Con amor, Hayley.

Diciembre 23, 2018

Diciembre 23, 2018


Querido Tao. 
Creí que después de lo sucedido el día de la reunión con mis amigos estaríamos distantes, pero no fue así, de algún todo conseguimos superarlo. Si bien es cierto que tuvimos muchos días en los que ni siquiera nos escribimos, no fue por estar molestos sino por nuestros trabajos, y a pesar de ello, hemos llegado a la fase en la que nos sentimos lo suficientemente cómodos para asumir que algo está pasando entre los dos frente a las demás personas. Incluso has empezado a llamarme con motes afectuosos como “cariño” que aunque no suene tan especial sé que es de uso exclusivo para mí. Yo por mi parte he empezado a enviarte frases y fotos graciosas de parejas.  
De cualquier forma, la mayor parte de noviembre estuvimos ocupados trabajando, quisimos salir muchas veces, pero el único día que yo tenía más o menos libre era el domingo y resulta que también es el día en el que mejor te va cómo domiciliario, se nos hizo complicado.  
En fin, llegó diciembre y con él nuestro primer beso.  
La verdad es que aunque fue un día increíble, no es una experiencia que quiero recordar. Fue muy vergonzoso.  
Sucedió el 8 de diciembre, el primer festivo del mes en nuestro país. Teníamos muchas ganas de vernos y estar juntos, habíamos pensado pasar esa primera fiesta juntos, aunque no la celebráramos, pero salí muy tarde del trabajo y llegué tan exhausta que no había tenido energías para vestirme o hacer nada más que dormir. Así que ese festivo fue nuestro plan b, aunque no sabíamos qué hacer o a dónde ir, y tuve que trabajar hasta las 12:00 PM.  
Quería hacer algo diferente así que le pregunté a mis mejores amigas por alguna recomendación y una de ellas me habló de un desfile de navidad que estaba organizando la ciudad, “La gran parada de navidad” y me llamó tanto la atención que inmediatamente te escribí para pedirte ir a verlo. Como ya te había presentado con mi familia, te dejé recogerme en mi casa. 
Fue un desfile precioso. Tuvimos un poco de dificultad para encontrar una calle en la cual pudiéramos dejar la moto y conseguir un lugar para ver el desfile, pero al final lo resolvimos y conseguimos un espacio lo suficientemente grande en el que los dos pudimos pararnos y ver todo. 
Me encantó el hecho de que te deslumbraras por mí al verme, tenía puesto un vestido con espalda trenzada, unas plataformas que también eran trenzadas y llevaba mi cabello suelto. Me sentía atractiva al verme al espejo, pero la mejor parte fue escucharte decírmelo al odio. 
“Te ves tan sexy, Hayley.”  
Todas mis terminaciones nerviosas se pusieron en movimiento al escuchar esas palabras salir de tu boca, tuve una reacción automática de girar mi cabeza en busca de tus ojos y nuestras bocas quedaron a escasos centímetros que pensé que sucedería en ese momento, que me besarías. Pero no fue así.  
Me diste una mirada juguetona y me abrazaste desde la espalda, seguido de un beso en la mejilla. Supongo que te detuvo el montón de gente a nuestro alrededor mirándonos y tomándose fotos junto a nosotros en las que seguramente aparecimos. Ahora que lo pienso sé que fue una gran elección no besarnos en ese momento y lugar. 
A pesar de ello, en ese momento me encontraba absorta en una burbuja en la que solo existíamos los dos. Por supuesto que en algún momento me incomodó como a ti las miradas persistentes de los que nos rodeaban, juzgando nuestras apariencias que poco combinan, pero solo me bastaba mirar el brillo en tus ojos al mirarme, o sentir el contacto de tu piel sobre la mía en ese abrazo para sumergirme nuevamente en nosotros.  
Me causó gracia que unos minutos antes de irnos del desfile, después de tomar nuestra primera foto juntos desde que empezamos a salir (borrosa pues nuestros celulares tienen la cámara frontal dañada), una niña de al menos un año trató de coquetear contigo. La pequeña tenía casi una hora de estar tratando de llamar tu atención y cuando finalmente la tuvo soltó una exclamación de alegría. Tuviste que agarrar su mamita y decirle algunos halagos para que dejara de removerse en los brazos de su papá.  
Me sorprendió lo hermoso que te vi jugando con esa niña y por una fracción de segundo pensé en lo feliz que serías siendo papá. Me asustó un poco tener esos pensamientos, porque ambos teníamos percepciones distintas acerca de ese tema y no quería arruinar mi estado de ánimo romántico. Sabía que era demasiado pronto para pensar en ello, aunque ya habíamos tocado ese tema; tú querías casarte y tener hijos, yo no estoy muy segura de ser capaz de hacer eso.  
