Era un viaje de incontables horas y horas en las que se realizaban diferentes escalas. Primero el avión se dirigía hacia España, luego de España hasta Londres para finalmente tomar el último vuelo a las islas del océano Índico. El precioso océano de estrellas.
Kevin y compañía llegaron a la casa de los Palacios, tocaron la puerta, el timbre, Kevin volvió a trepar por el árbol hasta su ventana, y seguían sin encontrar nada. Todo estaba en silencio. Rendidos, algunos llorando y otros comiéndose las uñas de preocupación, esperaron a la llegada de quien fuera.
—¡Que sorpresa! —Nicole aparcó frente a ellos—. ¿Qué los trae a todos por aquí?
El silencio la hizo entrar en pánico.
—Muchachos, les hice una pregunta, ¿qué están haciendo aquí, y porqué Olivia no está con ustedes? ¿¡Qué les pasa!? ¿¡Por qué nadie dice nada!? ¿Le pasó algo a mí hija? ¿¡En donde está Olivia!?
—Señora Nicole —Kevin se puso de pie al notar la cobardía de Adriana—, James se la ha llevado a Buenos Aires.
—Estás bromeando, ¿verdad? —la mujer observó a todos con la esperanza de hallar, por lo menos, alguna sonrisita que delatase la broma. Su corazón empezaba a palpitar esperando a que Liv apareciera de los arbustos y le gritase que todo había sido un juego y que en realidad ella estaba bien. Pero lógicamente eso no iba a suceder.
—Señora —le habló Erika—, Olivia ya estaba planeando este viaje desde hace una semana. Intentamos correr al aeropuerto para detenerla, llamamos a su celular y a la casa de ustedes, pero nadie respondió, y cuando llegamos, ella ya se había ido.
La respuesta al llamado de Verónica fue rápida, y la de Julio ni se diga. Las horas eran devoradas por el reloj de la pared. Todos esperaban en la sala mientras el señor de la casa se hallaba metido en su oficina haciendo un incontable número de llamadas y reclamos en diferentes idiomas, incluso, a través de la enorme ventana de cristal que daba hacia el pasillo, se le podía ver andando de un lado a otro, gritando y perdiendo cada vez más los estribos.
—Kevin —Gabo y Hugo se sentaron a su lado en el sofá—, lo mejor será que te quedes aquí. Nosotros iremos a tu casa para decirle a tu madre que estás bien.
—¿De verdad? Se los agradecería enormemente.
Pero cuando Gabo y Pepito abandonaron la sala, el grito fúrico de Julio Palacios reverberó por toda la casa.
—¡Esto es inaudito, imperdonable! —hablaba en inglés—. No entiendo las circunstancias que han surgido para que tu hijo se llevara a mi hija, menos de ese modo. Y de una vez te anticipo que no lo pienso tolerar. Olivia, a pesar de tener la mayoría de edad, no tenía el permiso de salir fuera del país sin consultarnos —después se mantuvo unos vagos segundos en silencio. Seguramente estaba escuchando la respuesta de la otra persona—. ¡No! Ni un día más, Alphonse. O contactas con James, o llego hasta las últimas consecuencias. No me han conocido molesto, y el meterse con mi hija fue mi límite— colgó.
—Papá, ¿qué te dijeron? —Verónica corrió a él en cuanto lo vio salir de su oficina.
—Ni siquiera él sabe dónde mierda está su hijo. Dice que revisó las reservas de vuelo que James hizo en los últimos meses, y sólo tiene el vuelo de cuando llegó a Álamos.
—¿Eso quiere decir qué…?
—No ha reservado vuelos fuera ni dentro del país.
—¿Entonces cómo diablos se llevó a Olivia?
—¡No lo sé, no lo sé! Ya mandé a buscar los lugares en los que ha sido sellado el pasaporte de Livia, pero dadas las circunstancias de que no fue ella quien pagó los boletos, van a tardar más tiempo en saber dónde carajos pueden estar.
—¿Qué hay de la cadena de hoteles que la familia de James tiene en Buenos Aires?
—Alphonse ya habló con los empleados, y ninguno tiene noticias de ver a James en alguno de ellos.
—Tal vez porque aún no han llegado. Argentina queda a varias horas de aquí, y puede que el avión aterrice más tarde.
—Kevin —la señora Nicole lo cogió del hombro mientras su esposo e hija terminaban de hablar—. Te vez terriblemente cansado. ¿Por qué no descansas un momento?
—No me lo tome a mal, señora Palacios, pero de verdad no quiero moverme de aquí.
—Entonces no te vayas. Duerme un rato en la habitación de Olivia. Cuando sepamos algo de Liv, te lo haremos saber. Kevin, el que te quedes en casa… —la mujer rompió en llanto—, es para nosotros una increíble ayuda.
Kevin caminó sin rumbo, caminó muchos pasos que le llevaron hasta donde su tristeza lo llamaba. Al final, terminó dentro de la habitación que le pertenecía a Olivia. Aquellas mismas paredes moradas, adornadas con cientos de fotografías y luces de navidad que alguna vez le dieron las mejores noches de felicidad. Cuando Kevin se arropó con las sábanas de su cama, los olores se invirtieron. Ahora ya no era Olivia olfateando el aroma del cuerpo de Kevin, sino Kevin oliendo el dulce perfume con el que Liv se bañaba todos los días antes de salir.
La sensación le martilló el alma.
—¿Dónde estás mi Vida Amarilla? —preguntó a la nada, pero cuando quiso abrazarse a las almohadas, un bulto grueso le molestó las manos.
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Editado: 18.02.2023