de ver a Liv esperándolo en el alféizar de su ventana.
—¿He llegado tarde, o por qué estás aquí?
Ella le sonrió.
—Siempre has sido tú el que me impulsa a realizar cosas que creía imposibles. Subir por la pared hasta mi azotea, por ejemplo.
—¿Qué estás pensando, Olivia?
Ella lo sujetó por las mangas de su sudadera, le clavó las uñas y lo arrastró hasta tenerlo dentro de su habitación.
—Liv, espera. No puedo estar aquí, ¿qué tal si tus padres se dan cuenta?
—¿Y qué tiene? —Olivia se abrazó a él—. Ellos te adoran. No creo que les moleste.
—Si nos atrapan, les diré que todo fue idea tuya.
Liv comenzó a reírse.
—Quítate la sudadera; la calefacción te hará entrar en calor. Y mientras te pones cómodo, iré por un par de bocadillos a la cocina.
—No tardes.
—No lo haré.
Desde ahí Kevin debió darse cuenta de las señales; de lo impaciente que Olivia parecía por tenerlo cerca, de lo coqueta que se había puesto y de sus efusivos deseos por abrazarlo a todas horas. Sí, debió darse cuenta. El problema es que nunca lo hizo.
—Espera, déjame adivinar —el muchacho tomó la fotografía en sus manos, la observó un par de segundos y después sonrió—. Sin duda alguna es México. Mmmm, ¿Guanajuato?
—Exacto. Es el famoso Callejón del Beso.
Liv volvió a barajear las fotografías bajo las sábanas de su cama y después tomó una. Ella y Kevin se hallaban acostados, juntos y con las sábanas abrigándolos del frío.
—¿Y qué tal, esta?
—Esa está fácil. Ahí está el Cristo Redentor. Es Brasil.
El juego era un «Adivina qué…» utilizando las fotografías polaroid que Olivia había tomado durante sus viajes alrededor del mundo.
—¡Bien! ¿Y esta?
—Mmmm, no lo sé. Puede que sea, ¿Argentina?
—¡Es Bogotá, Colombia! Y creo que era la última.
—Has viajado por muchos lados —Kevin estiró sus brazos y se reacomodó en las almohadas.
—Sólo cuando papá tiene trabajo, o quiere ayudar en alguna actividad benéfica. Que viajemos por mera diversión, nunca lo hemos hecho.
—Pero sales del país, y eso ya es mucho para mí.
—Sí, la verdad es mucho —Liv se acomodó junto a él—. ¿Sabes? Me gustaría conocer las Maldivas. Dicen que sus aguas parecen un mar de estrellas.
—¿No has visitado ese lugar?
—No.
—Se me hace extraño.
Olivia le sonrió.
—¿Por qué?
—No sé, siempre he tenido esa creencia de que los ricos conocen el mundo entero.
—No aplica para todos. En el caso de mis padres es diferente. Papá prefiere donar dinero a asociaciones como niños sin hogar, animales maltratados, familias en severa pobreza, y muchachos que lo necesiten.
—A mí —la encaró—. Por eso me ofreció trabajar con él cuando termine la carrera, ¿no es así, Liv?
—Puede ser.
—Es increíble la enorme caja de secretos que eres, Olivia.
—¿Secretos? A estas alturas, tú ya conoces todo de mí.
—No te mentiré; me quedé sorprendido con lo del piano, con lo de tu cabello y muchas cosas que antes desconocía. ¿Sigues teniendo secretos?
—No.
—Dime.
—No.
—Dimeeeeee —y entonces Kevin comenzó a hacerle cosquillas.
—Basta, nos van a oír.
—Dijiste que no había problema.
—No lo había, pero si mamá entra y nos ve acostados, juntos en la cama y bajo las sábanas, entonces sí podría haberlo.
—Dime, Olivia, ¿cuáles son tus secretos?
—No son secretos, son cosas que simplemente no has conocido.
—¿Y si los intento adivinar?
—Inténtalo. Será divertido.
—Tus ojos en realidad son azules, pero utilizas lentillas color café.
—No Kevin, realmente son marrones —se rio—. Te recuerdo que no soy el estereotipo natural de las mujeres californianas.
—Bueno, entonces…, ¿eres pariente de una condesa y eso te hace parte de la realeza?
—¡ja, ja, ja! Tú estás exagerando —le golpeó el hombro y los dos se echaron a reír.
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Editado: 18.02.2023