Compromiso De Élite

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ISABELLA STERLING

Anoche, en el hotel, mis padres decidieron hospedarse en otra suite.

A una hora inusual, un golpeteo suave interrumpe la quietud de mi suite. Alessandro, aún bajo la ducha, no me deja de otra más que acudir a la puerta. Cuando la abro, veo a mis padres, quienes se invitan a desayunar en mi suite.

Las primeras luces del día se entrelazan con planes y charlas mientras el aroma del café impregna la sala. De pronto, Alessandro emerge recién duchado, envuelto en un traje impecable, justo a tiempo para escandalizar a mi padre.

—Deberían considerar el matrimonio pronto. ¿Seguirán compartiendo cama? ¿Y si ya hay un pequeño a bordo, Isabella? —las palabras de mi padre resuenan en el espacio.

—Por supuesto que no hay inconveniente alguno. ¿Verdad, mi amor? —Alessandro entrelaza sus dedos con los míos—. Podemos dar ese paso sin demora.

—No me parece —intervengo, retirando mis dedos de su contacto—. Estoy utilizando anticonceptivos orales debido a mi irregularidad menstrual. No habrá embarazo.

El rostro de Alessandro se transforma en un breve destello de sorpresa y luego en una fugaz máscara de ira que cruza su semblante.

Nuestras miradas se cruzan en un duelo silencioso. Él podría pensar que ignoro su falta de precaución durante nuestros encuentros, pero mi inocencia no es sinónimo de ignorancia. He captado su deseo oculto de un embarazo, de otra forma ¿Por qué no utilizaría preservativo? He llegado a la conclusión de que es una artimaña para asegurarse de que no pueda escapar de esta unión forzada.

—Con o sin embarazo, se casarán de inmediato. Dormir sin el sacramento del matrimonio no es aceptable. Además, está claro que ambos están profundamente enamorados, no hay razón para retrasar la boda —sentencia mi padre con una firmeza que me deja atrapada, enjaulada en un destino predefinido. Mis esperanzas de evitar esta unión se desvanecen por completo.

 

En Milán, mis padres decidieron alargar su estancia por una semana, sumiendo mi formación empresarial en una pausa impuesta por los preparativos de una boda que prometía convertirse en un evento monumental. Mi madre, experta en el arte del refinamiento, había asegurado los servicios del mejor organizador de bodas de la ciudad, quien viajaría hasta Estados Unidos para orquestar cada detalle con maestría.

La ceremonia estaba meticulosamente planeada en el 'Plaza Hotel', a escasas dos semanas de la fastuosa fiesta de compromiso que también se improvisó. A veces me pregunto si mi madre ha hecho algún tipo de pacto celestial para asegurarse tener una fecha tan próxima en ese lugar que generalmente dan cita en meses.

Ya me probado en el vestido de novia, una creación deslumbrante de uno de los diseñadores más venerados del mundo. Era una pieza de arte, concebida tras interminables horas de dedicación. No solo eso, también se habían confeccionado meticulosamente el esmoquin de Alessandro y los atuendos para todo el séquito de damas. Todavía me pregunto como mi madre ha conseguido todo esto en tan poco tiempo.

Las invitaciones habían sido enviadas a la larga lista de invitados –también predispuestos por mi madre–. Todos desbordaban alegría, todos, menos yo.

'¿Cómo podría encontrar la felicidad?'. Lo amo, pero él no corresponde a este amor. Esta boda no es –ni siquiera en lo más ínfimo– con lo que he soñado.

 

ALESSANDRO BELMONTE

Mi estancia en Dubai es crucial, un proyecto comercial que demanda toda mi atención. En este instante, me hallo en una reunión con mi asistente personal, Dominic. Pero mi temperamento se eleva con el transcurso de los segundos.

He estado intentando comunicarme con Isabella durante todo el día. Al principio, evité llamarla para no perturbar su descanso, pero ahora, el silencio de su ausencia me consume. Son las cinco de la tarde, hora de Dubai, y a pesar de mis veinte llamadas y cientos de mensajes, sigue sin contestar.

La impaciencia se apodera de mí. No paro de enviarle señales de agitación a Dominic y este no parece entender que mi atención no está en la presentación.

Finalmente, tomo una decisión angustiada y marco el número de mi jefe de seguridad, Bardrow.

— Bardrow, necesito que encuentres a Isabella de inmediato. Sé discreto ¿de acuerdo? Solo quiero saber dónde está.

—Entendido, señor. ¿Algo más?

—Eso es todo. Llámame en cuanto la localices.

Una hora después, Bardrow me devuelve la llamada.

—Hemos seguido la cámara del hotel, señor. Tomó un taxi a las 7 a.m. y la dejó en un gimnasio no tan lejano del hotel. Está acompañada por un entrenador.

—¡Demonios! —exclamo—. Mantén un ojo sobre ella y envíame una foto. Quiero ver lo que está haciendo.

Al recibir la imagen, mi ira estalla al ver a Isabella corriendo en una cinta, con un atuendo que apenas cubre su figura. El entrenador masculino a su lado enciende aún más mi furia.

Intento controlar mi enojo para enfocarme en las negociaciones del contrato y regresar a Milán. La idea de otros hombres mirándola, sea en la oficina, en un centro comercial o, peor aún, en un gimnasio, me resulta insoportable.




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