No sé desde cuándo pusiste tus ojos sobre mi, porque la verdad no dejabas de verme. Cada movimiento que hacía, tú prestabas más atención, hasta a las sonrisas amables que brindaba a los demás clientes tu veias, no borrabas tu sonrisa.
Nunca te lo dije por lo más gracioso que sea, tenía como un tercer ojo que se desvíaba hacia tí y es por eso la razón que me sentía observada, si hoy estuvieras conmigo te lo diría solo para ver tu cara. Y estallar de risa juntos.
Esa vez viéndome cuando todos se iban, incluyendo tus amigos que se despedían de tí, y tú quedándote hasta cerrar el bar. Te vi escribir en una hoja, aún viéndome como si yo fuera la respuesta a tus dudas. Luego tomaste una servilleta escribiste algo y lo doblaste en forma de avión terminaste tu vodka con hielo que pediste, tu favorito. Hiciste un ademán con la mano a que viniera por la cuenta a tu mesa. Me acerque a tí con la boleta en mano, toda sonrojada te pase la boleta, pagaste y te fuiste dejando la servilleta de avión sobre la mesa. Pero antes de eso me dijiste "adiós, linda".
Otras semanas y días contados. Me esperabas fuera del bar. Apoyado en la pared de ésta, con las manos en los bolsillos de tus jeans. Me daba un montón de cosas verte así. Empezamos a salir cuando desdoble la servilleta en forma de avión que tenía tanta curiosidad por ver, colocaste tu número telefónico junto a tu nombre, de ahí empeze a soñar despierta contigo. Te llamé y cuando lo hice no me arrepentí, por qué ambos compartíamos algunas cosas en común, el encuentro en el bar fue llenándose de emociones. Pues te veía un poco mejor que aquellas veces que estuviste triste y desolado, tantas veces quise acercarme a ti para consolar tus penas pero no podía, porque aún no nos conocíamos, esta vez, sí que fue diferente porque nos dábamos sonrisas cómplices que no se apagaba hasta la media noche.
Fuimos muy buenos amigos antes de empezar a formar una relación bella. Me acompañabas a mi casa caminando junto a mi, así ya no me sentía tan sola de camino a casa. Conversábamos riendo de ocurrencias estúpidas cuando nos despedíamos volvíamos a nuestro estado normal pues al llegar a mi puerta la burbuja en la que encontrábamos se rompía, eso no era todo, al estar en nuestras respectivas casas tú me llamabas, o a veces lo hacía yo y conversábamos como si no hubiera un mañana hasta que se nos acabe la línea.