Con olor a Naranja

Capitulo 13: Verdad irrefutable

Eran las tres de la tarde en el destartalado kiosco de Mawbush, ocasionalmente el sol se hacía presente entre nubes gruesas y oscuras. Un suave, pero helado viento provocaba que las chamarras gruesas y las bufandas se quedaran calentando los cuerpos de los cuatro chicos que estaban en aquella solitaria banca. La aldea Lala Kiu seguía armada en el suelo frente a ellos, pero ya ninguno le prestaba atención, en su lugar, Fátima, Fausto Y Romael se encontraban entretenidos por el relato de Grígori.

—… Y entonces Romy le dice: “¡me dejo castrar con un cuchillo sin filo antes de permitir que mi hermano del alma renuncie solo, yo también renuncio!”

EL carmín de la cara de Romael se acentuó ante estas palabras, pero antes de decir algo, el brazo de Fausto lo rodeó por la cintura, atrayéndolo hacia sí.

—Tienes agallas, mi pequeña zanahoria.

—No fueron esas las exactas palabras que usé —admitió Romy abochornado.

—Palabras más, palabras menos, pero esa es la historia de cómo renunciamos a nuestros mediocres trabajos en el museo —punteó Grígori.

Fátima sonreía distraída, mientras sus ojos se desviaban de sus amigos a la pequeña aldea de juguete armada a sus pies.

—Son las tres —comentó Grígori—. ¿No deberíamos buscar al sacerdote que es tío de Petula? Se nos va  a hacer de noche y no tenemos ni media marga.

Fátima dirigió sus ojos interrogantes hacia su amigo, ante lo recién escuchado.

—¿Cómo que ni una marga? —La mirada de la joven regresó a la aldea frente a ella—. No quiero sonar malagradecida, pero, ¿cuánto pagaron por este juguete?

—Adivina —soltó Grígori divertido, ante la preocupación de Fátima.

—Prefiero que me lo digan sin rodeos.

Antes de que los tonos de voz subieran más, un par de niñas se acercaron discretamente para ver la aldea Lala Kiu. Ambas iban descalzas y su cabello enmarañado delataba varios días sin tocar el agua.

—¿Ustedes compraron la aldea? —preguntó la que debía ser uno o dos años mayor.

—Así es, ¿y ustedes quiénes son? —Fátima sonreía con incomodidad, inclinándose hacia las pequeñas.

—Yo me llamo May —dijo la mayor, para después señalar a la pequeña—, y ella es Jathzy, mi hermanita… La aldea, ¿es para su hija, señora? —Fátima se irguió ante esta pregunta.

—No, pero acabas de enterrar un cuchillo en mi autoestima tan profundo que no creo que sobreviva.

A pesar de no entender la broma de Esotérica, la niña rio con sinceridad.

—A mi hermana y a mí nos gustaba ir a verla a la tienda, pero ya no la veremos más.

Fátima mordió su labio, incómoda, mientras suplicaba con los ojos algo de ayuda a sus amigos. Los tres varones regresaron la mirada de incomodidad a la chica, sin saber cómo llenar el silencio que se acababa de crear, pero fue la voz de la niña la que se dejó escuchar, reprendiendo a su hermana.

—No Jathzy, no la toques, no es nuestra —dijo tomando a la pequeña de la mano y alejándola de la aldea—.  Está chiquita y no sabe, discúlpenla.

—No hay cuidado. Supongo que no tiene nadas de malo dejarlas jugar un rato —dijo Fátima con voz dulce.

Las niñas no esperaron una segunda invitación, dejándose caer en el suelo, comenzaron a disponer de los juguetes, mientras los cuatro adultos las veían casi con envidia.

—Nosotros no nos divertimos así cuando jugamos, ¿verdad? —preguntó Fausto en voz baja, como si temiera arruinar el juego de las niñas con su comentario.

—Ni lo haremos ya nunca, no con una aldea de juguete al menos —respondió Romy.

—Ellas si le sacarían el máximo provecho —concluyó Grígori.

Los jóvenes miraron algunos segundos más el juego de las hermanas, mientras una idea colectiva se iba haciendo presente. De pronto, los cuatro amigos comenzaron a debatirse entre su sentido común, su egoísmo, su generosidad innata y sus buenos deseos.

—Saben lo que tenemos que hacer, ¿verdad? —preguntó Fátima con una sonrisa ácida.

Los tres amigos de la chica asintieron con desanimo.

—Solo para aclarar, estamos hablando de regalárselas, ¿cierto? —preguntó Romy, provocando que Fátima riera una vez más—. Y pensar que fue tan cara… ¡Qué valor!

—Ya enserio, ¿cuánto costó? —cuestionó la joven, exasperándose.

—Ya que importa, ya no la tendrás —rio Grígori, hincándose frente a las niñas—. ¿Les gusta la aldea? —Ambas asintieron con energía—. Bueno, pues, tal vez, si se lo piden con mucho ahínco, mi amiga se las regale, ¿quieren intentarlo?

Ni tardo ni perezosas, las pequeñas se hincaron ante Fátima y juntando sus manitas sucias bajo el mentón, comenzaron una serie de rápidas súplicas. Fátima se cruzó de piernas, golpeándose la barbilla con el dedo índice, mientras miraba hacia arriba en una histriónica pose, fingiendo que pensaba la respuesta.

—¡Por favor! —exclamaron las hermanas, extendiendo hasta el hastió la ultima silaba de la palabra.

—Se las daré, pero con una condición —aceptó Fátima.

—¡La que sea! —dijo la hermana menor, poniéndose de pie.

—Que me digan en donde hay una iglesia. —Esta pregunta desconcertó a Romy, provocándole un extraño sentimiento de miedo a la respuesta.

Las niñas se miraron triunfantes, pues conocían la respuesta, y es que en Mawbush solo había dos iglesias. Dos manitas señalaron en una dirección, mientras la hermana mayor decía:

—La iglesia del padre Eric, está en la plaza.

—¿Hay otras iglesias, además de la del padre Eric?

—Una de aquel lado —señaló la hermana mayor—, pero no tiene cura. Se murió hace unos meses y no han mandado otro. —Las niñas miraban a Fátima, sonriendo con disimulo, mientras sus cuerpos contenían la emoción.

Fátima las torturó un par de segundos más antes de ampliar su sonrisa y decirles la tan ansiada frase.

—La aldea es suya, pueden llevárselas.

Antes de que las niñas tomaran las piezas con ímpetu y descuido, Fausto se interpuso, deteniéndolas.



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En el texto hay: amigos, nostalgia, busquedas

Editado: 10.04.2022

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