Entonces te di un beso en el cachete para llamar tu atención hacia mí y te pedí que nos fuéramos en ese momento.  
Del desfile nos dirigimos a un nuevo centro comercial que habían construido recientemente al norte de la ciudad, la idea era ver la decoración navideña y hablar, disfrutar ese preciado momento en el que podíamos estar juntos y solos. 
Estabas tan animado que perdiste la timidez por un largo rato y le pediste el favor a una desconocida para que nos tomara una foto frente a una lluvia de luces que colgaban del techo y bajaban a nuestras espaldas hasta el primer piso.  
Esa foto fue con la que se hizo pública nuestra relación, tú la subiste como estado en tus redes sociales y ha sido tú foto favorita de las pocas que nos hemos hasta ahora. Supongo que es porque te recuerda lo feliz que te sentías ese día.  
De cualquier forma, me alegro que nuestro primer beso sucediera el día en el que sucedieran muchas de nuestras primeras veces; primer desfile, primera vez que te permití recogerme en casa, primera foto juntos, y finalmente primer beso. A pesar de que algunas serían primeras segundas veces, pero como habíamos empezado esta segunda vez desde cero, seguiré diciendo “primera”. Como sea, lo que no me gustó fue el beso como tal.  
Habíamos pasado el rato conversando, mimándonos, comiendo helado. De hecho, estábamos sentados en una especie de piedra-sillón decorativa del centro comercial comentando lo mucho que me estaba ensuciando el vestido con mi helado derretido cuando me lo preguntaste. 
“¿Te pudo dar un beso?”  
Ya me estaba sospechando tus intensiones desde que me llevaste a esa parte del centro comercial donde no había personas en absoluto salvo el vigilante que nos miraba desde lejos, e igual me sorprendí. En especial cuando susurraste. 
“Me muero por probar tus labios” 
Casi se me cae el cono de helado de las manos de los nervios que me entraron, pero asentí con la cabeza como respuesta.  
Me estaba muriendo por besarte desde hacía tres horas atrás, en el desfile. No obstante, me arrepentí al segundo que sucedió.  
No sé si fue la posición tan poco práctica, casi incomoda en la que nos encontramos, si no supe girar adecuadamente mi cabeza, acomodar mi boca o si no supe besarte. El caso es que apenas nuestros labios entraron en contacto y tu lengua pidió permiso para entrar a mi boca, mis dientes se interpusieron en el camino y chocaron con los tuyos. Creando un sonido y una sensación que rompió la magia y trajo una carcajada tuya. 
“Creo que nos dimos un dientazo, Hay”  
Comentaste divertido y te acercaste para darme otro beso, pero me aparté levemente. A ti te había parecido gracioso, pero para mí fue la cosa más vergonzosa del mundo.  
Había muy pocas cosas que me hacían sentir insegura acerca de mí, pero aquellas que lograban hacerme sentir inferior o sumamente avergonzada, lo lograban con todo. Los besos y mis dientes era una de esas cosas, antes de ti nunca me sentí segura de saber besar, mi primer beso se lo di a mi primo y habían pasado más de tres años desde mi último besó con él, la única persona a la que había besado.  
Odio mi primer beso, nunca me había gustado contar esa historia, y me sentía fatal porque deseaba que nuestro primer beso fuera increíble para contar esa historia en su lugar. Por eso, cuando sucedió de esa forma me sentí tan decepcionada, molesta y avergonzada, que quería que la tierra me tragara.  
Quería darte otro beso, demostrarte que podía hacerlo bien, pero no había forma de que olvidaras el primero y por eso no quise que me besaras nunca más. Además, mis dientes que no eran nada bonitos y ni siquiera estaban alineados, ahora bajaban mi autoestima porque me parecían demasiado grandes y me dio miedo que esos choques sucedieran cada vez que nos besáramos.   
“No creo que me atreva a darte más besos hoy después de eso” 
Creo que fue ese momento cuando notaste mi incomodidad, y me agarraste de la mano para decirme que había estado rico a pesar del incidente, pero como no lograbas borrar la sonrisa de diversión en tu rostro, no te creí y me levanté dispuesta para irme a casa. Entonces sí que se borró tu sonrisa, trataste de hacerme sentir mejor a toda costa. Hasta que me envolviste en un abrazo que me obligó a mirarte y me sentí lo suficientemente bien para darte un besito de presión, o como yo le digo, “piquito” aquel beso que consiste en un leve contacto de labios con la boca cerrada.  
He llegado a pensar que todos nuestros besos serán fatales, aún recuerdo ese día y me muero de la vergüenza. Espero estar equivocada.  
