Un corazón malévolo puede penetrar en el rincón más profundo de la inmundicia humana. James sabía de eso, al igual que sus actos cometidos en contra de quien vivían el día a día con el arduo sudor de su frente.
Llegó a la casa, y seguramente muchos de ustedes se preguntarán cómo le hizo, pero vamos a dejar en la magistral escusa de recordar el nombre que impone respeto a la fuerza de un montón de dinero almacenado en diferentes bancos del mundo. Tocó la puerta, y al otro lado de esta, Aurora preguntó quién era y la razón de su visita.
—Me llamo Rafael Enríquez. ¿Se encuentra Kevin? Soy un amigo suyo y también de Olivia —mintió.
La inocencia de Aurora le hizo confiar en quien no debía.
—No se encuentra, pero no ha de tardar —abrió la barrera que hasta ese momento le impidió la entrada a la bestia—. ¿Gusta pasar y esperarlo? Si es amigo de mi Kevin, no tengo ningún inconveniente de que lo espere dentro.
—Muchas gracias —James la miró y dejó la mano extendida en forma de saludo, pero al darse cuenta de que no obtendría una respuesta, pasó la mano con cautela frente a sus ojos. Al final sonrió.
—No me había hablado de usted, ¿joven Rafael?
—Sí, ese es mi nombre. Seguramente tiene mejores amistades de las cuales alardear.
—Oh no, Kevin no suele ser así.
—En ese caso no explico mi ausencia en sus textos verbales.
—Suena usted que es un joven educado. Tiene un vocabulario muy diferente al que normalmente utilizan los amigos de mi hijo.
—Sí, ha de ser.
Pero entonces la puerta se abrió, dejando a la vista una cara en mismas partes de sorpresa y horror.
—¿Qué haces tú aquí?— de inmediato exclamó, corriendo y sujetando del brazo a su madre que se comenzaba a cuestionar si su acto de amabilidad traería problemas.
—¿Kevin, quién es?
—Te vine a buscar a ti. Tenemos que hablar —dijo James con aires de frialdad.
—No tengo nada que hablar contigo. Vete de mi casa.
—Oh sí, sí que lo tienes. Si sabes lo que te conviene trataremos este asunto en un lugar privado.
Kevin lo condujo por el reducido pasillo de su casa hasta el pequeño jardín trasero.
—Espero y aquí tengamos privacidad.
—Lamento, señor conde, no tener un despacho decente en el cual recibirle.
—Déjate de burlas bobaliconas y escucha a qué he venido. Las cosas entre mi novia, Olivia, y yo, ya están bien.
—Entonces, ¿qué quieres conmigo? ¿Por qué has venido?
—Porque a pesar de que ya no estás ahí, sigues siendo una maldita piedra que no deja de molestarme en el zapato. No quiero que intervengas en esto, no quiero que te le acerques, o tan siquiera que la saludes. En una palabra, no te quiero cerca ni lejos de ella.
—Lamento decepcionarte, pero vivo en un país libre y puedo hacer lo que se me venga en gana. Usted, con esos aires de sabiduría, debe saber sobre derechos y libertades.
—Escucha… Kevin, ¿verdad? Tampoco quiero verme como un tirano y alejarte sin darte nada a cambio —entonces procedió a extenderle una pesada bolsa de tela gris.
—Aquí tienes dinero suficiente para que te olvides de Olivia.
—No quiero tu dinero. Nunca le pondría a Liv un precio.
—Claro que lo vas a aceptar, porque, o aceptas lo que te estoy ofreciendo, o… Tu mamá no puede ver, ¿verdad?
—No se te ocurra meterte con mi familia, James.
—Es tu decisión, payaso. Pon en una balanza lo que te importa más. Olivia o tu madre. La mujer que lleva toda su vida a tu lado, o una mujer que acabas de conocer hace unos cuantos meses.
—Olivia ya me sacó de su vida. No veo de qué te preocupas.
—Eso quiero pensar, pero más te vale que no te le acerques, de lo contrario, ya sabes de lo que soy capaz. Con dinero, puedo hacer que cualquier persona desaparezca de la faz de la tierra.
—Púdrete.
James le sonrió, hubo una última mirada entre ese par de ojos que deseaban destruirse, y finalmente un adiós.
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Editado: 18.02.2023