—¿Cómo que Álvaro te fue a dejar?— Su aguda voz al otro lado del teléfono me decía que Debbie no podía creer lo que le estaba contando.
—Así como lo escuchas. No tuve más opción, era eso o pasar la noche en medio de la carretera—dije acomodándome en el sillón de la terraza.
—¿Y por qué no me llamaste?
—Lo intenté, pero sabes que en esa zona no hay señal.
—¿Y pudiste soportar el viaje? Yo no habría aguantado— estaba segura que Debbie hubiese preferido pasar la noche en medio de la nada antes que subirse en una moto con Álvaro.
—No sé aún cómo lo hice pero logré llegar a casa. Créeme, lo que menos quería era aceptar su ayuda.
—Y... ¿de qué hablaron?—preguntó con curiosidad.
—Lo obligué a qué guardara silencio, pero se veía preocupado.
—¿Preocupado?—volvió a subir el tono de voz— no sabía que podía tener sentimientos.
Yo reí para mis adentros porque pensaba igual que ella. Ambas sabíamos que Álvaro lo que menos tenía era empatía por los demás.
—Sólo espero no volverlo a ver. No quisiera tener que deberle nada.
—¿Qué haces aquí preciosa?— escuché preguntar a mi padre quien estaba saliendo por la puerta principal.
—Hola papá, estaba platicando con Debbie—respondí al mismo tiempo en que cortaba la llamada.
Podía notar en su mirada que no estaba bien y presentía los motivos. Al igual que yo, había días en que mi padre estaba más callado, nostálgico, con la mirada perdida. Y sabía que era por mi madre.
Él y yo habíamos vivido en carne propia su ausencia. Aún mantenía los recuerdos de aquellas tardes en donde solíamos ver los atardeceres desde aquí. Teníamos una silla mecedora para las dos y pasábamos horas conversando, hablando de nuestras pasiones y también del futuro. Cuando miraba los avellanos a la distancia decía que podía ver su crecimiento y lo decía tan convencida que en mi ingenuidad terminaba creyéndolo.
O en esos días lluviosos que nos acompañaba Pedro. Mientras los dos observábamos las gotas de lluvia caer, escuchábamos sus lecturas en voz alta que resonaban en nuestros oídos de la forma más dulce, tal como la melodía más placentera en el fin de mundo. Puedo decir que mi madre me enseñó tantas cosas y le quedaron otras cuantas por enseñarme, que la vida se encargó de entregármelas en forma de susurros, de personas, o sueños.
—¿Cómo estás? —le pregunté mientras lo veía sentarse a mi lado. Él fijó la vista hacia el frente y respiró profundo.
—Salí a tomar un poco de aire, el encierro del despacho a veces no me hace bien.
No era necesario preguntar más. Me acerqué a él y le di un fuerte abrazo que duró varios minutos. Ambos nos entendíamos y sobraban las palabras. Permanecimos así hasta que el sol se escondió por completo.
—¿Qué harás ahora preciosa?
—Voy a estar otro rato aquí. Me entraré antes de que anochezca, no te preocupes— respondí dándole un beso en la mejilla.
—Yo iré a caminar un poco antes de volver a trabajar—dijo con una leve sonrisa. Sabía que no podía hacer nada para convencerlo de que se fuera a descansar, por lo que solo asentí.
Cuando salió de la terraza en dirección al jardín, el sol ya se había escondido por completo y sólo quedaban trazos de nubes grisáceas con tintes anaranjados. A mi lado tenía la cámara y me animé a capturar estos efímeros minutos.
De pronto vi como el auto de Pedro se estacionó frente a la casa, seguido de un auto gris que se me hacía familiar. Después de unos minutos Pedro se bajó y del otro lado del carro, se bajó Jessica. ¿Qué hacía ella otra vez aquí? ¿Acaso no se cansaba de fastidiarme? Segundos después pude ver quién manejaba el otro auto. Álvaro se bajó con unas cervezas y una botella de vodka en la mano, y tras él una chica pelirroja. Lo último que me faltaba para mejorar el día.
—¡Ricitos! ¿te quedas a compartir con nosotros?—preguntó Pedro mientras se sentaba a mi lado.
Álvaro destapó una lata de cerveza, se sentó frente a mí y acomodó sus pies en la mesa de centro que nos separaba. Jessica se sentó a un lado de su hermano y la pelirroja se acomodó en una de las sillas disponibles que habían en los costados de la mesa.
—¿Se van a quedar aquí?— pregunté a Pedro acomodándome en el asiento, intranquila.
—Si, estaremos un rato antes de irnos a la fiesta del centro.
—Pero mi padre está adentro— respondí nerviosa.
—Tranquila bonita, ya hablé con él y me autorizó a pasar un rato aquí. Sólo será una hora— dijo tratando de calmarme.
La verdad no estaba de acuerdo en que usaran la casa de mi padre para divertirse y menos que Pedro invitara a sus amigos a pesar de que él también vivía aquí. No podía hacerme la idea de que Jessica y Álvaro pudieran venir a pasarlo bien después de lo mal que nos llevábamos. Sin embargo no podía hacer nada al respecto.
—Que la pasen bien entonces— dije levantándome del sillón. Pedro me detuvo sosteniéndome la mano. Amaba verlo tan cercano a mi y saber que se sentía seguro al demostrar nuestra amistad delante de sus amigos y su novia.
—¿Por qué no te quedas con nosotros?— preguntó con ternura en su voz. Por un instante pude sentir la mirada de Jess sobre mi.
—Déjala Pedro, si quiere irse que se vaya— soltó con desagrado.
—No tengo nada que hacer aquí con estas personas— dije obviando mis palabras discretamente hacia Pedro, aunque él parecía no entender nada.
—Seguramente la niña buena tiene que dormirse temprano— continuó Jessica mofándose de mí.
—No son necesarias las bromas Jess— interrumpió Pedro en mi defensa.
—Quédate— interrumpió Álvaro mirándome fijamente. Pedro extrañado lo volvió a ver con cara de interrogante.
Me sorprendió la verdad. ¿Quería que me quedara cuando siempre su única intención ha sido molestarme? Traté de descifrar su mirada. Estaba serio con una leve sonrisa que se asomaba en la comisura de sus labios. De pronto levantó su mano y me ofreció una cerveza.