— Uh, honestamente no sé cómo decirlo, pero... Estoy embarazada.
En ese momento sus caras eran épicas, hasta pude sentir la temperatura de la sala descender un par de grados mientras, intentaba no romper la máscara mientras sus expresiones seguían matándome, pero como buena actriz me aguantaba la risa con el rostro impecable de vergüenza.
Mathias estaba pálido, parecía nieve, y no parpadeaba, comenzaba a pensar que me había pasado de la raya cuando vi la cara que le había puesto mi hermano a su lado, juraba que había visto a Mathi encogerse en su sitio.
¿Tanto por un embarazo? O sea sí, sabía que Mathias iba a caer con mi broma, pero ¿qué tanto tenía que ver él de en serio estar embarazada?, no había nada realmente comprometedor, ¿verdad?
Y, para empezar, ¿en serio me creían?
Tate, él en vez de estar pálido, tenía una mirada sombría sobre Mathias que me sacó un mohín que reprimí instantáneamente, sus puños estaban demasiado apretados y su rostro contraído por la rabia que me puso a repasar esas clases de educación y anatomía de las que me escapé la semana pasada esperando que mientras trataba de recordar no le pegara a mi mejor amigo.
— ¿Es en serio? —el hilo de voz salió de Mathias con esfuerzo.
— Sí, me enteré hace dos días —comenté siguiendo el juego.
¿Qué habían hablado en esa maldita clase?
— ¿Cómo es posible? —el gruñido de Tate me enderezó colocándome el ceño fruncido.
De verdad no debo saltarme clases, sé que algo se me escapa.
— No sé hermano, ¿o tú sí? —dije mientras encontraba un hilo entre la ridiculez que acababa de hacer y el libro de texto que me negaba a abrir.
Capítulo trece: Educación sexual y planificación familiar.
Todos estábamos callados mientras mi boca se abría en una perfecta “o” que escapaba de la mira de los chicos frente a mí, pues solo se oía la respiración agitada de Tate cuando vi que poco más se tiraba sobre Mathias con intención de pegarle, eso no me dejó más opción que empezar a reír sabiendo que me había pasado.
— ¡Se la creyó! —grité mientras reía con una tensión en los músculo y una sonrisa nerviosa.
¡Ups!
A Mathias le volvió el color a la cara y Tate ya no miraba enojado a mi mejor amigo, sino a mí. Ahí sí logré reírme con sinceridad, pues el rostro de Tate cuando se enojaba siempre era alucinante.
— Atila, jo, que con eso no se juega —me regañó Mathias apoyándose en la pared.
— Ni se te ocurra volver a hacer una broma de esas —me advirtió Tate.
— No hay problema —barajé la situación jalando a Mathias del brazo y sacándole la lengua a mi hermano mientras salía de la casa.
Caminaba a paso rápido hacia la moto que le habían regalado a Mathias desde hace unos días con el rostro rojo de la sonrisa que me aguantaba de recordar el desastre que había hecho y recordando que nunca más debía saltarme una clase si iba a hacer una broma de cualquier tipo, por si acaso. Al detenerme a esperarlo para subir al vehículo él me dedicó una mirada severa, a la que yo respondí con una sonrisa inocente.
— Sube —me dijo mientras relajaba los hombros y negaba con la cabeza con leve diversión—. Casi cavas mi propia tumba. Con que vuelvas a hacer una de esas bromas, Atila...
— ¿Qué? ¿Qué harías? —lo reté mientras me subía detrás de él.
— No estoy seguro, pero no creo que sea nada lindo, incluso si tu propio encanto me quiere convencer de perdonarte tal ofensa —cerró con una sonrisa pícara arrancando mientras yo solo escondía la cara en su espalda.
Llegamos al parque Washington y decidimos seguir a pie, Mathias llevaba su moto como si de una bicicleta se tratara. Camino a la casa de Hal pasamos por la casa de una viejita que siempre me odió, el recuerdo de ella decomisando nuestro balón me invitó a arrancar unas cuantas de las flores rojas de sus arbustos. Cuando era niña y arrancaba esas flores bebía su néctar, era delicioso, pero cuando la vieja me descubría me echaba casi a patadas de ahí, aun así lo comido nadie lo quita.
— Suerte que no te han descubierto porque la señora Constante cuida su jardín como su vida, empeoró con los años, ahora tiene una pistola de agua —comentó Mathias riendo y pasando su brazo por mis hombros.
— Quizá hubiera salido con su escoba como cuando éramos niños, ya sabes, por los viejos tiempos —dije riendo y tomando el néctar de una de las cuatro flores que tenía.
Estábamos caminando y comencé a sentir un extraño hormigueo en mi lengua que descendía hasta mi estómago, no se sentía mal, por lo que lo asocié con el brazo que me rodeaba, pero ver cómo Mathias me miraba raro y sorprendido después de haber extraído el néctar de la segunda flor me hizo dudar por unos instantes.
— Uh, ¿me puedes mostrar tus manos? —me pidió y yo confundida acepté mientras él colocaba la patita que sostendría el peso de su motocicleta.
Sus ojos casi se salen de sus órbitas y, luego de soltarme las manos, me arrastró hacia donde había un poste de luz buscando más claridad. Yo no quitaba mi confundida mirada de él mientras tomaba el néctar de la tercera flor y notando como sus pupilas se achicaron más con cada que me miraba al rostro.
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Editado: 14.07.2021