Mi nombre es Atila Dreyfus, así me llamó mi madre al nacer. El último recuerdo consciente que tenía sobre mí era la seguridad de que estando despierta tenía 11 años.
Exacto.
Tenía.
Estoy en coma, eso mencionan las múltiples voces a mi alrededor.
Eso y que planean desconectarme, no lo entendía al inicio pero comencé a comprenderlo por cómo hablaban del tema.
Supongo que el tiempo a la larga sí vale oro.
Sufrí un accidente automovilístico cuando salía de casa de Mathias, mi mejor amigo y el niño –no tan niño ahora, asumo– que me gusta. Gustaba. No lo sé, solo sabía que no podía dejar de seguirle a todos lados, como el día de mi accidente. Una luz se acercaba, una camioneta se estrelló contra mi cuerpo y luego todo se volvió negro. Todo era oscuro desde entonces.
He estado en coma años supongo, no era consciente de cuándo pasaban días ni horas, ni siquiera de los minutos. No era como Mia de "Si Decido Quedarme" ni nada por el estilo, a lo máximo que había llegado estando entre tinieblas por tanto tiempo era a escucharlos, todos los días los escuchaba.
Quería poder verlos, saber si cambiaron o no, apreciar como cayeron los años para todos, quería poder ver a mis amigas, a mis amigos, a mi mamá, a mis hermanos, a mis primos, ver cómo había cambiado yo misma, saber cuánto tiempo nos cubría.
Pero todo continuaba siendo negro.
Quería despertar y no quería que me desconectaran, eso significaría mi muerte, no tenía que ser muy inteligente para ser consciente de ello, ¿por qué más lloraría mi madre ante esa noticia? Sabía en qué acabaría todo si eso se concretaba.
Una vez más, como muchas veces atrás ya había percibido, logré escuchar la puerta abrirse con la compañía de unos sollozos contenidos, de un llanto arrastrado.
— Hola —me hablan.
Era Mathias, me había acostumbrado a identificarlo mientras espiaba las conversaciones a mi alrededor involuntariamente. Su voz había cambiado desde hacía un tiempo, “la pubertad”, escuché. Era la muestra tangible de la cantidad de años que nos habían pasado por encima. Quería mover mi mano, hacer algún sonido, algo con tal de que sepa que lo escuchaba, demostrarles que aún estaba aquí. Soltó una débil risa nasal que sonaba contrariamente deprimente, un susurro de algo poco entendible llenó la sala junto con el pitido de mi máquina.
— Te desconectaran mañana —jadea después de otro sollozo.
El negro a mi alrededor se hizo denso.
¿Era oficial ya?
Percibí la aflicción dentro de mis costillas y experimenté el verdadero pánico por primera vez en mi corta vida.
Quiero despertarme, necesito despertar, debo despertar.
Comencé a recitar un extraño mantra de urgencia en mi mente, siendo interrumpida únicamente por la puerta siendo nuevamente abierta.
— Ay Atila —entra quejándose Natalia.
Recordaba que el famoso “Ay Atila” era su frase preferida, decía sentirse como una señora.
— Tienes que despertar —me suplicó Audrey, mi mejor amiga desde el vientre, ella también solía visitar mi estado vegetal seguido.
— ¿Nada nuevo? —preguntó Alessia.
— No reacciona, no se mueve, ya no sabemos qué hacer —se quejó Mathias.
Me preguntaba cómo podía seguir aquí en lo que yo suponía era tanto, tanto, tanto tiempo.
— No puedo verla así —sentenció Audrey—, me voy. Necesito salir de aquí.
— Lo sentimos —dijeron Alessia y Natalia. ¿A quién? No lo sé.
La puerta de abrió y se cerró. “¡Esa ya no es ella!”, logré oír de forma lejana. Era Audrey perdiendo los estribos como pocas veces hacía.
Quiero despertarme, necesito despertar, debo despertar.
Escuché como Mathias lloraba por enésima vez en mi estancia aquí. No recuerdo desde cuándo tenía conciencia de lo que podía oír, si trato no encuentro un primer recuerdo tras el choque, solo sé que estoy aquí, escuchando a mi mejor amigo llorar otra vez.
— ¿Por qué no despiertas? Deseo oír tu voz y ver tus ojos negros encontrándose con los míos, como cuando nos conocimos en el parque, antes de que me tiraras del columpio —él reía solo, aunque yo quería reír con él. Era extraño y confuso—. Desde la primera vez intimidándome con esos ojos oscuros, que esa tarde en mi casa no sea la última vez, por favor.
Comencé a desesperarme, la angustia por ni siquiera poder llorar me apretó el estómago. Quería despertar. Sentí a Mathias tomar mi mano y sentí una lágrima caer de mi ojo izquierdo, rodar por mi rostro para darme fuerzas, muchísimas fuerzas. El calor comenzó a subir por mi rostro poco a poco y, sorprendiéndome a mí misma, logré mover mis dedos, quizá ni siquiera fueron centímetros, pero ahí estaba yo, queriendo volver de donde sea que estaba.
—¿Atila? ¿Me escuchas? —preguntó Mathias con cierta esperanza, lo escuché hiperventilar antes de mover los dedos un poco más y oírlo reír con sorpresa—. ¡Por Dios Atila! —soltó mi mano y abrió la puerta para vociferar como un lunático—. ¡Enfermera! ¡Doctor!
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Editado: 14.07.2021