En todo caso, me preocupa más la conversación que tuvimos sobre pasar Navidad juntos.  
Me hiciste una invitación para que fuera y te acompañará a la cena familiar en tu casa y me pareció un gesto hermoso. El hecho de que tú sientas que es indispensable que yo no falte, pero hay dos grandes razones por las que tuve que negarme. 
La primera es que navidad en una fecha demasiado importante en mi trabajo, lo que significa que ese día estaré saturada en la caja hasta muy tarde de la noche, por lo que es demasiado probable que ese día llegue tan cansada que ni siquiera tenga ganas de cambiarme y menos de ir a socializar. Y sé que suena horrible, pero es que no has visto lo mucho que se llena el almacén. La segunda es que gracias mi trabajo y a mi relación contigo, no le he estado dedicando tiempo a mi familia, y aunque no lo parezca soy una persona sensible y emocional y quisiera dedicarle esa fecha tan importante a mi familia.  
Ahora que lo pienso, debí explicarlo así cuando hablamos, pero no lo hice. 
“Ahora que lo mencionas, me gustaría que no nos mezcláramos de esa forma todavía. Preferiría que cada quien estuviera con su familia. Además que trabajaré hasta muy tarde y lo más probable es que llegue directamente a dormir. Espero que lo entiendas” 
Supongo que la mayoría de las veces no me expreso como en verdad quiero hacerlo y dejo muchas cosas importantes sin decir. Pero sigo trabajando en mejorar eso, especialmente porque tú tienes el mismo problema y eso afecta nuestra comunicación. 
“Está bien. La verdad me decepciona un poco, porque yo si quería que por lo menos estuviéramos un rato juntos y compartir con mi familia, pero si no es posible no hay problema. Yo entiendo no te preocupes”  
No sé cómo, pero podía sentir la tristeza en aquellas palabras aunque me aseguraste que entendías y no estabas triste. Así que quise hacerte una promesa que tal vez no pueda cumplir, y he pensado en lo mal que saldría si así sucede.  
“Podría llegar a saludar, pero no a comer, comeré en casa. Depende de la hora a la que salga.” 
A decir verdad no fue una promesa, más bien mencioné una posibilidad. Como sea espero que no te aferres mucho a ella, en caso de que no suceda. Estos días en el trabajo han estado mortales.  
Tú lo sabes, he tenido que surtir la mercancía de juguetería hasta tarde y he salido en varias ocasiones del almacén a las nueve o diez de la noche y a esa hora el centro es súper peligroso.  
Mira el susto que te pegué hace una semana, salí tan tarde que ya no pude tomar el autobús, venía casi a las diez de la noche con ese loco conductor de taxi que me tenía con el alma a punto de salírseme por la boca de lo rápido y mal que conducía, casi nos estrellamos dos veces. Te escribí para que llamaras a mi madre, porque ni siquiera tenía dinero para pagar el taxi, pero viste el mensaje cuando ya había llegado a casa. Aunque no pudiste avisarle a tiempo a mi madre si llegaste a casa, preocupado por saber qué me había sucedido y tu sola presencia me tranquilizó.  
Hace dos noches tuviste que irme a recoger en la carretera porque el conductor del autobús público no quiso hacer la ruta completa y me dejó tirada. Aunque tuve que esperarte sola en la carretera y estaba muerta de miedo, fue un alivio que pudieses haber ido a buscarme y traerme a casa sana y salva porque además pude verte y abrazarte.  
Ayer llegó mi abuela y mi prima favorita de viaje y tuve que presentarte con ellas, lo que fue una situación extraña porque todavía no has empezado a visitarme en casa y tampoco hemos etiquetado nuestra relación. Por lo que no sabía muy bien cómo presentarte, y las palabras que elegí fueron las primeras que se me cruzaron por la cabeza.  
“Abuela te presento a mi amorcito” 
Te juro que se me salió, yo solo te iba a presentar con tu nombre, pero hace unas semanas que había empezado a referirme a ti con esa palabra cuando hablaba con mi mamá o mis mejores amigas, o también como “mi gordis”. Sin embargo, a ti no te había mencionado ninguna de las dos palabras, y en cuanto esa en particular abandonó mis labios me ruboricé tanto o más que tú al escucharlas.  
Por fortuna mi abuela soltó una carcajada que nos alivió el ambiente y nos hizo reír a todos.  
Me sigo haciendo la tonta acerca de esa palabra al igual que del beso que casi nos damos enfrente de todas ellas.   
Al menos en mis sueños puedo escaparme contigo a una playa paradisiaca en la que te beso hasta el cansancio. 
Con amor, 
Hayley. 

 




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