En la oscuridad que suplantaba una tranquilidad bien merecida, todos posiblemente se encontrarían acostados, con las sábanas de sus camas hasta el cuello, la pijama que calentaba sus cuerpos, y el pensamiento que recordaba todo lo sucedido aquella tarde. Olivia había terminado de cepillarse los dientes, y ahora también buscaba envolverse entre sus almohadas, peluches y esas sonrisas que revivían una y otra vez los besos de ida y vuelta. Su cama seguía oliendo a él.
Por su parte, Kevin estaba acostado, el muchacho miraba en silencio el techo descascarado por tanta humedad, mientras pensaba, y las peligrosas ilusiones comenzaban a darle ánimos de ejecutar lo que destruiría a más de un solo corazón. Kevin pensó en su sonrisa. En el color de su pelo. En su voz. En los días divertidos de todo este tiempo. Y al final de todo, el joven pensó que ya tenía merecido el intentar darse una oportunidad con ella. Se aseguró quererla, y tras tomar aire y una chamarra que cogió de su armario, salió al gélido aire que destilaba la noche. La iría a buscar.
—Liv —susurró mientras tocaba con suave cuidado el vidrio de su ventana—. ¿Estás dormida? Olivia, ¿ya te dormiste?
—¿Kevin? —ella se despertó, se dio la vuelta entre el colchón y abrió de golpe las cortinas. Le sorprendió verlo ahí, aferrado a una escalera—. ¿Cómo, quién…?
—La vez pasada me di cuenta en dónde fue que Verónica guardó la escalera, y ahora la estoy tomando prestada.
Olivia se contuvo para no estallar en risas.
—¿A qué has venido? ¿No tienes frío?
—Descuida, estoy bien, aunque no puedo decir lo mismo de ti. Lamento haberte despertado.
—No hay problema —la muchacha se acomodó en el alféizar de la ventana—. A cambio de tenerte cerca, no me importaría velar cien noches.
—No digas estupideces, Olivia —rio.
—Vaya sorpresa; el niño bueno sabe decir groserías.
—Ya déjalo estar, o tus padres podrían oírte. No sabes cuánto necesitaba hablar contigo, Liv.
—¿Qué sucede?
—¿Te acuerdas de la frase… “cuando las estrellas me junten”?
—Sí, lo recuerdo perfectamente.
—Pues, creo que por fin están listas para juntarme.
Las mejillas de Olivia se pusieron rojas.
—¿Sí?
—Sí. Lo malo, es que tengo miedo de decirle lo que siento.
—Inténtalo. No pierdes nada con hacerlo.
—¿Y si no soy correspondido?
—Al menos lo habrás intentado. Aunque, ¿sabes una cosa? Yo creo, Kevin, que ella también te quiere y siente exactamente lo mismo por ti.
—¿Cómo estás tan segura? —el muchacho enarcó una ceja.
—¿Qué no ves que se le nota en los ojos? Le brillan con locura cuando te ven, y su mundo parece desintegrarse cuando estás con ella.
—¿Y crees que sí sea de su agrado?
—Kevin —Olivia lo miró con un amor tan inmenso que, muchos autores de libros románticos y poetas se quedarían cortos al describir—, ella te quiere con su vida entera.
—En ese caso, lo voy a intentar. Le hablaré de mis sentimientos y de… Oye Olivia.
—Dime.
—No tiene ningún otro amor, ¿verdad?
Ella lo pensó. Sus sentimientos por James estaban claros.
—No, no lo tiene.
—Entonces lo haré.
—Hazlo.
—Le diré cuánto me gusta.
—Inténtalo.
—Y cuánto me podría entregar a ella para el resto de mi vida.
—¡Grítaselo!
—Le daré la razón a las estrellas y me confesaré de mi amor por Erika.
El corazón de cristal cayó al piso y se rompió en mil pedazos.
La sonrisa desapareció, los ojos se le ensombrecieron, los sentimientos murieron y su corazón mismo perdió el instinto de vivir.
—Liv, ¿me estás escuchando?
—Sí… —intentó volver a la realidad, y a pesar de que su cabeza le gritaba con todas sus fuerzas que llorara y que se quebrase, ella no le daría ese gusto—. ¿Sabes qué? Es tarde, te veo mañana.
—¿Liv…?
—Tengo mucho sueño, Kevin. De verdad te veo mañana.
—Está bien… Buenas noches, Olivia.
Pero no hubo respuesta.
Yellow terminó de romper su corazón. Mil espadas le atravesaron el alma, y cuando sintió que ya no podría llorar más, simplemente cesó hasta quedarse dormida.
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Editado: 18.02.2023