El golpe de la puerta provocó que uno de los vidrios se rompiera. Kevin miró hacia él, observó lo que había provocado y ni así consiguió controlar su malhumor. Estaba tenso, furioso, gritaba y maldecía, e incluso un par de lágrimas escurrieron por su mejilla. Era una impresionante amalgama de sentimientos desquiciados que lo habían hecho perder la cabeza.
—¡No es justo! ¡No lo es! —se arrancó la nariz roja y buscó desmaquillarse el rostro con los dedos.
—Regresó con él, ¿verdad?
—¿¡Lo puedes creer, mamá!? ¿¡Qué demonios le pasa!?
—Yo le doy la razón.
—¿De verdad? ¿Qué está pasando con todos este día? Gabriel también se puso de su lado, ¡del lado de ella! ¡Maldita sea!
—Gabriel piensa antes de juzgar.
—¿Por qué dices eso?
—Es increíble que tu amigo, siendo un hombre aparentemente cerrado, entienda mejor las cosas que tú.
—¿ENTENDER QUÉ? ¡No hay nada qué entender!
—Yo no te lo voy a decir, averígualo por ti mismo.
—¿A dónde vas?
—A esperar a que te calmes para que dejes de gritar y pueda yo dormir.
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Editado: 18.02.2023