Mini maratón sorpresa 1/3
¿Alguna vez has tenido una condena tan grande, que sabes que no vas a poder cumplir?
Yo aún no lo sabía, pero estaba a punto de averiguarlo.
—Recuerda que Shina es rápida, sanguinaria y que no dudará en atacarte a matar.
Las manos que tenía Aioria sobre mis hombros me sacudieron ligeramente, obligándome a apartar la mirada de donde Milo y la amazona de Ofiuco se encontraban hablando.
—Tiene razón, Grett—Concordó Mel—. Debes tener mucho cuidado.
En eso, Aria y Gaby se acercaron con nosotros, luciendo extrañadas.
—¿Ya lo notaron? —Preguntó la peli-rosa al llegar.
Y su pregunta fue respondida por la, ahora, amazona del Pavo Real:
—La seguridad que rodeaba el Coliseo ha disminuido.
Nadie quiso decirlo y realmente lo agradecí, sin embargo, eso no quitaba el hecho de que ya no había tanta seguridad porque creían que Shina iba a acabar conmigo.
Que ella podía sola.
¿Realmente sería así?
Estaba consciente de que, tanto Aioria como las chicas, me dieron consejos para el combate antes de marcharse y de que me desearon la mejor de las suertes, que sabían que lo lograría.
Llegados a este punto, no estaba muy segura.
Pero, al menos, lo intentaría.
—No pude arreglar nada. Vas a...
Esas simples seis palabras que dejaron los labios de Milo, me enfurecieron por completo.
¿Por qué no podía confiar en mí? ¿Acaso creía que no tenía forma de defenderme? ¿Qué no podía pelear mis batallas sola?
—Jamás te he pedido que arregles algo por mí, Escorpio.
—Yo sí te pedí que nos fuéramos.
—Eso no importa ahora. Así como no importó cuando yo te supliqué que lo hiciéramos, que nos fuéramos de aquí hace años.
Los ojos de Milo se volvieron feroces, oscureciéndose un par de tonos. Sus labios se torcieron en una mueca disgustada, como si se recriminara el hecho de no haberse ido conmigo hace años, sin embargo, cuando quiso hablar, fue interrumpido por una voz gélida y concisa:
—Déjame a solas con mi hermana.
—Estoy hablando con ella ahora, Camus.
La mirada que Camie le obsequió pudo helar hasta el mismo Infierno y, a pesar de eso, Milo ni siquiera se inmutó.
—No te pregunté si querías dejarme a solas con ella—Objetó—. Te dije que lo hicieras.
Noté como Milo—Que siempre había sido impulsivo—estaba dispuesto a contradecir a mi hermano, por lo que tuve que intervenir para que esos dos no se atacaran.
Podían ser mejores amigos, sin embargo, sus temperamentos casi nunca congeniaban.
Mucho menos cuando Camus sabía, exactamente, que era lo que había pasado entre nosotros.
—Nos vemos después del combate, Milo.
Él me miró, incrédulo, y después dirigió su mirada a Camus.
—Díselo—Le incitó—. Dile que, si sigue con esa idea de pelear por un trozo de la armadura, no habrá un «Después del combate.» Dile que todo está más jodido de lo que creemos, porque a mí no me cree, Camus.
Solté un jadeo con asombro a la vez que mis amatistas viajaban a las aguamarinas de mi hermano.
—¿Es en serio, Camie?
Cuando Camus se tardó el tiempo suficiente en responder, supe que era verdad. Sobre todo, lo supe cuando detrás de él, sacó una pequeña Lira para obsequiármela.
***
¡Hablemos en la tercera parte del maratón! ¡Sigan leyendo y comenten mucho, que quiero leerlos!
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