Él y yo teníamos historia, y no me refería a amorosa. Por el contrario. Álvaro era el hermano de Jessica, pero además de todo era una de las personas que me hizo la vida imposible en el instituto al igual que su hermana. A pesar de que Pedro me defendió una y otra vez, Álvaro siguió molestándonos a mi y a Debbie.
Siempre nos hacía bromas pesadas frente a los demás, nos encerraba en los baños del gimnasio, nos ponía pegamento en las sillas, y lo peor de todo, un día tomó mis cosas del casillero y horas más tarde aparecieron en el basurero.
Volteé la mirada hacia él y sentí cómo se formaba un nudo en mi estómago. Se sacó el casco, se bajó de la moto y tocó el vidrio de mi auto.
—Miren a quien me encuentro—dijo en tono burlón. Yo bajé la ventanilla y lo miré con dureza.
—Sigue tu camino Álvaro, no te necesito— hablé por instinto.
Álvaro rodeó el auto buscando la falla, haciendo caso omiso a lo que le dije. Examinó detalladamente las ruedas para asegurarse de que estaban en buen estado. Le dió la vuelta al auto pensando en que tal vez yo quería su ayuda pero no era así. De pronto se quitó la chaqueta negra que llevaba puesta y dejó al descubierto sus bazos tatuados.
Álvaro era muy diferente a Pedro en todos los aspectos. Mientras que Pedro era un chico tranquilo, respetuoso, más maduro, Álvaro sólo pensaba en fiestas y molestar a todo el mundo.
Yo me bajé del auto para insistirle que se fuera pero en lugar de eso, me pasó su chaqueta para que se la sostuviera. Sin mi consentimiento, abrió el capó del auto y comenzó a revisar el motor.
—Es en serio Álvaro, no necesito tu ayuda, ya te puedes ir.
Parecía concentrado en lo que estaba haciendo.
—Tal como lo pensaba, se te daño el motor.
Lancé la chaqueta al techo del carro y me acerqué dándole un leve empujón para que se fuera de aquí.
—¿Puedes irte ya? No quiero tu ayuda.
—Tranquila Ricitos, sólo trato de ayudar.
—No me llames así.
—Así como...¿Ricitos?.
—Sí, no me llames así, y tú jamás me querrías ayudar. Sé que si estás aquí es para molestarme.
Álvaro me miró con una sonrisa de lado. Su estúpida sonrisa que en mi jamás había tenido el efecto que tenía en otras personas. Sus labios y mejillas siempre estaban sonrosadas, mientras que sus ojos mantenían una expresión dura en todo momento. Siempre había sido un tipo que tenía el ego por las nubes, se creía lo máximo cuando en realidad era sólo un tipo con la cabeza vacía.
—¿Es que no confías en mí? — preguntó incrédulo.
—¿Desde cuándo confiaría en ti? Eres la última persona a la que acudiría, así que vete. Esperaré a que otra persona se detenga y me pueda ayudar.
—Sí claro, un psicópata de aseguro.
—Preferiría eso antes que aceptar tu ayuda— dije sintiéndome triunfante.
—¿Por qué te comportas así cuando quiero ayudarte? — preguntó haciéndose el ofendido.
—¿Tú ayudarme? ¿Desde cuándo eres así?, no me digas que cambiaste—lancé con ironía.
—Tú no me conoces ricitos— recostó su cuerpo en el auto y se cruzó de brazos.
—Me basta con recordar como eras conmigo en el instituto para darme cuenta como eres Álvaro.
—¿Acaso estás enfadada conmigo porque te rechacé la invitación al baile aquella vez?
—Estaba pagando una apuesta cerebrito, jamás me has interesado de esa manera.
—¿Segura?—preguntó acortando la distancia que había entre nosotros.
—Tú crees que el mundo gira a tu alrededor pero te digo algo que te va a doler: no es así.
Molesta, saqué el celular de mi bolsillo y revisé si tenía respuesta de Pedro o de mis amigos pero aún seguía sin señal.
—No podrás hacer llamadas aquí Amelia. Ambos sabemos que no te queda otra opción que irte conmigo.
Le dediqué una mirada de enojo que sólo la tenía reservada para él. Álvaro y su hermana eran las personas menos agradables que conocía. De pronto cerró el capó y se sacudió las manos. Tomó su chaqueta que estaba en el techo y se subió en su moto.
—Está bien Ricitos. Te lo digo así antes de irme. Te vienes conmigo, te dejo en tu casa y llamas a una grúa para que vengan a buscar el auto, o esperas aquí, te mueres de frío o bien te mueres secuestrada por algún maniático psicópata. Tú decides.
Tenía razón. El aceptar su ayuda era un golpe duro a mi orgullo pero, de otra manera no podría llegar a mi casa. No tenía respuesta de Pedro ni de mis amigos, no tenía señal y ya se estaba haciendo de noche. Aunque di mi último intento antes de pensar en decir que sí.
—¿Quieres que te lo diga de nuevo? No me interesa tu ayuda. Puedes seguir tu camino. Vete. —respondí esta vez ya con hastío.
—Siempre me gustó eso de ti pequeña, que no te quedaras callada ante nada— fue lo último que dijo antes de acomodarse el casco para irse.
De un momento a otro se detuvo un auto a nuestro lado, bajaron el vidrio y unos tipos ebrios se asomaron por la ventana.
—Hola hermosa. ¡Te llevamos!— me ofreció uno de ellos.
En ese momento Álvaro se bajó de la moto y se interpuso entre el auto y yo.
—Sigan su camino amigos, les podría ir muy mal si se meten con ella— les advirtió en tono de amenaza.
—¿Ah si? ¿Y quién nos va a hacer algo? ¿Tú?—preguntó uno de ellos y los demás rieron con él— súbete amiga, lo vas a pasar mejor con nosotros.
Yo miré a Álvaro asustada. Dispuesto a defenderme, se unió a las risas y acomodó sus brazos en la ventana del auto. Sus puños estaban apretados esperando el momento de que alguno de ellos se bajara del auto.
—Te sorprenderías de lo que soy capaz— al instante la risa desapareció y fue reemplazada por una seriedad que hasta a mi me dio miedo. Tomó al tipo por el cuello de su camisa y lo acercó hasta quedar cara a cara.
—Mueve tu maldito auto— dijo poniéndole pausa a sus palabras.
De pronto el chofer aceleró y Álvaro saltó hacia atrás sujetándose de su moto. No supe qué hacer por unos segundos hasta que reaccioné y lo ayudé a ponerse de pie.