—Ya no aguanto más, mamá; necesito salir —le suplico—. Por favor, por favor, ya déjenme salir de aquí.
Ya llevo tres días encerrada en la casa y no aguanto más. Estoy estresada, harta de ellos y dudo poder aguantar la semana que le pedí a Jaziel. Creo que tendré que cambiar los planes y escaparme lo antes posible, porque ya me estoy volviendo tan loca como mis padres.
—Ya casi, mi niña, ya casi —musita, y me mira de una manera que podría parecer hasta tierna, pero no, a mí no me va a manipular con sus estúpidas miradas que intentan ocultar su maldad. Es mi madre y la conozco.
—¡Es que ya casi no! Tres días sin ver el sol, prácticamente. ¡Tres días sin trabajar! Por tu culpa me van a despedir. ¡Por tu culpa no he ido a la universidad!
Siento mi corazón latir acelerado por el estallido de toda la furia que estaba tratando de contener. Gritarle a mi madre y mostrarle el desagrado que siento nunca ha sido de mi agrado, sobre todo porque sé que eso jamás le afectará. Ella no es como esas madres amorosas que ven por los ojos de sus hijos, que buscan su verdadero bien. Mi madre solo es una exdrogadicta traumada que ahora oculta toda su frustración y pasado en la iglesia. Ese cuerpo que antes mostraba casi desnudo ahora lo cubre con faldas larguísimas y prendas desajustadas. Y no es que creo que está mal su vestimenta, pero de nada vale cubrirse de pies a cabeza cuando la verdadera pudrición ella la tiene en el corazón.
Recuerdo una de esas tantas veces que mi abuela lloró aterrada, mientras mis padres intentaban abrir la puerta, sedientos de dinero para irse a gastarlo en drogas. Mi abuela creía que lo lograrían, hasta que llegó mi tío y los asustó con llamar a la policía.
Tener un familiar en las drogas no es solo tenerlo a él, porque tarde o temprano su adicción podría incitarlo a arrastrarte con él, y no precisamente a consumir. Te arrastra cuando te pide dinero para el vicio. Te arrastra cuando te roba algo que con trabajo y esfuerzo obtuviste. Te arrastra cuando te despierta de madrugada porque necesita más y más, y hasta te amenaza con matarte si no le das para satisfacer sus ansias de drogas. Te arrastra psicológicamente cuando te desgastas pensando en qué podrías hacer para ayudarlo a salir de ese vicio que podría terminar matándolo.
Mi pobre abuelita ha sufrido tanto por culpa suya. Más por eso me vine a vivir con ellos, para alejarlos de mi viejita y así ella tuviera una vejez un poco más tranquila, porque si bien ellos ya no están consumiendo, sé que su presencia en la vida de mi abuela causa efectos negativos que empeoran su salud. Las preocupaciones causadas en el pasado siempre seguirán pendientes, y yo lo sé.
—Mirella, no me alces la voz, sabes perfectamente que no me gusta—sisea.
Su rostro se colorea levemente, sé que está conteniendo su impulso, las ganas de golpearme e insultarme. Sé que eso nunca lo cambiará. De los dos, mi padre fue el que mejor se adaptó a la sobriedad.
—Si no me dejan salir ustedes, voy a salir yo, así tenga que romper las paredes —advierto en voz baja, nunca he intentado desafiar a mi madre, siempre la he respetado a pesar de todo, jamás le he recordado su pasado porque siempre he pensado que merecía una segunda oportunidad, y justo en este momentos me arrepiento.
—Está bien. Mañana mismo saldrás de la casa, pero antes deberás acompañarme a la misa a las nueve de la mañana, y más te vale estar lista con tiempo.
Mi corazón quiso emocionarse, pero no se lo permití al contemplar la corta, pero misteriosa sonrisa que se instalaba en los labios de mi madre al abandonar la habitación tras lo antes dicho.
♡
Me pasé el resto del día anterior hablando por ratos con Jaziel o Yeimi, los dos se habían encargado de mantener mi celular con internet ya que el de mi casa lo habían apagado. A lo mejor pensaron que así me cortaban comunicación, pero se equivocaron, la vida me ha mandado personas que me quieren más que las personas que me trajeron al mundo.
Me desperté temprano, me bañé y me alisté, tenía una falda negra muy linda sin estrenar, mi mamá me la compró hace unos meses y yo nunca me había animado a usarla, pero hoy quiero llevar la fiesta en paz hasta que ellos se olviden de tenerme encerrada. Antes de que alguien entrara en mi habitación diciendo que ya nos íbamos, decidí avisarle a Jaziel que ya iba a salir para la iglesia. Ayer le conté lo que pasó con mi madre y él tampoco quedó muy convencido, pero quedamos en esperar a ver qué pasaba.
Ya estaba lista, esperando a que uno de mis padres apareciera en la puerta. Me prometí no emocionarme hasta no verme sola en la calle, caminando sin ellos, pero mi corazón me traicionó y latió lleno de ilusión cuando mi padre hizo acto de presencia, con la cabeza baja y la mirada que llegué a interpretar como si me estuviese pidiendo perdón internamente.
Me alarmé, mil ideas llegaron a mi cabeza y no pude pensar de manera normal.
—Buen día, hija. — su saludo en una voz apagada, característica de una persona que no está haciendo las cosas porque quiere, me deja en claro que él, sí bien no es capaz de salir de debajo de las faldas de mi madre y ponerle un alto a sus locuras, no es tan cruel como ella.
—Buen día.— mencioné de manera entrecortada debido a los nervios. —Quiero ir al baño. —solicité.
Él no volvió a mirarme a la cara, me dejó salir y caminó conmigo hasta la entrada al sanitario y yo inmediatamente al entrar cerré la puerta con seguro. Saqué mi celular de dónde lo escondí entre la falta y mi ropa interior, tratando de evitar que mi madre lo encuentre y quiera quitarmelo.
Le escribí rápidamente un mensaje a Jaziel sobre lo acontecido y lo nerviosa que me encontraba, él a los pocos segundos respondió y trató de tranquilizarme, diciéndome que estaría cerca a cada segundo para que nada mala me sucediera.
Editado: 27.01.2024