Jess.
Mis pulmones son un par de antorchas consumiéndose en fuego justo ahora. Sus ojos marrones me han abrazado sin piedad. Solo puedo ser capaz de mantener mis ojos sobre sus labios, deslizarlos hacia sus ojos y regresar a mi punto de partida, justo en medio de sus labios.
Esto está mal.
Pero, entonces, ¿por qué lo deseo tanto?
Mi aliento se ha vuelto un delgado hilo que apenas puedo consentir. Su respiración se envuelve junto a la mía en una tormenta pasmosa. Los latidos de mi corazón me ensordecen hasta el punto de desorientarme.
Avanzo una micra de centímetro más.
Eduardo permanece estoico, sin despegar sus ojos sobre mis labios. Quema, pero no lo digo.
Me acerco un poco más. Mi corazón infartando con cada movimiento que hago. Su aliento rozándome justo en la piel. Su mano descansa sobre mi mejilla, ahuecándola. Su dedo traza una suave caricia sobre mi piel enrojecida.
Y nuestra burbuja se revienta cuando un ferviente sonido comienza a emanar desde el bolsillo de su pantalón oscuro. Noto el esfuerzo que hace en ignorar la llamada. Pero, al percatarse de la insistencia, accede a echarle un vistazo a la pantalla del móvil. Pone distancia, más no la suficiente como para impedirme avistar la fotografía de la persona que lo llama.
Trago con fuerza.
Kenzie.
—Contesta. Debe ser importante —le digo, tratando de sonar como si nada hubiese estado a punto de suceder entre ambos.
Su rostro se constriñe momentáneamente.
—Jess…
—Estaré afuera. —No aguardo a que conteste la llamada. Tampoco es como si pudiese soportar el cargo de consciencia que me ataca al caer en cuenta de que estuve a un solo segundo de besar al novio de mi prima.
Pateo el aire a medida que asciendo por las escalerillas exiguas de la estación.
¡Mierda, Jess!
¿En qué diablos estaba pensando?
Se nota que mi cabeza ha quedado hueca después de todo.
El aire me estremece en su seno cuando me expongo al exterior. El cielo se encuentra veteado de mis colores preferidos; rosa, naranja y un amarillo muy opaco. Sin embargo, no me conforta en lo absoluto. La imagen de lo que, casi, sucede con Eduardo hace segundos me atenaza sin misericordia.
Me abrazo a mí misma, tragando el nudo que se instala en la base de mi lengua.
Entonces, su voz se cuela hacia mis oídos.
—Jess…
No espero a que continúe.
Me giro hacia él, y enfrentar su rostro me perfora.
—No puede suceder otra vez. Lo que sea que estuvimos a punto de hacer, te pido que lo olvides.
Sus labios se aplanan.
—¿Y si no puedo olvidarlo?
—No tienes otra opción —insisto. Mi voz es firme, pero mi corazón es un puto hilo tembloroso adentro de mi pecho. Meneo la cabeza—. No le haré esto a Kenzie.
El silencio es el sustituto de cada palabra que pueda estar atravesando su cabeza, porque no hace el amago de titubear siquiera. Sus manos se aprietan.
—Jess… —Su voz se asimila a un ruego—. ¿Podemos hablar sobre esto?
¡Deja de llamarme Jess!
Me tomo un par de segundos para asimilar lo que acaba de soltarme. Aprieto los ojos, y luego los fijo sobre los suyos. Y me arrepiento de inmediato, porque conozco esa mirada.
Esa puta mirada.
—¿De qué quieres hablar? ¿De cómo estuviste a punto de ponerle los cuernos a Kenzie con su jodida prima? —No puedo suprimir la risa amarga que abandona mis labios—. No estoy preparada para tener esa conversación, Eduardo.
―Yo... lo siento, Jess. Nunca fue mi intención ponerte en esta situación ―dice. Su voz son nubes cargadas de emociones que no consigo interpretar. Suena afectado.
Me lamo los labios.
―Ni la mía.
―Entenderé si no quieres seguir haciendo esto... ―sisea. Puedo captar el modo en el que se acerca, y luego se detiene. Me observa, y deja escapar una nube de aire frío de sus labios―. ¿Puedo decirte la verdad? ―Ni siquiera me permite responder, cuando se halla soltándolo todo―. Nunca creí que te volvería a encontrar, Jess. Fuiste una de las razones por la que me mudé a Nueva York. ¡Quiero decir... era completamente imposible que coincidiéramos entre los ocho millones de personas que viven en esta ciudad! ¡Y me equivoqué! ―farfulla con la voz rasposa. Sus ojos siguen congelados sobre mí, y puedo notar la vena que se sobresalta en su cuello mientras explota―. Estamos más cerca de lo que quisiéramos estar.
Sus palabras son como misiles llenos de memorias que se trasmiten en mi cabeza, mientras solo le oigo en silencio.
Él continúa su diatriba.
―Y no sé si puedo seguir corriendo en círculos. No sé si quiero seguir corriendo en un puto circulo, Jessica.
Entonces, hago acopio de todas mis fuerzas, y le miro fijamente.
―Yo no seré la causante de que termines con Kenzie. No me uses como excusa para liberarte de ella ―le digo.
Él solo mueve la cabeza, como si no terminase de aceptar lo que le he dicho.
Levanta sus manos, y comienza a alejarse en otra dirección. Sin embargo, justo en el momento en el que me convenzo de que nuestra conversación ha tocado el borde; Eduardo se gira hacia mí.
―¿No te has puesto a pensar que, tal vez, no eres una excusa? ―cuestiona. Sus labios se aprietan, y mis ojos detectan al músculo en su mandíbula tironeando―. Eres una confirmación, Jessica.
Y dicho eso, acaba de marcharse, mezclándose entre los cuerpos que transitan por la calzada. Solo me quedo estoica, mirándole hasta desvanecerse.
Tomo una profunda respiración, y escucho a su voz causando ecos en medio de mis pensamientos.
«Eres una confirmación, Jessica»
(...)
―¿Me dirás qué sucedió, Jess?
Es la quinta vez en la noche en la que Kenzie me hace esa pregunta. Me pregunto de dónde habrá heredado tanta insistencia.