ISABELLA STERLING
Alessandro desliza sus besos con maestría hasta el palpitante hueco en la base de mi garganta. Un jadeo involuntario escapa de mis labios, el deseo de sentirlo más cerca me consume. Mis manos buscan refugio en su pecho y luego ascienden hasta rodear su cuello con un abrazo anhelante.
—Alessandro... —mi voz apenas es un susurro, mis dedos acarician con suavidad su cabello claro.
—Sí, preciosa. Dime lo que deseas —responde, su frente encontrando la mía y su mano acariciando mi mejilla.
—Yo… te quiero ahora… te quiero ya.
Sus labios vuelven a los míos, derramando besos alrededor de mis labios y a lo largo de mi mandíbula. Cada roce es un torbellino de sensaciones que despiertan mi piel. Alessandro presiona su cuerpo contra el mío, creando una deliciosa intensidad entre nosotros. Lentamente, sus labios encuentran los míos en un beso embriagador. Sus manos exploran cada recoveco de mi espalda, transportándome a un universo propio. No puedo resistirme. Sus caricias, sutiles y exploratorias, trazan líneas suaves por mi piel, desde la curva de mi espalda hasta la cintura, pasando por la parte inferior de mis senos y mis caderas. Mis protestas se desvanecen cuando sus manos desabrochan los botones de mi blusa y apartan la copa de encaje de mi sujetador.
Una sonrisa se escapa de sus labios, su mirada ardiente encuentra la mía.
—Eres una belleza incomparable, Isabella —murmura mientras sus manos acarician con devoción mis pechos. Su tacto enciende un fuego de deseo. Su suave masaje envía corrientes de deseo directos a mi sexo, cada toque me provoca con doloroso placer. De pronto, sus labios reclaman mis pezones con una posesiva ternura que me roba un gemido involuntario.
Lágrimas de placer se asoman, mi piel arde por el deseo.
—Tócame, Isabella —sus palabras son un ruego. Toma mis manos, guiándolas para explorar su cuerpo. La corbata cae, seguida por la chaqueta y la camisa, revelando la perfección de su musculatura.
Respiro profundamente, cautivada por los contornos de su atlético cuerpo.
Alessandro reclama nuevamente mis labios con una pasión arrolladora. Su lengua explora cada rincón de mi boca mientras sus manos, insaciables, se aventuran bajo mi falda, acariciando mis muslos y caderas.
—Oh, Alessandro... por favor, no pares —mis dedos se deslizan por su pecho.
Me lleva entre sus brazos hacia mi dormitorio, nuestros labios aún unidos. Con gentileza, me deposita sobre la cama y me ayuda a despojarme de toda vestimenta, dejando solo mis provocativas bragas de encaje blanco.
—Eres deslumbrante, Isabella. Perfecta en cada detalle. Me estás volviendo loco —sus ojos se pierden en mi desnudez.
Nuestros labios se buscan con avidez, un ansia ardiente de unión. Su boca traza un sendero descendente, explorando cada centímetro de mi piel, primero por mi garganta, luego mis pechos, mis costillas y mi estómago. Mis prendas íntimas desaparecen bajo sus hábiles manos, y la pasión hierve mi sangre. Cuando Alessandro se libera de sus pantalones, quedando desnudo ante mis ojos, un jadeo escapa de mis labios. Es una visión divina, como un dios griego. Y cuando se recuesta sobre mí, siento la presión de su pecho contra mis senos.
—Te deseo ahora, Isabella. Ya no aguanto más —suplica, sus ojos ardiendo con un deseo incontrolable.
Asiento, dejándolo acariciar mis muslos, entrelazando mis piernas alrededor de sus caderas. Nuestros labios se encuentran en un beso profundo, y su toque experto desencadena los más altos niveles de éxtasis. Entonces, él entra en mí.
Un jadeo escapa de mis labios y las lágrimas afloran ante el agudo dolor.
—¿Eres virgen? —su voz resuena con sorpresa.
—Sí —confieso, ruborizándome.
—Isabella… —su voz se llena de culpabilidad y comienza a alejarse de mí.
—No —exclamo, montándome sobre sus piernas, sin dejarlo ir. Mis brazos lo rodean, atrayéndolo hacia mí—. Por favor, Alessandro, no te detengas —musito entre besos que exploran sus labios, su mandíbula y su cuello.
Se relaja, cediendo a mis besos. Lentamente, vuelve a introducirse en mí, y poco a poco me voy adaptando a él. Más tarde, encontramos juntos el ritmo perfecto que une nuestros cuerpos y mis gemidos resonando con un placer erótico.
Durante la noche, hacemos el amor una y otra y otra y otra vez. Y cada vez que lo hacemos, se vuelve más adictivo, un antojo que no podemos saciar.
Ya exhaustos, nos sumimos en el sueño, abrazados en el reconfortante calor de nuestros brazos entrelazados.
ALESSANDRO BELMONTE
El sol apenas se filtra por la ventana cuando el golpeteo urgente interrumpe mi sueño. Con un gemido, reviso la hora en la mesita de noche, la cual ya marca las siete. Los golpes persisten, más insistentes esta vez. ¿Quién podría ser tan temprano y tan impaciente? Tal vez la de limpieza, pero incluso para ella, es una hora excesiva.
Mis ojos se deslizan hacia Isabella, que reposa serena sobre mi pecho. Una sonrisa se dibuja en mis labios, inundado por una oleada de dicha. Con un beso lento, procuro no despertarla mientras con cuidado me deslizo fuera de la cama. Tomo la manta que yace en el suelo y la enrollo alrededor de mi cintura antes de encaminarme hacia la puerta y girar la perilla.
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Editado: 07.12.2023